La noche trágica que nos
separamos (y digo trágica porque tú te quedaste sin mí y yo me quedé sin ti)
habías ido un par de horas antes a mi casa y al no encontrarme (yo había huido
para evitarme verte) me dejaste una nota simplona y escueta: ‘’Vine y no
estabas. Besos. M’’.
Yo volví tardísimo (adrede) y
encontré la nota, que me pareció simplona y escueta (tenía la esperanza de que
me dijeras que no te ibas, que te quedabas) y fue tal mi rabia, que salí
corriendo a buscarte, no para besarte y abrazarte y pedirte que no te fueras, o
que retrasaras tu partida hasta que yo decidiera que hacer con nuestro
‘’nosotros’’; sino para reclamarte tu escasa imaginación a la hora de escribir
una nota de despedida (en aquel desastre que me volví por tu ida, fue lo único
que atiné a usar como excusa para ir a buscarte).
Así que al llegar a tu casa,
prácticamente derribé tu puerta y esperaba que cuando me vieras, yo estallara
en insultos (para evitarme estallar en llanto) que comenzaran con un ‘’¿qué clase
de nota simplona y escueta es esta?’’.
Sin embargo, me abrió la puerta
el chico que compartía contigo tu casa. Se me quedó viendo con lástima (y supe
en ese instante que te había perdido) y a modo de infame confesión me dijo: ‘’Se
fue hace una hora…no quería irse, quería esperarte más, pero sabía que no
vendrías. Fue lo que me dijo…’’. No pude proferir ninguna palabra (sentí como
toda tu tristeza estaba adherida a las paredes de esa, la que hasta hace poco
había sido tu casa, y se desplomaba sobre mí) ni pensar coherentemente, así que
solo le di la espalda y bajé corriendo las escaleras. Corrí, corrí y seguí
corriendo hasta llegar a mi casa.
Lo cierto es que nunca, querido,
aprendí a estar sin ti desde ese momento. Nunca. (Y nunca tuve el valor de
decírtelo…)