‘’Te buscan’’, dice la chica.
‘’¿Quién?’’, pregunta la mujer,
sin levantar la vista de lo que está haciendo.
‘’Un hombre. Me dijo el nombre
pero me olvidé. ¡No puedo ocuparme de todo!’’ responde divertida.
La mujer bufa, deja de lado lo
que está haciendo y esboza una media sonrisa. Se levanta, se arregla el vestido
y el cabello y se dirige a la entrada. En la recepción aguarda un hombre alto, delgado,
de aspecto lánguido, algo desaliñado, de anteojos. Se levanta de un salto
cuando la ve.
‘’¿Usted me buscaba para…?’’
pregunta la mujer, un tanto sorprendida por la reacción del hombre.
‘’¿No te acuerdas de mí? ¿No me
reconoces?’’ dice el hombre, tuteándola, como si fueran viejos conocidos que
han dejado de verse por un tiempo inexorablemente perdido.
La mujer niega con la cabeza al
tiempo que frunce el ceño.
El hombre se le acerca un poco y
baja la voz, para crear un ambiente de intimidad inexistente. ‘’Yo te recuerdo
perfectamente. Todos los días de mi vida. Fue un error haber huido, haberme
casado con Mayra y no haber ido tras de ti, pero nunca es tarde’’.
Ella lo mira, perpleja: ‘’No creo
que lo conozca’’, responde, manteniendo el mismo tono formal y distante del
principio. ‘’Me parece que me está confundiendo con alguien. Lo siento. No creo
poder ayudarlo’’.
‘’Soy Damián’’ contesta el hombre
y en su tono de voz se refleja el estupor que le causa la respuesta de la
mujer. ‘’¿Quieres ignorarme como todos estos años? ¿Acaso no te basta ya todo
este tiempo?’’.
‘’Honestamente, no sé quién es
usted. No sé de qué me habla. Le pido que se retire’’, y con un ademán firme le
indica la salida.
El hombre balbucea algunas
palabras: ‘’Yo..’’. ‘’Esto no…’’. ‘’No merezco…’’. Se quita los anteojos y
empieza a temblar, como si no pudiera soportar el peso de su vida en ese momento.
Le da la espalda a la mujer, que lo mira perpleja.
Al abrir la puerta, trastabilla
un poco. Camina arrastrando los pies. En cualquier momento, pudiera perder el
equilibrio, caer, como tantas otras veces; pero aun así, continua su camino, dando
tumbos.
La mujer lo observa, sorprendida
todavía y piensa lo difícil que debe ser la vida de ese hombre, que busca a
alguien que no existe más. Se dirige a su oficina y cierra la puerta tras de
sí, cosa que nunca hace. Toma el teléfono y marca un número. Del otro lado de
la línea, responde un hombre, con voz pausada, que de antemano sabe que es ella
quien llama: ‘’Me agarraste en la puerta. Iba a salir. ¿Viste que lindo está el
día? Quería dar una vuelta por la plaza’’. Ella le responde: ‘’No deberías
dejar salir a Damián. Vino a buscarme. ¿Acaso no te basta ya todo este tiempo
que lleva así?’’.
Después de una larga pausa, el
hombre pregunta, alzando la voz levemente: ‘’¿Te da lástima? ¿Ahora te da
lástima ese espanto de persona?’’. ‘’No me da lástima, papá. Sólo que si lo
dejas salir, puede hacerse daño. Además, ¿para qué dejas que lo saquen? Nos
cuesta mucho dinero mantenerlo, como para que se te ocurra de vez en vez que pasee’’, responde, tratando de contener
la ira.
‘’No te enojes, mi amor. A veces
cuando me acuerdo, llamo a los enfermeros y les digo que lo saquen, que dejen
que se airee un poco. Nada más que eso’’.
‘’Pues vino’’ responde la mujer,
apretando los dientes.
‘’¡Ah! No sé cómo llegó hasta a
ti. No sabe dónde estás. Nunca lo ha sabido. Pero descuida, mi vida. Papá se
encargará de que no te moleste otra vez’’ contesta.
La respuesta de la mujer contiene
en sí toda la rabia de la que es capaz de albergar: ‘’Más te vale, papá. Más te
vale’’ y cuelga.
Respira hondo, para tratar de
calmarse. Se levanta, se arregla el vestido y el cabello y se dirige a la
entrada. Abre la puerta. Sonríe al tiempo que dice: ‘’Susana, ¿me traerías un
café por favor. La tarde va a ser muy larga’’. Vuelve a sentarse en su
escritorio y se entrega al trabajo, como siempre.