‘’Habrá premio al mejor disfraz’’
decía la invitación, en letras grandes y brillantes. Una obviedad, porque en
cada fiesta, de cada carnaval, había premio. Alguna tontería inútil, pero siempre
había premio.
Esta vez había invitado a 30
personas. No como el año pasado. No, esta vez serían menos pero los más
cercanos. Hizo la lista cuidadosamente, de manera que no fueran conocidos entre
sí, así sería más divertido y menos predecible.
Pensó sin premuras su disfraz:
una bata blanca, cuyas mangas se le ataran a la espalda. Pantalones blancos.
Iría descalzo. Así que cuando las cosas se descontrolaran, como solía pasar en
todas sus fiestas, pudiera simplemente no intervenir porque tendría ¡los brazos
atados!. Claro, no muy fuertemente, porque si no, no tendría cómo maniobrar. Y
no estaba bueno eso.
Cuando le contó de qué se
disfrazaría, ella se le quedó mirando, sin entender del todo. ‘’No todo en la
vida se puede controlar’’ dijo, a modo de explicación. Tendría que divertirse
estando así atado. Ese era el gran reto. Ella lo miró sin ganas y no dijo nada.
‘’Nunca le parecen buenas mis
ideas’’ pensó. Sin embargo, esta vez no le importó. Le parecía una idea
excelente ser el loco de la fiesta. Y que ella se vistiera de enfermera. Sí.
Eso estaría bueno.
Fue contando los días para el
carnaval. Todas las veces se prometía no celebrarlo, pero siempre encontraba
razones para sí hacerlo. Era una excusa infantil para ver a sus amigos. Esta
vez serían los más cercanos. El año pasado habían sido los del trabajo, los
mismos que al principio dijeron que él no era un tipo bueno. ¡Estupideces!
El día de la fiesta, el martes 12
de febrero, el patio de la casa estaba a punto, finamente decorado, sin
excesos, tal y como le gustaba. A cada paso se maravillaba porque todo estaba
pulcro, en su sitio. Esta vez todo iba a ser más que perfecto, cosa que le
encantaba.
A la hora convenida, empezaron a
llegar los invitados. Él estaba muy metido en su papel. Le había pedido que le
atara la camisa, pero no muy fuerte y que siempre estuviera atenta por si se
cansaba y necesitaba salirse, por un rato, de su prisión de tela.
También le pidió que lo
maquillara, para que pareciera atormentado, pero ella no se esmeró en hacerlo,
así que quedó con ribetes de polvo blanco en el rostro. En fin, ¡no todo se
puede en esta vida!
De a poco se fue animando el
ambiente. Había muy buena música, mucha bebida (se aseguró de que así fuera) y
comida. ‘’Finger food y unos drinks’’ decía, para parecer más chic.
Sus amigos bailaban sin orden, ni
ritmo, algunos. Otros lo hacían con la música que les nacía de sus propias
cabezas. Parecían títeres, muñecos desarticulados, pero felices. Inmensamente
felices. O al menos parecían estarlo.
Él también danzaba, en el centro
del patio. Comenzó a girar. Primero lo hizo lentamente, como si estuviera en
cámara lenta. Después empezó a dar vueltas más y más rápido. Perdió rápidamente
el equilibrio porque sin poder usar los brazos, no podía abrirlos y
balancearse. Cayó al suelo.
El ruido de su cuerpo al caer la
alertó. Se levantó de la silla, al tiempo que arqueaba una ceja. Apoyó la oreja
izquierda en la puerta: ‘’¿Qué pasó?’’. Y al no obtener respuesta, abrió la
ventanita de la celda. ‘’¿Qué pasó, Joaquín?’’ le preguntó.
Él tardó unos instantes en
levantar la mirada y en responderle, como un niño que ha hecho una travesura e
intentar esconder su vergüenza. ‘’Me caí’’ dijo. ‘’Me mareé y me caí’’. Ella lo
miró sin verlo, acostumbrada como estaba a hacerlo: ‘’Bueno, no lo vuelvas a
hacer, porque si no, te tendremos que inyectar’’.
Joaquín abrió los ojos
desmesuradamente: ‘’¡No, no! Te prometo que me porto bien!’’.‘’¡La fiesta aún
no termina!’’ le dijo triunfante. Ella cerró la ventanita y respiró hondo: ‘’La
fiesta se te acabó hace tiempo, loco de mierda’’ y volvió a sentarse en la
silla, con la espalda recta, al lado de la puerta de la celda.