El viejo y
decadente carrusel se alza en el corazón de un circo olvidado y abandonado. Los
caballos, antaño vibrantes y coloridos, estaban ahora rotos y anticuados, con
la pintura descascarillada y sin ojos; o mejor dicho, sin el brillo que antes
tenían sus ojos.
El circo lleva
décadas abandonado y el carrusel es la única atracción que queda, como
testimonio mudo de su rutilante pasado.
Como todo lo que
cae en el abandono, se tejieron historias, no muy alentadoras, sobre el
carrusel. Algunos dijeron que estaba encantado,otros esparcieron el rumor de
ciertos ruidos extraños y apariciones fantasmales que aparecían por la noche,
danzando entre los caballos. Los más audaces dieron fe de que los caballos
cobraban vida, que sus patas de madera se movían en una danza espectral, y que
la música del carrusel sonaba, a pesar de que el mecanismo hacía tiempo que se
había oxidado y roto.
A pesar de los
rumores, un grupo de chicos curiosos, como todos los adolescentes, decidió
explorar el circo abandonado. Llegaron hasta el sitio y caminaron entre las
carpas destartaladas, cuyas telas raídas lanzaban una especie de silbido cuando
soplaba el viento; y la hierba crecida
sin orden ni propósito alguno, hasta que dieron con el carrusel. En la
oscuridad, los caballos eran aún más siniestros e inquietantes de lo que habían
imaginado.
A medida que se
acercaban, oyeron la infantil y repetitiva música del carrusel. Los chicos
estaban aterrorizados y excitados al mismo tiempo, no sabían qué esperar, pero
aún así, decidieron avanzar y continuar con su inusual exploración.
De repente, la
música se detuvo y los caballos empezaron a moverse, con sus patas de madera
crujiendo y mientras daban vueltas y vueltas. Los adolescentes se quedaron
clavados en el sitio, incapaces de moverse, mientras los caballos poco a poco
cobraban vida y sus jinetes fantasmales de épocas pasadas, aparecían sobre sus
lomos cabalgándolos felices.
El grupo estaba más
que horrorizado, pero no podían apartar la mirada y mucho menos escapar. Los
jinetes fantasmales eran artistas del circo, aún vestidos con sus viejos
trajes, con los rostros retorcidos en una grotesca expresión de espanto y
terror.
Cuando pudieron
tomar valor, los muchachos huyeron, sin atreverse a volver nunca más al circo
abandonado. Sin embargo, el recuerdo del carrusel embrujado permaneció en
ellos, así como la certeza de que los espíritus de los artistas siempre
estarían atrapados, montados en el carrusel, para siempre.
El circo abandonado
y el carrusel embrujado se convirtieron en un lugar de peregrinación popular
para los buscadores de emociones y los cazadores de fantasmas, pero nadie se
quedaba mucho tiempo. El ambiente inquietante y la sensación de ser observado
por ojos invisibles los ahuyentaban, como un oscuro y tenebroso testimonio del
pasado y de los espíritus atrapados en su interior.