12 octubre 2012
El ciego
Ciego de nacimiento o debido a algún
traumatismo o enfermedad. No importa. El detalle es que era ciego.
Pedía dinero en el metro. Estaba en todos los
vagones, en todas las líneas, a toda hora. ''Una monedita
para este ciego, por favor'' era su cántico. Sorprendía siempre su mirada azul sin vida.
Arrastraba los pies, hacía sonar ruidosamente su bastón e
iba tropezándose con la gente. No tendría más de 50
años, pero sus ademanes de anciano prematuro, hacían que
pareciese un tipo mayor, de esos que tienen aires de derrota y abandono.
Una noche cualquiera, a las 11:00 pm. Último metro. De repente, el ciego en el mismo vagón que yo.
Mis índices de curiosidad crecían a pasos agigantados.
''Próxima estación: Chiado'' y como si tuviera un resorte,
se transforma, se yergue en toda su estatura, se dirige sin
vacilar a la puerta del vagón y sale velozmente y empieza
a subir frenéticamente las escaleras. Yo lo sigo, también
frenéticamente. Sale a la calle y sin ayuda del bastón,
empieza a caminar aún más de prisa. Yo lo persigo casi
corriendo, amparada por las penumbras de la noche.
El ciego camina muy velozmente y se mete por estrechos
callejones oscuros que no aparecen en los mapas.Sin tropiezos, ni vacilaciones.
Al final de una calle pequeña, se detiene enfrente de una puerta,
saca las llaves de su bolso y sin vacilar abre la puerta y
la transformación va teniendo lugar: el ciego se encorva,
es de nuevo un anciano prematuro, derrotado y triste y así
entra a la casa, su casa.
En la esquina me quedo un rato, viendo como las luces de
esa casa misteriosa se van apagando lentamente.
26 agosto 2012
En la cajita
Ella escribió:
"Me gusta la inexactitud de tu mirada. La disparidad de tu sonrisa. El desorden de tus rizos. La fiesta de tus pecas. El viento que levantas cuando te acercas''.
El respondió:
''Eres el oxígeno''.
Y ambos se dieron las gracias.
Gracias por el fuego.
Gracias por el viento.
Y guardaron las palabras en la cajita.
07 agosto 2012
Hacer el bien
La primera en llegar al café es ella. Da un rápido vistazo al salón de té. Ninguno de los chicos ha llegado aún. Un mesonero la aborda: ‘’Buenas tardes. ¿Mesa para…? Le indica tres con la zurda. El mesonero asiente y la acompaña hasta una mesa del fondo, junto a la ventana.
Una garúa fina y fría ha arropado la ciudad desde temprano. La chica observa las gotas pequeñas que van deslizándose por la ventana. Han pasado cerca de 15 minutos cuando él aparece. ‘’Hola’’. Da un respingo. ‘’¿Te asusté?’’ sonríe él su risa infantile de siempre, al tiempo que pregunta: ‘’¿Noticias?’’. ‘’Ninguna, aún’’, responde.
Contraria a mi ansiosa puntualidad, llego al encuentro 35 minutos tarde. Me acerco con prisa a la mesa y saludo. Un silencio eterno se instala entre los tres, hasta que se acerca el mesonero y ordenamos.
Al cabo de un rato, el chico levanta la vista de su café y da vueltas intranquilas a la cucharita dentro de la taza. Ella, de brazos cruzados, observa a la gente que lentamente pasa por la calle. ‘’¿Y bien? ¿Qué hacemos?.
Fijan la vista en mí: ‘’Una buena tanda de golpes en todo el cuerpo, de manera de que esté en cama bastante tiempo’’. Él añade: ‘’Nada de armas blancas ni muchos menos. No queremos heridas graves’’. ‘’Somos muy amateurs para este tipo de cosas’’. ‘’Además…queremos solo darle un susto’’. ‘’Un buen susto’’. ‘’Pensemos en que lo que buscamos es que no nos moleste más por un rato. No es un venganza, es solo una advertencia’’.
Los miro. Cada uno expuso su parecer. Respiro hondo. ‘’Por más específicos que seamos con los tipos que nos harán este trabajito, no podemos controlar todo lo que pase ese día’’. ‘’Me parece que ya no podemos controlar nada, desde el momento en que le paguemos a esta gente, quedamos totalmente a merced de ellos, de alguna forma’’, explica el muchacho.
‘’¿Y si se les va la mano?’’ pregunto. Ella responde, con cautela: ‘’Es uno de los tantos riesgos que hay que correr’’. ‘’Hoy venía pensando en todo esto’’, digo. ‘’Recordé el caso de uno de mis profesores de la Universidad. Dos tipos lo interceptaron cuando estaba llegando a su casa y le destrozaron las rodillas a patadas. Solo las rodillas. Estuvo todo un año en rehabilitación. En algo así pudiéramos pensar para nuestro infeliz’’.‘’El fin justifica los medios y más en este caso’’, concluyen. Miro por la ventana. La lluvia cesó y hay más gente en la calle ahora.
‘’Bien. Pauto la reunión para la semana que viene. Cada uno que lleve su parte del dinero’’. ‘’Hacer el bien. Nuestro bien. Y el de los demás chicos. Recordemos eso para evitarnos culpas’’, sentencia el muchacho. Ella asiente. Los miro antes de concluir: ‘’Hacer el bien. Me gustó eso’’. Afuera, ya sin lluvia, el frío del invierno que languidece, nos aguarda.
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07 mayo 2012
La única
11 abril 2012
Por primera vez
En la vieja camioneta espera paciente. Se protege tras unos innecesarios lentes oscuros. En su mano izquierda agoniza un cigarrillo y en la derecha un mate lo ayuda a calentar el cuerpo. Chupa con fruición y observa el café de enfrente: Barrabás. Nombre interesante para un lugarcito de tan poca monta. Al fondo, está la chica. Imposible que en pleno invierno esté vestida de rojo. La ve pedir un café chico con crema, añadir tres bolsitas de azúcar y tomárselo lentamente. La ve hojear el periódico sin interés. Vuelve a cerciorarse de que es la misma muchacha: observa la foto y a ella. No hay dudas. Es la misma. Lleva lentes y el pelo largo castaño cae benévolo y sin desorden sobre los hombros. Desde que entró al café no se ha quitado el gorrito invernal. Tiene un aire tierno y a la vez feroz. O tal vez son solo sus impresiones. En el asiento del copiloto reposa su vieja arma calibre 22. La agarra con cuidado y verifica que esté lista para ser usada una vez más. Enciende el segundo cigarrillo. Nadie ha notado su presencia. Se ha mimetizado de tal forma con ese paisaje urbano que es un anónimo más. Da una pitada larga y humeante. Observa a la chica pedir la cuenta. Se acomoda en el asiento y enciende el motor. La chica paga la cuenta y se levanta con calma. La observa cuando se coloca el abrigo, esconde el mar de cabello en el gorrito invernal, se cuelga la cartera y protege las manos con los guantes. Él respira hondo. La ve salir del bar. Toma el arma y apunta con disimulo y perfección a la cabeza. En todos estos años, nunca ha fallado. La chica está parada frente al bar. Se arregla el abrigo más por coquetería que para resguardarse del frío. Levanta la vista y ve por segundos el arma que la apunta directamente y justo detrás, ve al hombre que la sostiene. Clava la mirada con desparpajo en los lentes oscuros y se ve reflejada perfecta y exacta en ellos. Por primera vez en tantos años de ejecutar gente por dinero, le tiembla la mano, se agita incómodo ante la inesperada maldad de aquella mirada penetrante. La muchacha se quita el gorrito y todo su cabello de medusa cae sin prisas y se señala la frente con el índice: ‘’Aquí. Justo aquí’’, la ve decir. Él sigue temblando y deja caer el arma, presa del pánico, por primera vez en tantos, tantos años. Sube torpemente la ventanilla de la camioneta cuando la ve dar un paso hacia él, como un animal listo para cazar a su presa. Suelta el freno y arranca sin importarle nada, solo su vida, estar a salvo, por primera vez. La última visión aterradora de aquella chica de apariencia común y frágil es la de verla correr detrás de la camioneta y señalarse la frente repitiendo: ‘’¡Aquí. Aquí!’’. Después de varios kilómetros y con el corazón a punto de estallarle, se detiene y envía un mensaje de texto con la primera mentira de toda su carrera de sicario: ‘’Listo. Justo en el medio de la frente’’. Se lleva la mano derecha al pecho y se desvanece sin haber cumplido su última misión.
16 febrero 2012
40 grados. Sensación térmica de 44 grados
Escucha de nuevo la historia. La puede ver, sin necesidad de verla: todo su cuerpo en la mitad de la cama de media plaza, como si estuviera hundido en el colchón, casi pegado a las sábanas. El sudor en gotas se desliza lentamente por la frente, no sin antes ensopar el cuero cabelludo. Sigue su largo, inclemente y acuoso camino: hombros, brazos, torso, piernas. Nada escapa a la acción soporífera y debilitante. La ropa está también adherida a ese cuerpo, como un tatuaje.
La humedad y la brisa caliente y espesa de la mañana entran sin permiso en la habitación. Latigazos de calor revuelven el ánimo. Maldito infierno ajeno. Ya es suficiente con el propio. Los párpados se despegan lentamente de su prisión de sudor. La vista se fija en el techo blanco, primero en la lámpara, después en un punto cualquiera. El cuerpo gira hacia la derecha y el brazo izquierdo cae, con una delicadeza impropia para el momento, sobre ese lado de la cama, ahora vacío. El verano pasado los sudores de ambos se entremezclaban sin importar los 40 grados del exterior y aunque el infierno era un algo palpable, era irrelevante.
La respiración se acompasa con el calor. Es lenta y pesada. Como un zarpazo, las imágenes de la noche anterior se van sucediendo nuevamente. El ceño se frunce y presagia una tormenta del espíritu. El sueño era el episodio de una novelita barata: él se casaba, la noticia salía en los periódicos, en el noticiero de las 8:00pm, todos la comentaban y se esparcía por toda la ciudad ardiendo. Cierra los ojos. Las lágrimas empiezan a asomarse de forma tímida. Se van uniendo con el sudor hasta no saber dónde empiezan y dónde terminan.
Esto no estaba en sus planes. Ese abandono. Quería más veranos a su lado, sin importar la humedad, el calor, los mosquitos y sin embargo, no fue. Nada fue posible entre ambos después de aquel verano indolente. Esta historia que las une flota en el aire entre ambas. Se resiste a evaporarse como las gotas de sudor. Permanece. Cae sobre la ciudad como cenizas lastimeras de un incendio. Ella la escucha, con aparente calma. Tendrá que decirle, en algún momento incierto, que él sí duerme a su lado en este verano, que sí se van a casar, que la noticia sí saldrá en los periódicos, que sí tendrá muchos veranos a su lado. Respira hondo. Suda.
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10 enero 2012
Kinestesia
Desde lejos se percibe su desorden, su genio y el alma de nostalgia que lleva escondida en la risa.
Entre el ruido y la gente la ve. Desde lejos, incluso, se percibe su orden, su seriedad y el alma edulcorada que lleva escondida en la mirada.
Ella parpadea lentamente. El chico se acerca con su desorden, genio y nostalgia. Cuando están frente a frente, él le retira con delicadeza el cabello de los hombros. Esconde sin permiso su cabeza y la fiesta de sus rizos en el hombro de la muchacha. Los brazos, apresan la cintura, la espalda. Al principio es un abrazo tierno. Después amolda mejor su cuerpo y se pega completamente al de ella. Ese abrazo, ya no tierno, ya no tímido, es más bien necesitado, urgente. Se entierra literalmente en el cuerpo ajeno y ella sólo atina a acariciarle la espalda con cierta firmeza. Que la sienta y que tal vez sienta también su ternura.
La chica respira hondo y él se separa, lento, silente. Es entonces cuando ella lo imita y entierra a su vez la cabeza en su hombro y se queda detenida en el hueco cálido que se forma entre el cuello y ese hombro.
Antonio, salido de la nada, aplaude. La chica se separa del muchacho y se da la vuelta, sonrojada. ‘’Linda pareja’’, dice Antonio, irónico, lo que delata su envidia. ‘’Hay mucha paz entre ustedes’’, continúa con un tono más letal aún. El muchacho sonríe una media sonrisa. Antonio finaliza con una imagen bucólica: ‘’Me los imagino en el campo’’ y el chico replica un ‘’sí, sí, entre ovejas y vacas’’ y hace una reverencia, a modo de burla, propia de su genio. Antonio lo ve alejarse y cuando ya lo pierde de vista, se acerca a la chica. ‘’¿Vamos?’’. Ella levanta la mirada y toma sin ganas la mano de Antonio. Se abren paso entre la gente, el ruido, la noche.
Ambos se quedan minutos detenidos por la muchedumbre que atesta el lugar. En medio de aquella congestión, ella siente como lleva aquel abrazo urgente y necesitado aún pegado al cuerpo. Se da la vuelta suavemente y ve al chico mirándola desde lejos. Percibe su desorden, su genio, su alma de nostalgia que lleva escondida en la risa. Él sonríe complacido, ella atina a devolverle la sonrisa, antes de irse del todo, de la mano de Antonio que la obliga a seguirlo. Baja la vista y lo sigue, como siempre, desde que se conocieron.
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