Cada uno tiene el
mismo tiempo disponible: dos horas todos los días de su rutina laboral. Han
calculado lo que les lleva salir de sus respectivos trabajos, llegar al metro,
subirse, bajar en la estación de destino y encontrarse en el apartamento de él:
20-25 minutos.
Cuando se
encuentran, no sólo se abrazan y se besan, sino que se desvisten con ansiosa prisa
y se arrastran el uno al otro hacia la habitación principal, no sin que antes
ella se quite la alianza de matrimonio y él coloque boca abajo, en la mesita de
noche, la foto que tiene con su novia. Una vez que este ritual se cumple, se
acuestan en la cama, muy, pero muy juntos, respiran hondo y simplemente se
entregan al sueño.
Ella siente su
calor y cuando él la abraza por la cintura desnuda, entrelaza sus piernas con
las de ella como aferrándola hasta donde lo permiten los cuerpos para hundirse
un poco en su espalda. Le gusta sentir el suave aleteo de sus pestañas y el
ritmo acompasado de su respiración sobre su hombro, que se humedece
delicadamente, como besado por un cálido rocío. A veces coloca su barbilla en
el hueco entre su hombro y su cuello y le hace cosquillas con la barba en la
piel tierna.
Algunos días
cambian de posición durante el tiempo que les resta y es entonces cuando ella
lo abraza. Descansa su cuerpo a un costado del de él. Olvidan el mundo mientras
sueñan, se toman de las manos, se rozan, vibran, suspiran.
Cuando despiertan,
respiran hondo de nuevo y se miran a los ojos. Él la atrae hacia sí y la
esconde entre sus brazos. A veces ella lo abraza y con la punta del dedo
tembloroso le dibuja círculos en la espalda. Y después de un rato despiertan
ambos del todo. Y entonces todo vuelve a ser la odiosa rutina de siempre. Cada uno
regresa a su vida, después de la siesta, de lunes a
viernes.
1 comentario:
Qué maravilla tiene que ser sentir ese abrazo en cada siesta
Publicar un comentario