Lo espera sentada en las escaleras de la
entrada de su casa. Cuenta los minutos para verlo. Él, por su parte, va lo más
rápido que puede a su encuentro. Cuando la ve, abre instintivamente los brazos
y esboza su mejor sonrisa de loco alucinado. ``¡Diosa pagana de inalcanzable
fulgor!`` le dice y la esconde entre sus brazos.
Ella ríe una risa tierna y divertida. ``Te
extrañaba mucho. Necesitaba tu abrazo´´, lo besa en la mejilla y apoya la
cabeza en su hombro. Él le acaricia el cabello y la atrae contra sí. ``Qué
lindo verte``, le susurra.
Se van caminando al restaurante convenido. Él
le cuenta todo lo que ha pasado desde que no se han visto. Durante todo el
camino, su mano traza un trayecto de reconocimiento que comienza en el hombro
de la chica y va bajando por la espalda, hasta terminar en su cadera. Esa mano
asciende y desciende firme y lenta, varias veces, por esa espalda.
``Odio que estemos tan lejos``, le confiesa
ella. Él asiente, la acerca contra su cuerpo y la besa en la mejilla. ``A los
amigos habría que llevárselos en una bolsita y trasplantarlos, como si fueran
plantas, o sembrarlos, como si fueran semillas, y verlos crecer a nuestro
lado``, dice. Ella sonríe. ´´Tú y tus ideas excéntricas``, dice en voz baja.
Cuando llegan al lugar, escogen una de las
mesas de la ventana, un buen vino y pasta. Hablan y hablan, de ellos, de sus
vidas, de lo que eran cuando estaban juntos, de lo que son ahora, de todo lo
posible y lo imposible. A veces él se inclina sobre la mesa y le toma la mano o
a veces ella entrelaza sus piernas con las de él, por debajo de la mesa.
Al terminar la velada, ella le ofrece su brazo
y durante el trayecto de regreso a su casa van así: de brazos dados. Adrede, la
chica camina más lento que de costumbre, para prolongar el estar juntos, como
antes. En la esquina, se detiene en seco y le pregunta: ´´¿Y si nos tomamos una
cerveza?``. ``Me parece bien, pero en tu casa``, ordena él, suavemente. ``Mi
casa es un desastre``, le advierte; a lo que él responde solemne: ´´No hay nada
en esta vida que ya me impresione´´ y le sonríe.
Compran cerveza y van a su casa. Antes de
entrar, ella le tapa los ojos y lo lleva sin prisas hasta la sala. Enciende una
luz tenue. ``¿Me quieres seducir?’’, pregunta pícaramente. ``No, no. Solo
quiero evitarte un susto al ver mi desorden`` explica.
Se sientan en el piso a beber. A veces hay
silencios cómodos entre ambos, en los que él apoya su frente contra la de ella,
juega con sus rizos, recorre su rostro con delicadeza. A veces hay palabras y
declaraciones: ``Es increíble lo mucho que te extraño``, ``te recuerdo a
diario``, ``quisiera estar cerca de ti de nuevo``. Hay besos castos, en las
mejillas, propios de los amigos que se desean. Hay caricias que de durar más de
la cuenta, se transformarían en deseo. Pero se contienen, como solo ellos
aprendieron a hacerlo.
´´Te quiero más que al resto´´, le reitera.
Ella acaricia uno a uno sus dedos. Primero la mano derecha, luego la izquierda.
Al llegar al anular, le da vueltas a su anillo de casado y le dice: ``Mándale
saludos a Dani y dile que también la extraño. Amigos como ustedes son difíciles
de encontrar``. Se miran largamente a los ojos. Él sostiene el rostro de la
muchacha entre sus manos y ella apoya sus manos sobre los muslos. Están tan
cerca que se confunden sus respiraciones.
´´Debo irme´´, le dice y la besa en la frente. ´´Debes volver a irte´´, lo
corrige ella. Se levantan y dirigen a la puerta. Una vez en la entrada del
edificio, se abrazan tres veces: la primera para no extrañarse, la segunda para
recordarse y la tercera para despedirse. ``Fue muy lindo verte`` dicen al
unísono, sin premeditación. Ambos ríen. Él se marcha lentamente, de espaldas
para evitar perderse de verla los últimos minutos de esa noche juntos. Ella
sonríe hasta que lo pierde de vista y se sienta en las escaleras de la entrada
de su casa. ´´Adiós, querido, adiós``, musita.
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