Se aburre. La clase apenas empezó
y ya cuenta los minutos para que termine. No logra entretenerse con nada.
Escribe sandeces en su cuaderno. Intenta dibujar. A veces mira a la profesora y
asiente, para dar la impresión de que está prestando atención, pero está a
kilómetros de distancia.
Al cabo de unos minutos siente
que vibra su celular. Disimuladamente, lee el mensaje: ‘’Mischa tuvo un
pre-infarto. Estamos en el San José’’. Abre desmesuradamente los ojos y lee de
nuevo el texto. No entiende cómo alguien puede tener un pre-infarto a sus 27
años. Recoge sus cosas y se levanta. ‘’¿Pasa algo?’’ pregunta la profesora.
‘’Una emergencia…inesperada’’ responde, sin lograr dar con el adjetivo correcto
y huye del salón. ‘’Buen timing,
Mischa’’, piensa.
Llegar al hospital San José, al
otro lado de la ciudad, es un viaje; o más que un viaje, una odisea, así que se
arma de paciencia. Serán cerca de dos horas y media de camino, pero no tan
aburrido como estar en clases, de esto está segura. Durante el trayecto piensa
en Mischa, ese ser a ratos adorable, a ratos detestable, que comparte con ellas
su apartamento de estudiantes. Muchas veces pensaba en lo mal que habían hecho
en alquilarle el cuarto. Pero él había llegado con su perfecta sonrisa y su
estampa también perfecta de estudiante de medicina del último año y las había
cautivado. Una lástima. Ella aún se arrepiente y sabe que Susi también, aunque
no lo confiese.
Cuando llega al hospital, se
queda unos minutos observando la imponente estructura de los años 20 que se
conserva tan impecable, a pesar del escaso mantenimiento. Camina por el amplio
pasillo de paredes de cal blanquísima hasta llegar a emergencias, donde está
Susi, viendo por al amplio ventanal, como hipnotizada. ‘’Su’’, dice. La chica
da un respingo. ‘’¡Me asustaste! No te sentí llegar’’ responde, al tiempo que
la abraza. ‘’No entiendo aún lo del pre-infarto…¿qué estaba haciendo? ¿Cómo
pasó?’’. Susi la observa y se encoge de hombros. En vista de la ausencia de
respuesta por parte de la muchacha, continúa preguntando: ‘’¿Podremos verlo, al
menos? ¿Está muy mal? ¿Qué dijo el doctor?’’. ‘’No sé. Está en terapia
intensiva. Te estaba esperando para que habláramos con el médico. No tengo
mucha idea de qué hacer en estos casos. Nunca me había tocado algo parecido’’.
Ambas se encaminan entonces hacia la recepción del hospital donde una enfermera
gorda y con cara de eterna fatiga las recibe sin ganas y las hace pasar al
consultorio del doctor de guardia.
Un hombre de unos 50 años, semi
calvo, de cara redonda, llena de pecas, las recibe. ‘’¿Son ustedes familiares
de Michael Gunther?’’ pregunta. Susi responde: ‘’No. Es nuestro compañero de
apartamento. Le alquilamos una habitación’’. ‘’Entiendo’’, continúa el
médico, ‘’por tanto, ¿de su historia
clínica conocen algo?’’. ‘’No’’, responden ambas a coro. ‘’El señor Gunther…¿usa
drogas?’’ indaga el hombre. Las chicas se miran. ‘’No que sepamos’’, responde
Susi de nuevo. ‘’Doctor…queremos saber si va a estar bien, si tiene opciones de
recuperarse o si tenemos que hablar con la embajada alemana para que contacte a
su familia. Esas cosas. ¿Entiende?’’. ‘’No creo que pase nada más grave de lo
que ya pasó, dados los exámenes preliminares y la juventud del paciente. Estará
en observación un par de días, a lo sumo, y dependiendo de su evolución, lo
pasaremos a una habitación normal. Las mantendremos al tanto’’. Las chicas
salen del consultorio y se dirigen a la salida.
‘’¿Drogas? ¿Qué hizo anoche este
tipo para terminar hoy en este estado?, pregunta. Susi la mira: ‘’No es la
primera vez. Lo intuyo. Mischa camina al filo. Quiere y no quiere salvarse.
Quiere y no quiere morirse. Quiere y no quiere la vida’’. En silencio, regresan
a casa.
Se turnan para ir al hospital: de
mañana una, de tarde otra; hasta que Mischa mejore y lo pasen a una habitación
normal, milagro que ocurre por fortuna al término del segundo día de estar en
terapia intensiva.
Un mensaje temprano de mañana
despierta a Susi: ‘’Su, si alguna viene hoy, ¿me traería mis revistas porno?
Están debajo del colchón. Besos. M’’. Lee dos veces el mensaje sin creerlo del
todo. Sale de su cuarto y va al de Amanda, quien se está alistando para ir a la
universidad. ‘’Lee esto’’, le ordena. Amanda resopla. ‘’Típico de él. Ni
siquiera un ‘buenos días, qué tal están, gracias’. NADA. Lo peor no es eso. Lo
peor es que una de las dos irá a llevarle ¡las putas revistas!’’. Ambas ríen.
El resto de la semana, siguen con
sus turnos de enfermeras improvisadas. Mischa recupera los ánimos, el color,
come de mejor gana la horrorosa comida del hospital y se muestra amable con
ellas, como si de verdad las apreciara y agradeciera sus cuidados. Al octavo
día, la tan esperada noticia del alta médica le saca a Mischa la única sonrisa
verdadera de sus 27 accidentados años. A las 12:00pm del día 12 de abril,
Michael Gunther podrá abandonar el hospital, rumbo a casa. ‘’Estaré listo a las
11:00. Esperándolas’’, les dice, al tiempo que las abraza, como si fueran
sinceros esos abrazos y estuviera feliz por haberse salvado del destino, una
vez más.
El día pautado, Amanda y Susi
llegan al hospital, con algo de retraso, inusual en ellas. Entran corriendo y
preguntan en recepción por Mischa. La enfermera de turno les indica que el
señor Gunther abandonó el hospital por sus propios medios, después de recibir
los papeles del alta, a las 10:10am. Las chicas se miran entre sí.
‘’¡Imposible! ¡Le daban de alta a las 12:00!’’ exclama Amanda. La enfermera le
clava la mirada: ‘’Mire joven, si el paciente recibió el alta médica, no hay
motivos para retenerlo. ¿Necesitan algo más?’’.
Durante las dos horas y media que
les lleva volver a casa, llaman incesantemente a Mischa y solo reciben el
mensaje de la contestadora de su celular. Una vez en el apartamento, Amanda
dice: ‘’Mischa, ¿llegaste? Fuimos al hospital a buscarte’’. Pero no recibe
respuesta. Más perplejas que antes, entran al cuarto del chico: vacío. La
estantería de libros vacía. La cama vacía. El closet vacío. La cómoda vacía.
Solamente sobre la mesita de noche está una foto del último cumpleaños de
Amanda, la única donde están los tres: Amanda, Susi y Mischa, abrazados,
sonrientes, con gorros de un carnaval de fantasía. Felices.
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