La mujer abre delicadamente la
puerta de la vieja oficina. Lleva un pañuelo azul claro en la cabeza y unos
lentes de sol grandes que ocultan su rostro, imposibles en el día nublado que
escogió para presentarse.
Duluc la observa. La detalla.
Tiene el mismo porte que todas las demás mujeres que entran sigilosas en su
oficina. No hay nada de extraordinario en ella. Nada que lo haga conmover.
La oficina está casi en
penumbras. Los viejos muebles le dan un aspecto entre tétrico y triste, como si
el tiempo se hubiera detenido incierto, sin saber qué hacer, sin avanzar, ni
retroceder. Hay una bruma espesa, producto de las innumerables cajetillas de
cigarrillos que Duluc consume al día.
‘’Señor Duluc’’ susurra la mujer.
El anciano le indica con la cabeza que tome asiento en la salita, al tiempo que
vuelve a hundirse entre las carpetas y los papeles que pueblan su escritorio.
Pero la mujer permanece de pie. Y del susurro pasa a una voz fuerte, dura. ‘’No
pienso sentarme en ninguno de estos sillones de asco’’. La declaración toma a
Duluc por sorpresa. ‘’Entonces no se siente, pero va a tener que esperar
igual’’, le responde ásperamente. Ella se encoge de hombros. Así que permanece
de pie, erguida, con la cartera entre las manos y cada tanto, levanta un pie,
sin despegar el talón del piso, y golpea el suelo. El hombre la mira por encima
de sus propios lentes e intenta ignorarla, pero cuando escucha el ruido por
cuarta vez, deja lo que estaba haciendo, se levanta y la encara: ‘’¡Deje el
ruido!’’. ‘’¿Va a atenderme? Fui puntual. Espero lo mismo de usted, señor
Duluc’’.
Secretamente impresionado por la
determinación de la mujer, Duluc se acomoda los lentes para disimular su
repentina admiración. Hacía años que una clienta no lo trataba con tanta
fiereza. Siempre le gustaron las mujeres de carácter, aquellas que pasaban por
encima de su malhumor, de sus malos modales, de su desdén y lo trataban como si
él fuera un alguien totalmente dominable y hasta prescindible.
‘’Pase, entonces, así deja de
comportarse como una niña malcriada’’. ‘’Pago sus honorarios, así que tengo
derecho a comportarme como me dé la gana, señor Duluc’’ le espeta, con voz aún
más dura.
Duluc toma las solapas de su saco
y respira hondo. La detalla de arriba abajo. ‘’Pase. Puede sentarse ahí, si no
le da a-s-c-o o puede quedarse de
pie, como prefiera. Tenga en cuenta que tengo mucho que decirle sobre su
caso’’. La mujer entra al despacho. De su cartera saca un pañuelo, lo desdobla
y lo coloca sobre el asiento. ‘’Todo en esta oficina es un soberano a-s-c-o’’ dice, remedando al viejo.
El hombre ignora el comentario.
De la gaveta saca una carpeta abultada que contiene fotos, informes con fechas,
escritos varios detallando actividades de las dos personas que le interesan a
la mujer en cuestión. Duluc comienza con su discurso de la única forma que sus
modales de hombre rico venido a menos le permiten: ‘’Su marido, señora, no le
es infiel; sino infielísimo’’ dice y suelta una risita irónica. Ella permanece
imperturbable. El anciano continúa: ‘’Durante las tres semanas que nos pidió
que lo siguiéramos, para corroborar su teoría de que su hombre tenía un affair, constatamos que se encuentra con
regularidad, digamos unas dos o veces por semana, a la hora del almuerzo a
veces y otras en la tarde, alrededor de las 4:00p.m con una dama, y cuando digo
‘’dama’’ señora, me refiero a una mujer tal vez contemporánea con usted, pero
con una clase indiscutible’’. Duluc escogió sus palabras con esmero para causar
un efecto parecido a la hecatombe en su clienta, pero no lo logró. Ella
permaneció inalterable.
El hombre carraspeó, antes de
continuar. Quería que cualquier cosa que hiciera o dijera, alterara a la mujer,
pero no lo lograba. Ni siquiera cuando le detalló los encuentros de su marido
con su amante, ni cuando le contó las veces que los siguieron hasta la entrada
del hotel de paso en el que se veían, ni los cafés que frecuentaban, ni los
besos en plena calle, amparados por la multitud; nunca logró hacer que la mujer
cambiara el ritmo de su respiración, reaccionara, se incomodara. Nada.
Cuando el detective terminó su discurso,
la mujer se quitó los lentes por primera vez en toda la tarde y clavó su oscura
mirada en el hombre. ‘’Todo eso lo sabía ya, señor Duluc’’ dijo. ‘’No
necesitaba la confirmación de que mi marido tiene una amante, como usted acaba
de decir. Eso no fue lo que le pedí que investigara ni para eso le pagué. Yo
quiero saber quién es ella, dónde trabaja, qué hace cuando está sola, qué
restaurantes frecuenta, sin mi marido, claro´´ y esbozó una sonrisa irónica.
‘’Para eso le pagué. Quiero su nombre, número de documento, dirección, todo.
Pero no se asuste. Ya debe haberse dado cuenta de que no soy el tipo de mujer
que sale corriendo a vengarse de la otra con una cuchillo en la mano, no no no.
Eso es para las débiles’’.
Duluc, sorprendido, se levantó
del asiento. ‘’¿Pero señora y entonces qué pretende? ¿No quería usted
constatar, como todas las mujeres que sospechan que su marido le es infiel, que
sí lo es? ¿A qué está jugando? Le agradezco que…’’. La mujer lo interrumpió:
‘’Sé muy bien lo que hace mi marido y desde hace cuánto tiene aventuras
amorosas. No necesité de sus servicios para esto, caballero. Yo quiero que
recabe los datos que le exigí desde un primer momento y a la brevedad’’.
El hombre la miró fijamente, sin
entender. ‘’Pero dígame: ¿qué pretende?’’, le preguntó impaciente.
‘’Entretenerme. ¿Le sorprende? Esta ‘’dama de clase indiscutible’’ como señaló
hace un rato usted mismo, no es como las otras. Es muy diferente. Tiene algo
que ha hecho que mi marido sea un mejor marido. Digamos que lo ha convertido en
un hombre dócil, dulce y hasta interesante. Rasgos que nunca tuvo’’, respondió,
sin el tono áspero de voz que había empleado durante toda la reunión. ‘’Yo
quiero saber qué tiene esa mujer para haber hecho de mi marido un tipo
diferente, digno incluso de mi curiosidad. Él no va a terminar conmigo por
ella, lo sé. Y si lo hiciera, le aseguro que me estaría haciendo un gran favor,
para acabar con el tedio que es lo único que siempre nos unió. Investigue
Duluc. Quiero detalles’’.
El anciano respiró hondo y volvió
a sentarse. Mientras mascullaba, iba rompiendo los informes, las fotos, delante
de la mujer. ‘’Le digo que nunca…’’, comenzó a decir, pero ella lo atajó:
‘’Nunca diga nunca. Investigue. Quiero llegar al corazón de todo este asunto.
Precisamente eso, Duluc: al corazón’’. Se colocó los lentes de sol. Se levantó
del asiento y tomó el pañuelo, no sin antes arrugarlo y arrojarlo en la
papelera. Dio medio vuelta y salió del despacho, despacio. Abrió la puerta de
la oficina y salió.
El anciano bufó. ‘’Hay cada loca
en este mundo’’, dijo en voz alta, pero secretamente estaba complacido de
trabajar para esta mujer, que buscaba otra cosa, respuestas a verdaderas
interrogantes, que van mucho más allá de los hechos. Ese era el tipo de trabajo
que le apasionaba: investigar las verdaderas razones que oculta la mente detrás
del corazón.
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