Se detiene en la puerta de
entrada. No tiene necesidad de detallarla puesto que, en todo ese tiempo que ha
pasado desde la última vez que visitó la casa de su infancia, nada ha cambiado.
Absolutamente nada.
Abre entonces la puerta. Da un
vistazo rápido a la sala, que sin muebles luce más grande de lo que en realidad
es. Camina hacia su cuarto y abre las ventanas. La luz de la mañana todo lo
inunda con su calidez. Sonríe. Cierra los ojos por momentos y puede verse de
niña, jugando con sus muñecas o espiando por la ventana la vida de la calle que
transcurría tan lejana y tan cercana a la vez. ‘’Qué tiempos aquellos’’ piensa.
Ya en el cuarto que era de sus
padres abre también las ventanas y una brisa fría la envuelve. Puede escuchar a
sus padres hablando sobre el futuro de ellos, sus niños, la escuela, la
familia, los vecinos, los amigos; todo aquello que era su universo cuando ella
era pequeña. Suspira.
Los cuartos de sus hermanos
corren con la misma benéfica suerte: las ventanas se abren para dar paso a la
novedad de la luz. Por último, va hasta la cocina. Su hermana mayor está sentada
en el suelo, de espaldas a la puerta. ‘’No sabía cuándo llegarías, Amalia. Pero
no podía cansarme de esperarte. ¡Te necesito tanto!’’ le dice con voz triste,
sin darse la vuelta. Amalia se acerca despacio, coloca las manos sobre los
hombros de su hermana y después la abraza. ‘’Ya estoy aquí’’ le dice
dulcemente. ‘’¿Faltará mucho para que papá y mamá lleguen? ¿Y Ángel? ¿Y
Raúl?’’. Amalia suspira hondo antes de responder: ‘’Les tomará más tiempo,
hermana. Pero ya llegarán y volveremos a estar todos juntos.’’ Amalia abraza
con más fuerza a su hermana. La siente tan frágil, tan desorientada. No solía
ser así, pero el accidente todo lo cambió. La toma de la mano y la lleva a
recorrer la casa.
‘’Abrí todas las ventanas. Debe
entrar la luz. Es necesaria’’ explica Amalia. ‘’¿Cuándo podremos irnos del
todo?’’ pregunta ansiosa su hermana. Amalia la mira con lástima: ‘’No lo sé.
Debemos permanecer y no sé por cuánto tiempo’’.
Los papeles se han intercambiado
desde la última vez que se vieron. Amalia luce fuerte, decidida; atrás quedó la
adolescente insegura y tímida que era. Su hermana, en cambio, ahora es una
mujer joven temerosa de todo, fatalista y melancólica. Amalia la observa: tiene
los ojos hundidos, sin brillo, como si una preocupación muy grande la estuviera
consumiendo. ‘’¿Qué te está pasando, hermanita?’’ le pregunta con dulzura. Las
lágrimas caen pesadas por el rostro de su hermana. ‘’¿Dolió acaso?’’. Su
hermana asiente. ‘’Me vi volando. Me vi cayendo. A veces me duele mucho aún la
cabeza’’. ‘’Yo también me vi volando, me vi cayendo, pero no dolió’’ le
confiesa Amalia, y continúa: ‘’Esto es una suerte de liberación. Es así como
debes verlo’’. Sonríe y atrae a su hermana hacia sí y de nuevo la abraza y la
consuela. ‘’Quiero que esto termine, Amalia. Todo’’, le dice, mientras
permanece escondida en el abrazo salvador de su hermana menor.
Muy lejos de ahí, de la casa de
su infancia, Ángel recuerda su pasado y piensa en sus hermanas. ¿Cómo serían
ahora? ¿En qué se hubieran convertido? ¿Se habrían casado como Raúl y como él?
¿Habrían tenido hijos? ¿Qué habría sido de sus hermanas? Respira hondo y en muy
baja voz se persigna, al tiempo que dice: ‘’Que en paz descansen’’.