Hace tiempo ya que no recibe
noticias de su amiga, la de la tienda de pelucas. La última vez que supo de
ella, fue hace seis o siete meses. Se encontraron en un café del centro para
despedirse. Estaría lo que quedaba del año en Caracas, atendiendo su negocio de
pelucas, que infelizmente no iba muy bien, dada la crisis.
Se contaron las mismas cosas de
siempre, pero de manera diferente para que sonaran a nuevas. Su amiga tenía la
ilusión de empezar a vender las pelucas online, de hacer su tienda virtual.
Siempre estuvo a la caza de oportunidades, de reinventarse y más en
circunstancias tan rudas como las de vivir en Venezuela, su país adoptivo.
‘’Vente a España, de una vez,
¿para qué tanto lío?’’ le decía. Su amiga hacía caso omiso y le daba mil
explicaciones de por qué quería quedarse, a pesar de todo. ‘’Allá las mujeres
son más coquetas’’, esgrimía, entre tantos argumentos. Ella resoplaba. Le
preocupaba el hecho de que ya ambas se estaban haciendo mayores y, en el caso
de su amiga, no tenía quién velara por ella. Si algo le pasaba, estando allá,
¿quién se ocuparía?
En esos meses sin saber si estaba
bien o si algo le había pasado, había pensado todos los escenarios posibles. No
tenía a quién recurrir, no sabía con quién comunicarse, y aunque lo intentó con
el consulado, y otros medios oficiales, no tuvo éxito.
Ingenuamente, a todos los recién
llegados de aquel país con los que se topaba, les preguntaba por la tienda de
pelucas. ‘’La tienda de pelucas de Chacao, ¿la conocen?’’. Se sentía ridícula y
algo tonta haciendo la misma pregunta siempre, pero tenía la esperanza de que
alguien le diera una respuesta que la dejara tranquila, así fuera una mala
noticia o la que ella más temía.
Sin embargo, nadie conocía la
tienda, ni a su dueña. Ella sabía que era una utopía preguntarlo, pero no
quería dejar de hacerlo. En las ciudades convulsionadas por sobrevivir, nadie
da cuenta de la falta de una única persona.
Del otro lado del mundo, deambula
por las calles. Va y viene, viene y va, sin rumbo, con su saco de pelucas a
cuestas. Un día salió de su casa, la cerró con ganas. Pasó por su tienda y
guardó algunas pelucas, las más lindas. Se recogió el pelo y se colocó una,
platinada, que combinaba con todo lo que siempre había querido ser: extravagante,
diferente, nunca anónima. Cerró bien el local y empezó su huida. Huyó sobre
todo de su propia vida.