El departamento de enfrente estuvo mucho tiempo deshabitado. A veces, cuando se asomaba al balcón, veía al chico que lo mostraba a posibles inquilinos. Nunca fue del tipo fisgón, ni mucho menos. Las vidas ajenas le importaban poco, por no decir nada. Hasta que ella llegó.
Fue ese septiembre atípico,
pandémico, raro en todo sentido; sin embargo, en medio de todo ese caos, la
nueva inquilina se instaló. Estaba tan acostumbrado a no ver a nadie en el
depto de enfrente, que se sorprendió a sí mismo pendiente de los cambios que se
sucedían vertiginosamente.
Más sorprendido quedó cuando vio
que la chica había instalado su escritorio justo en la ventana que daba al
balcón de su casa y él pasaba más tiempo de lo normal apareciendo de vez en vez
para verla o hacerse el que no la veía.
Compró algunas plantas, para
sorpresa de su propia mujer que sabía que nunca le habían interesado, y las
colocó en el balcón. Les empezó a dedicar ciertos cuidados, a cualquier hora
del día, de manera de observar a su nueva vecina.
La chica no hacía más que
trabajar, atender llamadas, reuniones de trabajo seguramente fastidiosas y
rutinarias. Nada del otro mundo. Pero él se sentía observado, sin que ella lo
hiciera adrede. O quizás él quería sentirse de esa forma.
Hacía mucho tiempo que ninguna
mujer le llamaba la atención y no sabía tampoco por qué esta extraña lo
obligaba a pasar rato en su propio balcón, primero esporádicamente y después
por largos periodos.
La chica de enfrente no era
particularmente bella, ni tan siquiera interesante a la vista, al menos desde
donde él la veía, pero era magnética y eso creaba un halo de interés que pensó
nunca volvería a sentir por ninguna otra mujer.
‘’Me gusta tomar el sol de la mañana’’, ‘’el
café sabe mejor al aire libre’’ le había dicho a su mujer, cuando ella le
preguntó por qué esa nueva rutina. ‘’Tenemos este balcón y casi nunca lo
disfrutamos’’, había añadido. ‘’Me he vuelto un patético voyeur a estas alturas
de mi vida’’ pensaba; sin embargo.
En verano, él salía al balcón sin
camisa, con un poco de vergüenza y de curiosidad por saber si a ella le
resultaba atractivo verlo, pero, para su infelicidad, no. Ella solo quitaba la
vista del computador para ver los árboles del jardín de la casa de al lado, no
para verlo a él.
Los días fueron transcurriendo de
la misma forma, con esta rutina que para él ya era parte esencial de su
accionar cotidiano, pero que a la vez fue minando su relación de pareja de
tantos años.
El creciente desinterés que
sentía por su mujer fue sustituido por el creciente interés que sentía por la
desconocida del depto de enfrente. ‘’Todavía existe la posibilidad de una nueva
vida para mí’’ pensaba y ese pensamiento dio pie a su separación definitiva.
Cuando se despidió de su ahora exmujer,
lo hizo también de la vecina desconocida. La vio, como siempre, desde el balcón.
Quiso gritarle para llamar su atención y darle las gracias por haber hecho algo
que él ni siquiera sabía que necesitaba, pero se quedó parado viéndola hasta
que ella, por primera vez, levantó la vista de la pantalla, se pasó una mano
por el cabello y le sonrió.