Ha acondicionado su
habitación, al fondo de la gran casa, para que sea lo más acogedora posible y
se parezca a la que una vez fue su cuarto de estudiante, cuando se fue de la
casa de sus padres para estudiar y labrarse el brillante futuro que tenía supuestamente
ante sí.
Tiene incluso una
cocinita eléctrica para prepararse sus antojos y así no depender de la comida
que sin ningún esmero le preparan a él y al resto de los pacientes. No le gusta
autoproclamarse como tal, pero no encuentra otra forma.
Su vida ahora es
muchísimo más satisfactoria y plena que cuando estaba libre, si es que alguna
vez lo fue mientras estuvo allá afuera, en el mundo. Sin rutinas ni
responsabilidades, solo está él consigo mismo y su propia compañía le agrada,
mucho más de lo que pensó, cuando tomó la decisión de ser internado.
Mientras repasa los
últimos 10 años de la vida que ha llevado en esta casona que le sirve de
refugio, escucha los pasos conocidos de la enfermera que se detienen en su
puerta y antes de que la chica golpee, él ya le ha dicho que puede pasar.
Nerviosa y casi sin
aliento le avisa que su esposa está en la recepción. ‘’¿Qué? ¿Cómo? ¡No es día
de visita hoy!’’ responde irritado. ‘’Pues aquí está, con un ramo de flores y
todo’’, le informa la chica. ‘’Qué mujer de mierrrr…Perdona, perdona. No quise
ser grosero o al menos no contigo’’ se disculpa y continúa: ‘’¿Qué le
dijeron?’’ indaga. ‘’La atajaron en la entrada, pero seguro que irá a
escabullirse hasta su habitación, ya sabe, la compartida. ¿Qué hacemos, don?’’
pregunta la chica, más nerviosa que antes. ‘’Deja que me cambie y me vaya hasta
el jardincito. Tú haz como si no me hubieras encontrado en mi cuarto’’ dice,
mientras uso los dedos para crear comillas imaginarias en esas últimas dos
palabras.
La chica asiente y
sale veloz de la habitación. El hombre se cambia tan rápido como puede y tiene
el tino de despeinarse y ponerse la bata de baño al revés, para parecer más
desubicado y perdido en su propio mundo que nunca. ‘’Vieja hija de puta’’
masculla, al tiempo que se escapa por la ventana para ir hasta el jardín. Y ahí
se queda, tranquilo en apariencia, sentado en una de las sillas de metal,
viendo para el cielo. ‘’En algún punto me gano el Oscar al mejor actor’’ piensa
divertido para sus adentros. Sonríe.
La mujer lo ve y
casi se abalanza sobre él: ‘’¡Mi amor! ¡Aquí estás!’’ grita con su voz
desagradable de siempre y haciendo esos ademanes que a él terminaron por
asquearlo hace mucho tiempo. ¿En qué momento el amor le dio paso al horror?
Porque es justo eso lo que siente cuando piensa en ella o cuando la ve llegar:
Horror.
‘’¡Mamá!’’ le dice
y la envuelve en un abrazo infantil e incluso tierno. La enfermera, parada a
prudencial distancia ahoga una carcajada, mientras él le guiña un ojo. La mujer
se lo quita de encima con prisa, casi molesta. ‘’No soy tu madre, Ramiro. Soy
tu esposa’’ le dice enfadada. De mala gana le entrega el ramo de flores. El
hombre lo recibe sonriente. ‘’Es primavera aquí en París’’ dice. ‘’Ramiro, mi
vida, no estamos en París, nunca estuvimos’’, le responde ella, descorazonada,
mientras le pasa la mano por los cabellos para intentar peinarlos.
Se desploma en la
silla al lado de la que él ocupaba y lo obliga a sentarse a su lado. El hombre
se deja llevar e insiste en llamarla ‘’mamá’’. Le encanta usar ese personaje.
Sabe bien lo mal que se la llevaban ella y su madre. Hacía tiempo que no la
confundía de esa forma. Se lo merece, por haberse aparecido sin avisarle, el
día que no tocaba visita.
Él alterna entre
episodios de ‘’te reconozco y no’’ durante toda la visita para exasperarla. Ha
estudiado bien sus personajes y después de tantos años rodeado de personas que
se perdieron en los vericuetos de sus propias mentes en serio, ha aprendido
varias cosas que va poniendo en práctica en cada visita.
Le encanta ser
otros porque siempre quiso hacer teatro, dedicarse a ese arte, pero la vida lo
llevó hacia otros rumbos, en los que quedó atrapado durante mucho tiempo, hasta
que decidió liberarse, a su manera.
Después de un rato
que le parece eterno y en medio de uno de esos episodios de ‘’sé quién eres y
qué eras en mi vida’’, le confiesa que está cansado, que es mejor que se vaya,
que él quiere dormir una siesta y que gracias por las flores, preciosas y
aromáticas, que compró para él. Se levanta de la silla y le dirige una mirada
tierna a la enfermera, que se apresura a llevarlo del brazo. ‘’Te compré
flores, mi amor’’ le dice con voz pícara, al tiempo que le guiña un ojo. ‘’Es
usted tan amable, don’’ le responde ella, tomando el ramo de flores.
Su mujer lo observa
con rabia. ‘’Me gasto un buen dinero en esas flores del carajo para que este
imbécil se las dé a otra, que quién sabe con quién confundirá. ¿Tal vez crea
que soy yo de joven? ¿Qué tengo que hacer para que este malparido me reconozca,
me recuerde del todo?’’ piensa.
Se abre paso entre ambos, de manera de separar a Ramiro de la enfermera, para
abrazarlo y besarlo. Él se hace el sorprendido, el que no sabe quién es ella,
ni qué hace ahí, mirándola con un desprecio mal disfrazado. Se aleja, con el
movimiento ya no tan grácil de sus enormes caderas que en algún tiempo a él le
parecieron jugosas y carnales y ahora solo le da grima ese exceso de grasa mal
distribuido.
Respira hondo. ‘Voy
a darme un largo baño, porque ese perfumito de cuarta que usa, se queda impregnado
en todo lo que toca esta vieja’’, refunfuña. ‘’Hoy estuvo estupendo, don. Debió
haber sido actor. No me canso de repetírselo. ¡Casi no aguantaba la risa!’’
confiesa divertida la enfermera. ‘’Te conté, bueno... a ti y a las demás
chicas, que siempre quise ser actor, pero la vida me fue llevando hacia otros
derroteros’’ explica, mientras se inclina y hace un movimiento, a modo de
reverencia. Ella aplaude y sonríe.
‘’¿Qué hago con las
flores?’’ pregunta, viendo con detenimiento el ramo. ‘’Son meros cadáveres, ya,
querida, pero me las llevo, no te preocupes’’, responde. Se peina un poco el
cabello con las manos, se quita la bata y se la cuelga en el brazo izquierdo y
se va silbando a su habitación, la del fondo de la gran casa. Mientras prepara
el baño, mira el ramo y con desdén lo tira a la basura. ‘’Pobre diabla. Voy a
esperar a que te mueras de vieja, nada más para llevarte yo flores a tu
tumba’’.
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