El
único día que falté al trabajo fue cuanto sentí que me estallaba la cabeza del
dolor. Estuve recluido en mi habitación todo el tiempo. El sólo hecho de
intentar abrir los ojos, me producía náuseas. Sentía que todo daba vueltas a mi
alrededor. Veía sin ver del todo luces de colores brillantes y después una
total oscuridad. Así todo el día. Nunca antes me había pasado algo así. Nunca fui
de enfermarme, ¡y de faltar al trabajo, menos!
No
podía ni moverme. Los empleados entraban y salían de mi habitación y
murmuraban. Yo no entendía qué decían. Sólo logré entender lo que el Dr.
Merchán dijo: ‘’Aquí no hay nada que hacer’’, pero no supe a qué se refería.
Dos
días después que pasara esto, me reincorporé al trabajo. Sé que no estaba en condiciones
aún, pero trabajar para mí es parte esencial de mi vida, así que débil como
estaba, reanudé mis labores. No por ser director puedo tomarme libertades.
Sí
noté que en ese corto tiempo que estuve de reposo, el personal cambió su
actitud hacia mí. No me hacían caso como antes y ese respeto ciego que previamente
me tenían, había dado lugar a una suerte de desdén. Era como si me dejaran de
lado, me ignoraran o qué sé yo. No sé bien cómo definirlo. Pero yo sentía ese
relajo en sus ocupaciones, su dejadez y eso no estaba bien. Sin embargo, tuve
que lidiar con tantas cosas que me fue complicado atender aquello también.
Ahora tenía que pasar algún tiempo encerrado en mi despacho porque me daban dolores
agudos en la cabeza, como miles de agujas que se clavaban con rabia y me
dejaban inutilizado por horas. Entonces era eso: ese dolor lacerante, que
aparecía de vez en vez y las mil cosas por hacer acumuladas.
Tenía
que hacerle frente a todo. De mi desempeño no se podían tener quejas, pero era
cierto que estaba a media máquina. Lento, muy lento. Mi cuerpo no me respondía
como antes.
Una
noche, en que no podía dormir, me fui al
jardín de atrás del hotel, donde están las cocinas, a fumar. Me oculté un poco
por si acaso venía algún empleado también a fumar y a darme charla. Fue
entonces que escuché pedazos de una conversación entre Marta y Jorge: ‘’Todo es
más tranquilo ahora’’. ‘’¡La verdad es que ejercía tanta presión!’’. ‘’Era un
tirano. No más que eso’’. ‘’No me alegro por estas cosas, pero de que estamos
mejor sin él, lo estamos’’. ¿A quién se referirían? No alcancé a escuchar todo
lo que decían pero quedó claro que odiaban al sujeto del que hablaban.
Me
terminé el cigarrillo y esperé a que se fueran. Subí sigiloso hasta mi
habitación. Entré al baño y encendí la luz. De repente me topé con una pálida
imagen de mí en el espejo. Tenía ojeras, profundas. ‘’La falta de sueño’’,
pensé. Estaba blanco, como ausente. Mis mejillas hundidas. ¿Y qué era eso? Me
acerqué al espejo para observarme mejor, me costaba enfocarme en mi rostro.
Tenía una herida del lado izquierdo. Mi cráneo parecía haberse hundido. Quizás
era eso lo que estaba causando los agudos dolores de cabeza.
Apagué
la luz y salí del baño. Mañana llamaría al Dr. Merchán. Él sabría qué hacer. Creo
que mañana me tomaré el día para recuperarme del todo. Se lo comunicaré a los
patrones. Tendrán que entenderlo porque, a fin de cuentas, este hotel no
funcionará nunca bien sin mí, su director.
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