‘’Sólo escuché cuando no sé quién
me dijo: ‘’No las até fuerte’’, como en una suerte de susurro, tan cerca de mi
oído que pude oler su aliento, a pesar de la lona que me cubría. Yo estaba
aturdido, por decir lo menos, y en el momento no entendí nada. Y mucho menos
entendí cuando caí, como un saco de papas, al agua.
¡Plaf! Ese sonido aún me
acompaña. El sonido de mi propio cuerpo cayendo al agua fría. No es cierto que
uno puede superar los traumas. Simplemente se aprende a vivir con ellos. Es lo
que hice. Nunca más me metí al mar, ni al río. Nunca más. Y aprendí a
sobrellevarlo. Total, no es que yo fuera un pez. Podía vivir sin entrar al
agua.
Me parece mentira haber vivido
todo eso y sin embargo, lo hice. Fue a mí a quien secuestraron, a quien
torturaron y a quien arrojaron al mar desde un avión. Fue a mí y sé que a
varios otros, gente que no conocía, pero sólo a mí no me ataron como creían
ellos que deberían haberme atado, fuerte, para no soltarme.
Esa noche, casi sin conocimiento
y con el agua apoderándose de mis pulmones como si fuera el propio aire, me
solté. ‘’No las até fuerte, no las até fuerte’’ era lo único que resonaba en mi
cabeza. Cuatro palabras que no entendí del todo, pero que fueron como una orden
que obedeció mi cuerpo.
Y me solté, como pude, como si
fuera Houdini. Salí a flote, desde el fondo. Cuando lo hice, respiré tan hondo
y expulsé tanta agua que creí que me iba a morir en serio. Hubiese sido irónico
que después de tanto, me hubiera muerto justamente al respirar del todo.
Me quedé flotando un largo rato.
Tenía todo el cuerpo acalambrado, así que me dolía cualquier movimiento que
hiciese o intentase hacer. Cerré los ojos y me dejé llevar. La verdad no sé qué
estaba esperando. No podía, y tal vez ni quería pensar.
No sé cuánto tiempo pasó. Cuando
pude, nadé hacia la orilla y debí haberme desmayado porque no tengo recuerdos
exactos de nada. No sé quién me auxilió, no sé de quiénes eran las voces que me
rodeaban, ni los brazos que me levantaron y sostuvieron y me llevaron a no sé
dónde.
Yo había perdido toda noción de
absolutamente todo, pero cuando pude, hui. No podía confiar en nadie. La vida,
traviesa y a la vez cruel, me estaba dando otra oportunidad. Así que hui.
Estuve viviendo mil vidas desde ese mismo momento.
Fui varias personas, tuve varios
nombres, hasta que pude recuperar mi identidad. No porque lo dijera un
documento, sino porque había decidido volver a tener mi vida, la que mis padres
habían proyectado para mí, la que yo mismo había pensado para mí antes de que
todo este desastre y confusión pasaran y me llevaran consigo por delante. Ahí
detuve mi propia huida.
Si me preguntan si soy un
sobreviviente, no sé qué responder. Me imagino que sí. Pero a veces creo que
no. Yo todavía siento esa noche y oigo el sonido de mi propio cuerpo cayendo al
agua fría. Es la escena más terrible de mi propia película. ¿Pasó alguien por
lo mismo? ¿Puede alguien verdaderamente entenderme?
Cuando volví al barrio, a casa,
al abrazo salvador de mis padres y hermanos, yo era otro y sin embargo el
mismo. Después de mucho comencé con todo esto, para tratar de no ser un número
más, una estadística más, un desaparecido sin serlo más. Por eso estoy hoy
aquí, ante ustedes. Para que todo se sepa’’.
El hombre se sentó, firme. Cerró los
ojos, respiró hondo, muy hondo, y permaneció en silencio. Cada aplauso que
resonaba en la sala, cada persona que se fue poniendo de pie para aclamarlo, era
una ola de aquella noche que lo sostuvo flotando, hasta llevarlo a la orilla,
para salvarlo.
De repente, sintió una mano sobre
su hombro derecho y una voz, cascada por el paso del tiempo que le dijo ‘’no
las até fuerte’’ como en una suerte de susurro, tan cerca de su oído que pudo
oler su aliento. El hombre abrió los ojos sobresaltado. Se dio la vuelta, se
levantó del asiento casi de inmediato. Pero había mucha gente palmeándolo,
rodeándolo, casi sofocándolo. Todos querían estar cerca de él, el héroe. No alcanzó a ver de quién era esa mano. No
supo quién lo había soltado esa noche y que ahora estaba ahí, cerca. Ahora.
Se irguió y gritó con la misma
fuerza que usó esa noche cuando expulsó toda el agua de mar de sus pulmones:
¡Gracias! Y todos, sin saber el porqué real de ese grito firme y tajante, lo
aplaudieron de nuevo a él, el héroe.