Sostiene en sus manos temblorosas el sobre. Va caminando sin rumbo por
la calle. Se detiene unos minutos para poder tener la claridad suficiente para
pensar. Respira hondo. Nota que hay un café, así que entra, antes de que le
fallen las piernas.
Recuerda las palabras del médico, como si se las hubiera dicho en cámara
lenta o debajo del agua y ella no hubiera podido entender del todo.
Se sienta en la primera mesa que encuentra y pide un té. Abre el sobre y
lee una y otra vez el resultado. Como si fuera un mal sueño, las letras van
saliendo del sobre en forma ordenada y pulcra para formar ante sus ojos el
sustantivo que determina su destino: POSITIVO.
No sabe bien qué hacer. Así que busca el teléfono en la cartera y marca
el único número que se sabe de memoria. Después de dos repiques, el ‘’hola’’
desabrido y fastidiado de siempre responde. ‘’Tenemos que vernos’’, le dice.
‘’¿Para qué? Ya te dije que esto no tiene sentido. No ins…’’ le responde. Antes
de que termine de dar la orden la mujer dice: ‘’Dio positivo’’. Después de una
pausa eterna, la voz al otro lado de la línea musita ‘’ven a la oficina
inmediatamente’’.
Hace acopio de fuerzas, toma un par de sorbos de té, paga y se va. Toma
un taxi. ‘’Dio positivo. Dio positivo. Dio positivo. ¿Y ahora?’’. Esas cuatro
frases son las únicas en su cabeza. Mordisquea las uñas, se pasa las manos por
el cabello.
Cuando finalmente llega a su destino, él la está esperando en la
entrada. Apaga el cigarrillo, no sin antes darle una última pitada. Cuando la
tiene enfrente de sí, le pregunta: ‘’Quiero ver el resultado’’. Ella le
extiende el papel, ahora arrugado. ‘’POSITIVO’’ lee. La mira sin decir nada. En
ese momento, ella siente que toda la tensión acumulada y todo el pánico que
logró mantener a raya la desbordan y empieza a llorar, primero quedamente y
después cada vez más violentamente.
La gente que pasa observa la patética escena: la chica que llora sin
control y el hombre que mira al piso, entre avergonzado y molesto. Finalmente, él
la abraza sin ganas, en un intento infantil y artificial de calmarla. Le
acaricia el cabello y le dice: ‘’Por ahora, vete a tu casa. Yo te alcanzo en
cuanto termine de trabajar’’.
La chica lo atrae con fuerza hacia sí. ‘’Por favor, no me dejes’’ y
solloza aún más fuerte, sin poder contenerse. ‘’Tranquila, tranquila’’, le
responde el hombre, pero no logra decirle lo que a ella le gustaría oír, porque
simplemente no le nace, no puede.
Suavemente, pero con firmeza, la aparta de sí, de aquellos brazos
crispados por el terror de la certeza por lo que se avecina. ‘’Te veo en tu
casa’’ le reitera. Se acerca a la calle y detiene un taxi. La hace entrar y le
indica la dirección al chofer. Ella se le queda mirando con desesperación y
angustia y mientras el auto avanza, no le quita los ojos de encima.
El hombre ve cómo se aleja el taxi. Enciende otro cigarrillo. ‘’Mierda’’
masculla y aprieta las mandíbulas. ‘’Me jodí’’ piensa.
Al llegar a su casa, la chica abre la puerta del edificio y llama al
ascensor. Una vez dentro, se observa en el espejo: su estado es perfectamente
lastimero. El maquillaje está corrido, se ve despeinada y angustiada. Sonríe.
Se arregla el cabello y se limpia un poco la cara.
Ya en su apartamento, exclama ‘’¡fue un éxito!’’. Desde el cuarto, él
pregunta: ‘’¿Se tragó el cuento?’’. Se quita los zapatos, suspira y se tira en
el sofá: ‘’Completico’’ responde y ríe socarronamente.
El hombre sale del cuarto, se acerca y se queda parado viéndola.
‘’¿Entonces no tendré que hacerme cargo de tu error?’’ pregunta, al tiempo que
se inclina sobre ella, la cubre con todo su cuerpo y la besa. ‘’Nuestro error,
querido. Nuestro error’’, le corrige. ‘’Tuvimos suerte de que haya sido siempre
tan tonto’’ dice él y vuelve a besarla, esta vez con un beso prolongado, lleno
de lujuria. ‘’¿Tenemos tiempo de jugar un poco, no?’’, le pregunta mientras le
acaricia los muslos. La chica lo mira con deseo y se va desvistiendo.
‘’Positivo. Tenemos tiempo’’ y ambos ríen.