A pesar de que su madre le tiene
expresa y rotundamente prohibido irse con su padre en la lancha de madrugada,
él logra esquivar la vigilancia materna, escurrirse sigiloso y aguardar a
zarpar. Las veces que su padre lo ha descubierto, ya están en alta mar, muy
lejos como para regresar.
Al principio, le daba un par de
golpes suaves, a manera de advertencia o de antesala de la golpiza que se
supone debía propinarle por desobediente, pero él sabe que su padre, más
blandengue que su madre, se hace el desentendido de su crianza la mayoría de
las veces.
A él le encanta burlar el ojo
materno e irse con su padre de madrugada en la lancha, en aquel mar oscurísimo
y profundo en el que navegan.
Esta es la verdadera aventura de
sus escasos seis años. La aventura de la que no habla, aunque se muera de ganas
por hacerlo, pero intuye que si lo hace, se rompa ese lazo delicado y cómplice
que lo une con su padre.
Esas ‘’expediciones’’, como le
dijo su papá una de las primeras veces que lo encontró de polizón en la lancha,
eran secretas. ‘’Como esas misiones de las películas de espías de la tele’’
comparó.
En determinado punto indicado a
lo lejos por una lámpara intermitente de otra lancha a la distancia, su padre apaga
el motor y se levanta para mantener el equilibrio y esperar más señales. ‘’Estate
atento, Junior’’ le susurra al niño, como si el mar permitiera ese secreteo
innecesario entre ambos.
Al cabo de algunos momentos, las
luces de una avioneta se divisan a lo lejos. El niño nota el nerviosismo creciente
del padre, que logra contagiarlo de a poco. ‘’¡Los regalos están llegando!’’
piensa y la emoción amenaza con desbordarlo.
De la avioneta van cayendo al mar
cajas bien embaladas que su padre se apresura a recoger con la maestría propia
de quien tiene tiempo mejorando la técnica.
El niño le indica a los gritos
donde están las cajas a modo de ayuda, como si con ese escándalo pudiera
aligerar el trabajo de su padre. De nada vale decirle que se calle, pues él
hace caso omiso, y las va contando: ‘’10, 20 y 10 más y 20 más’’. No se sabe
los números del todo aún, pero usa los que sabe para contar las cajas y
apilarlas como puede.
Toda la acción se desarrolla en
menos de una hora. El hombre es cuidadoso, sabe que dejar una sola caja a la
deriva acarrearía represalias.
En aquella inmensidad profunda y
oscura, tiene el tino de guiarse por una especie de intuición que solo la da la
supervivencia. Cuenta y vuelve a contar las cajas y coinciden con el número indicado
días atrás. Respira aliviado, pues la primera parte de la misión está cumplida.
Mientras, el niño sonríe feliz,
triunfante, a pesar de que su padre lo haya regañado todo el camino de regreso
a casa.
Siempre le hace la misma pregunta
inocente e infantil: ‘’¿Cuántas personas son felices con estos regalos?’’ y su
padre, nervioso y lacónico le responde siempre lo mismo: ‘’Muchas’’.
Le jura no decirle nada a la
madre y al llegar a la orilla, salta de la lancha y corre veloz a la casa, para
escabullirse hasta su cuarto y acomodarse en su precario catre. Apoya la cabeza
en el desgastado colchón, pero no se duerme las horas que le faltan para
levantarse, sino que se queda mirando el descascarado techo, presa de la
agitación de esta aventura, pensando en todo lo que hace su padre para ayudar a
tanta gente a recibir sus regalos.
3 comentarios:
Buenísimo!! 😉👏
Muy bueno Ale 👏👏👏
Me encantó!!
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