Me le acerqué al único hombre del
bar que bebía un vaso de gin tonic. Suelen ser más sofisticados, tranquilos, algo
tímidos, menos vulgares, exquisitos y buenos amantes. En segundos fingí ser una
hábil seductora. Me quedó tan bien el teatro que el hombre se volvió más tonto
que nunca y me lanzó algunos piropos de su autoría. La chica, parada detrás de
él, echaba chispas. Tenía la boca fruncida, el entrecejo hundido de la rabia.
´´Vámonos, que se nos hace tarde´´ le ordenó al hombre y lo llevó casi a
rastras, a pesar de que él se quería quedar hablando conmigo y yo quería seguir
jugando a la femme fatale. ‘’Esta vez casi ganas’’, masculló la chica entre
dientes. Y se alejaron.
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