Sentado en el borde de la cama, él la observa peinarse la larga
cabellera negra, con suaves movimientos acompasados. ‘’¿A qué hora te vas?’’
pregunta, mientras bosteza. ‘’En un rato. Regresaré tarde, así que no hagas el
intento de esperarme despierto’’, responde.
El hombre se levanta y se acerca, hasta abrazarla y besarla
delicadamente en el cuello. ‘’Cada vez más linda’’, le susurra. La mujer cierra
los ojos y sonríe. ‘’Tengo que verme bien. La primera impresión es la que
cuenta. No me gusta asustar a la gente. Sabes que soy discreta, que siempre lo
he sido’’, dice en voz baja. El hombre asiente: ‘’Es eso lo que más me gusta de
ti’’.
Al liberarse de aquel abrazo, se mira en el espejo. Decide llevar el
cabello suelto esta vez, pero maquillaje un tanto dramático. De noche todo se
vale. Así que combina la sombra de ojos, rubor y labial con la minifalda negra
que deja al descubierto sus largas y bien torneadas piernas, la camisa negra de
seda y la chaqueta de cuero.
Cuando termina de arreglarse, se mira de cuerpo entero en el espejo.
‘’¿Qué te parece?’’ le pregunta al hombre. ‘’Toda una MILF’’ dice, soltando esa
risa divertida e infantil que ha compartido solo con ella durante años.
‘’Fantástico, entonces’’ y premia su respuesta con un largo y cálido beso. ‘’Ya
sabes, no hagas el intento de esperarme despierto. No sé cuánto tiempo me lleve
lo de hoy. Hay algunos que se asustan, otros no se lo esperan. Nunca nadie sabe
cómo es esto, en realidad’’, explica. Él la mira con placer: ‘’En fin, buena
jornada, querida. Que todo salga bien’’.
Cierra la puerta tras de sí y mientras espera el ascensor, revisa la
dirección y el nombre. Sabe cómo llegar. A las 11:43 pm deberá estar lista, ya
que hay un tiempo marcado para todo. Nunca demora más de 10 minutos; sin
embargo, depende mucho de la reacción del que le toque. No todos reaccionan
igual, ni todos saben cómo hacerlo, de hecho. ‘’Si al menos la gente entendiera
que es un paso más…’’ dice para sus adentros. Suspira.
Una vez en la calle, camina con el dejo propio de quien sabe qué quiere,
qué hará, con qué va a encontrarse. No son jugarretas del destino, ni nada que
dependa del azar, pues todo corresponde a un plan. Ella siempre ha sido
compasiva con los que les ha tocado. ‘’Blandengue’’ le dicen sus colegas.
‘’Comprensiva’’ responde incansablemente.
Al llegar al hospital, son exactamente las 11:10 pm. Es el fin del otoño
y la noche es más oscura, más fría. Le encanta ese clima, más que el temible invierno,
la insulsa primavera o el implacable verano. La gente está más dispuesta a todo
en otoño, como si en esa estación dependieran la melancolía y los recuerdos.
Enciende un cigarrillo. Entre pitada y pitada, observa la entrada. Hay
un solo guardia y una enfermera en la recepción. Nada de qué preocuparse. Casi
diría que ha sido así las veces que le han tocado hospitales. Sin embargo,
prefiere la adrenalina de lo prohibido, de la misión que se vuelve casi
imposible de cumplir. Los hospitales son predecibles. También las casas
funerarias, las casas de familia. Lo privado es predecible, mas no así lo
público. No es este el caso, desafortunadamente.
Aspira el humo del cigarrillo con vehemencia. ‘’Vamos, que ya es hora’’
dice en voz baja. Exhala y se aproxima a la puerta, que se abre de par en par.
Ella sabe que el guardia la mira, sin mirarla. La enfermera ni repara en su
presencia.
Sube en el ascensor hasta el sexto piso. Las manos en los bolsillos de
la chaqueta, el suave movimiento sigiloso de sus caderas, el cabello suelto en
armonía. Abre la puerta de la habitación 606 con determinación, sin siquiera
anunciarse.
La mujer que está acostada en la cama, hundida completamente, con una
mascarilla de oxígeno y cables conectados a su tórax, demora mucho en abrir los
ojos y verla. La detalla sin entender del todo que está pasando, ni quién es.
Tampoco se da cuenta de que está plenamente consciente, que está aquí y ahora.
Abre bien los ojos y la observa. ‘’Hola, Natalia. Vine a buscarte. Tu
recorrido empieza a las 11:43. Ni un minuto más, ni un minuto menos’’ le dice,
al tiempo que esboza su mejor sonrisa. Se le acerca poco a poco y le retira la
mascarilla. ‘’Respira hondo’’ le ordena suavemente. La mujer obedece. Con
delicadeza le retira también los cables y la va llevando lentamente para que se
siente. ‘’Falta poco. No va a dolerte’’ explica. ‘’Ya no eres tu cuerpo’’.
Perpleja, la mujer sentada en el borde de la cama continúa observándola
hasta que se anima a preguntarle un ‘’¿quién eres?’’ tímido y tembloroso. ‘’¡Si
supieras la cantidad de veces que me han preguntado eso!’’ responde, al tiempo
que ríe. Con ternura, le arregla el cabello y la bata. ‘’Ponte de pie, Natalia.
Es hora de irnos’’. La toma de las manos y la mira fijamente.
Ambas se alejan un poco de la cama para observar la escena. Un fuerte
pitido de las máquinas conectadas a aquel cuerpo inerte, alerta a las
enfermeras que algo no está bien. Tres mujeres entran a la habitación
rápidamente y revisan a la paciente. Intentan reanimarla, sin éxito. ‘’No hay
nada que hacer’’. ‘’Hora del deceso: 11:43pm’’. Cubren el cuerpo con la sábana
y salen de la habitación.
‘’¿Pero qué pasó? ¿Sigo estando aquí?’’ le pregunta, aferrada a su
brazo. Ella la calma con suaves palmaditas: ‘’No, ya no eres tu cuerpo. Ya
puedes hacer lo que quieras. Quedarte o seguir. Solo tienes que decidir’’.
Natalia la mira, como si de repente entendiera todo, toda su vida, todos los
eventos en un perfecto orden que finalmente tiene sentido.
‘’Me quiero ir’’ responde, sin vacilar. La mujer respira aliviada y la
abraza. ‘’Buen viaje, querida’’ y le indica el camino por donde partir.
Secretamente adora esos momentos, cuando la persona decide poner un verdadero
final, sin aferrarse a nada, porque ya no hay nada que hacer. Como si de verdad
entendiera en fracciones de segundos que todo pasa, por más duro que haya sido
lo que le haya tocado. Esos son los verdaderos valientes, los que se entregan.
De su cartera saca la pequeña libreta en donde anota sus impresiones.
Coloca un visto al lado del nombre de Natalia y un ‘’sin contratiempos’’.
Aguarda a que regresen las enfermeras para que preparen y retiren el cuerpo. Y
una vez que lo han hecho, ella también se retira.
Avanza resuelta por el pasillo del hospital. Ya en la calle, enciende otro
cigarrillo. La noche será larga, lo sabe, así que camina sin prisa, con las
manos en los bolsillos de la chaqueta, el suave movimiento sigiloso de sus
caderas y el largo y negro cabello suelto en armonía.