El enano entra al recinto como todas las mañanas,
cargado de carpetas, folios, libros de anotaciones pesados y aparatosos.
‘’Buenos días’’ dice con la misma voz áspera de todos los días, esa que se ha
ido arrugando con el tiempo.
Deposita su fardo de documentos en el escritorio, con
gran estruendo y torpeza. De cara a la ventana y con los brazos entrelazados en
la espalda, él ni se inmuta por el ruido, de tan absorto que está en sus
pensamientos.
‘’Señor’’ dice el enano y carraspea. De un tiempo a
esta parte, el hombre está sin estar, ya no se concentra como antes, ha perdido
el empuje y el ánimo. El enano sabe que solo piensa en su descanso, que será
eterno, en su caso, pero en silencio le reprocha su falta de interés, su
egoísmo. No todo puede girar en torno a él. Hay todo un universo que depende de
él.
Espera unos segundos antes de volver a hacerse notar.
‘’Señor’’ repite, esta vez con un tono más alto, al tiempo que hace sonar los
tacones de sus zapatos. Como si volviera en sí, el hombre da un respingo.
‘’¿Hace mucho que estás ahí’’ le pregunta, al tiempo que lo observa de arriba a
abajo, como si fuera la primera vez que lo viera.
El enano no se acostumbra a esa mirada de extrañeza
que desde hace un tiempo acompaña esa pregunta, que se repite día tras día.
Esta vez no responde. Le clava sus ojitos negros con fiereza. El hombre
parpadea y lentamente se va acercando al escritorio. Acomoda un poco la silla y
se sienta.
Al ver todo el papeleo del que tiene que ocuparse,
resopla. ‘’Quiero ya salir de esto’’ piensa. El mundo, desde que es mundo, se
ha vuelto muy aburrido. Sus tareas se han hecho monótonas y rutinarias. Ni en
sus fantasías más disparatadas, llegó a imaginar este presente tan carente de
todo, a pesar de que el trabajo se ha ido incrementando con los años.
‘’¿Me necesita para algo más, Señor?’’ pregunta el
enano. ‘’Siéntate un rato. Charlemos’’. Un tanto incómodo por la petición, el
hombrecillo acomoda su pequeña humanidad en una silla. Espera impaciente a que
el hombre hable. Nunca ha sido de tener buena conversación. Tampoco sus ideas
han sido prolíficas. Es más de ejecutar que de pensar. No en balde está donde
está, de asistente.
‘’Hubo un tiempo, maravilloso, diría yo, en el que
trabajar aquí era un deleite. Pero desde que se automatizaron muchas cosas y
hasta surgieron apps, ya nada ha vuelto a ser lo mismo. Además, convengamos que
los que llegan ya vienen medio tontos. No es lo mismo un asesinato por celos
que urdir un plan, trazar una estrategia para asesinar a alguien. Antes todo era
mejor. Incluso el mal tenía otro matiz’’.
‘’Mi trabajo no ha cesado, Señor. Es más, tengo el
doble de lo que tenía antes’’ dice el enano, sorprendido. ‘’No me refiero a
eso’’ le espeta contrariado el hombre. ‘’Me refiero a la calidad de los casos.
Ahora todos son iguales. Todos están cortados por la misma tijera. ¡Añoro las
épocas de las intrigas que devenían en grandes catástrofes!’’ dice, al tiempo
que se levanta de su silla, para imprimirle drama y fuerza a su opinión.
El enano parpadea. ‘’¿Puedo retirarme? Tengo aún mucho
que hacer’’. El hombre le lanza una mirada displicente y agita su mano de
largos dedos, para indicarle que se vaya, que desaparezca. Una vez que el enano
ha abandonado el despacho, él camina por toda la habitación en silencio.
Quisiera dejarlo todo y ser lo que antes era: el mayor
miedo que azotaba al mundo con tan solo pensarlo. Aunque claro está, la
masificación solo trajo consecuencias ilógicas y su figura se vio sometida a la
vulgarización. Durante la inquisición, esas cosas no pasaban. Él tenía mucha
presencia. Sin siquiera aparecerse en vivo y en directo, ya infundía terror,
pánico. ¡Fue una época dorada!
Los tiempos corren y nunca pudo seguirle el ritmo a
esta modernidad tan falta de identidad. Por eso el tema de su retiro está tan
presente en su actual vida.
Sin pensarlo mucho, decide ir a hablar con su
contraparte. Se coloca la capa de raso y se ciñe el sombrero de copa, un
atuendo innecesario y totalmente pasado de moda, pero así se siente un poco:
fuera de todo. Desde sus profundidades asciende con el garbo que siempre lo ha
caracterizado y que algunos artistas han sabido retratar muy bien.
Va subiendo por pasajes cavernosos, fríos, oscuros y
húmedos. Le tomó bastante tiempo poner todo el escenario así de tétrico, pero quedó
conforme con el resultado. Será una de las pocas cosas que extrañará, con
certeza. Mientras avanza, piensa en qué reacción tendrá cuando comunique su
decisión de retirarse. ‘’Lo que falta es que me lo prohíba’’ dice en voz alta,
al tiempo que eleva los brazos hacia arriba, en tono de súplica.
Una vez en el pasadizo secreto que comparten para
comunicar ambos reinos, respira hondo. Se acicala. Le gusta verse bien y que lo
vean bien. Ser el amo del inframundo no es sinónimo de mala apariencia. ¡Al
contrario!. Con delicadeza, toca la puerta tres veces, como convinieron desde
el inicio de los tiempos.
Apoya la oreja contra la puerta, a espera de la
confirmación de pasar. Del otro lado escucha como su contraparte levanta su
pesada humanidad de la silla y como la túnica va haciendo ese ruidito delicado
al rozarse contra el piso, se dirige hacia la puerta principal y la cierra con
llave, no sin antes decirle a sus asistentes que no lo interrumpan por un largo
tiempo. Oye sus pasos acercándose hacia la puerta secreta. Él se yergue y
solemne, coloca una mano en el pecho, como se lo vio hacer a Napoleón tantas
veces.
Al abrirse la puerta, su amigo de toda la vida exclama
a medias: ‘’¡Querido! ¿A qué se debe…?’’ pero no termina la frase al verle el
atuendo. El hombre lo ataja antes en la burla: ‘’¡No quiero oír un solo
comentario al respecto!’’ lo amenaza infantilmente. Su contraparte ríe su mejor
risa bonachona y feliz. ‘’El que te hizo el sombrero para los cachos fue
realmente un genio’’, le dice y lo palmea.
Se sienta en una silla mullida, no sin antes quitarse
la capa y el sombrero. ‘’Vengo a hablarte de algo importante y trataré de ser
breve: Quiero jubilarme. Lo necesito’’. El otro hombre lo escucha atónito. Se
lleva las manos regordetas al pecho y exclama: ‘’¡Me dejas helado!¡No me lo
esperaba!’’ y se desploma sobre una silla cercana a la de su visitante.
‘’Lo he estado analizando desde hace rato. No es algo
de buenas a primeras. Quiero irme, dejarlo todo. Ya nada es como antes. La
maldad de la gente es básica, se dejan arrastrar por sus bajas pasiones. ¿Acaso
tú no estás viviendo lo mismo, pero a la inversa?’’ pregunta, un tanto
cándidamente.
El hombre de la túnica se acaricia la larga barba.
‘’Mi situación es distinta. Concuerdo en
que la gente que ha estado llegando es más tonta que nunca, pero mi caso
es diferente. Yo tengo que luchar contra ti, por así decirlo. No lo tomes a
mal, pero las cosas son como son. Redoblo esfuerzos para vencerte, a ti, a tu
reino, a todo lo que significas y la verdad es que es cuesta arriba. Sin
embargo, reconozco que tu partida me dejaría desolado. No hay luz sin sombra’’.
‘’Ah, qué poético te han puesto los años’’ dice el
hombre, con un dejo de ironía. ‘’Yo solo quiero descansar, no prestarle más
atención a tantas cosas inútiles. Que todo siga su camino, que tú hagas tu
trabajo y que todo sea como tiene que ser’’. Cerró por instantes los ojos y
apoyó la cabeza en el respaldo.
‘’No estás entendiendo del todo. Si te vas, sembrarás
más el caos. Si no hay compensación, no hay equilibro, todo quedará fuera de
proporción. Te necesito para justamente eso: equilibrar fuerzas. ¿Qué tengo que
hacer para que entiendas? ¡No te vayas!’’ suplica ya el hombre de la túnica,
sin mucha esperanza de convencerlo.
Abre los ojos, endereza la cabeza y niega con la
cabeza. ‘’Nada. Entiendo todo y si embargo, no puedo hacer nada. Déjame ir, ser
uno más. Que el mundo del mal se las arregle como pueda sin mí. Y tú también,
arréglatelas sin mí. Ya me encontrarás sustituto. Y si no lo haces, no pasa
nada, querido. Ya verás que todo seguirá su curso, lo quieras tú o no’’. Se
levanta del asiento, toma la capa y el sombrero. ‘’Debo retirarme. El camino es
largo hacia mi averno’’ y se inclina, a modo de reverencia.
‘’Amigo mío…’’ dice el hombre de la túnica, un tanto
desolado. ‘’Reflexiona, tómate unos días, ven a verme de nuevo. Te estaré
esperando’’ lo atrae hacia sí y le da un abrazo, el más sincero de toda su
existencia.
El hombre se despide y empieza a descender lentamente
por el pasadizo secreto. ‘’Vendrán tiempos mejores para ti, peores para mí,
pero serán los tiempos de cada uno’’ dice a la nada, mientras suspira. ‘’Será
lindo comenzar una nueva vida, plena, tranquila, sin tantos tontos a los que
acomodar en el infierno. Tal vez pueda incluso volver a estar a tu lado, volver
a habitar el reino de los cielos’’.
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