La madre reúne a los niños en la
sala de la húmeda casa. Hace demasiado frío y no hay calefacción suficiente
para todos.
A Amando lo hace estar cerca de
sus hermanas menores Ramona y Ana Luisa, de manera que se den calor como
puedan. Arropa con esmeroal único de sus hijos,Ángel Amable, que se ha ido
apagando lentamente y lo atrae hacia sí. Lo abraza con ternura para poder
recordar la forma de su cuerpo y su olor cuando ya no esté con ellos.
Soteria y Clara, las más
pequeñas, están juntas, cerca de la puerta, compartiendo una frazada. La madre
mira con tristeza a todos sus hijos. No comen nada desde el desayuno y sabe que
no podrán hacerlo pronto. Gastó el poco dinero que le quedaba.
No tiene mucha idea de qué hará
para subsistir. Nunca tuvo más que de ocuparse de cuidar de sus hijos y de su
casa, pero la vida y sus giros inesperados, la pusieron en una posición que
nunca hubiera pensado.
Respira hondo. Trata de
entretener a los niños con historias de su invención hasta que el sueño los
venza. Queda poca leña, así que no tendrán más cobijo al calor de la chimenea
en unas horas. El fuego proyecta sombras lúgubres en toda la sala. No será
fácil salir de esto, cuando ni siquiera sabe cómo hacerlo.
Cierra los ojos por instantes. No
tiene sueño, pero sí la certeza de que si permanece así, quieta y en silencio,
el hambre y la desesperación no la atacarán tan rápidamente. Después de varios
minutos, oye cómo alguien llama suavemente a la puerta. Abre los ojos y se
yergue un poco para cerciorarse de que el ruido proviene de su propia puerta.
Aguarda unos instantes. La misma
persona vuelve a llamar a la puerta, esta vez con más ahínco. La mujer se
incorpora. Algunos de los niños también. ‘’¿Mamá, escuchaste?’’ le pregunta
Soteria. ‘’Sí, hijita’’ responde con suavidad.
La madre se incorpora. Con
cuidado, entreabre la puerta. No reconoce al hombre de traje elegante y
sombrero que le sonríe tímidamente. ‘’Señora Isabel, usted no me conoce…’’ dice
el hombre y hace una larga pausa.
Ella lo hace pasar. El hombre
observa con tristeza la escena. Había estado en esa casa antes, llena de luz,
de abundancia. Pero la vida es así, algunas veces luminosa, otras llena de
sombras. Ya casi no hay mobiliario, así que el hombre espera de pie. ‘’Señora,
yo era cliente de su marido. Lamento mucho su fallecimiento. Seré breve, puesto
que debo seguir camino y tampoco quiero quitarle tiempo, justo hoy, en
Nochebuena.’’
No hace otra cosa que mirarlo con
perplejidad. Siempre lamentó no tener el don de gente que tenía su marido, que
le sacaba conversación hasta las piedras y podía moverse en cualquier círculo
social con soltura. Ella siempre fue reservada, corta con las palabras, tímida.
Así que se queda rígida, expectante, a espera de saber qué le dirá el
visitante.
Lentamente, el hombre abre la puerta
y un par de sirvientes entran cargados con leña y varias bandejas repletas de
comida. Los niños corren felices a inspeccionar lo que acaban de traer. La
mujer se lleva las manos al pecho y ahoga un suspiro. ‘’¿Qué es todo esto?’’
pregunta impresionada.
El hombre se quita el sombrero y
la observa, con ternura. ‘’Solía hacer negocios con su marido. Siempre le
compraba mercancía para llevar a las ciudades cercanas. Tenía arreglos para
hacer los pagos: él me dejaba en consignación lo que yo iba a vender y cada fin
de mes, le pagaba lo adeudado. Cuando me enteré de que había fallecido, de
inmediato regresé a la ciudad. Tenía que pagar mis deudas, era una cuestión
moral, ¿me entiende? Yo solo recibí cosas buenas de parte de su marido, de
verdad que lamento mucho su deceso’’.
La mujer no puede proferir
palabra de la emoción. Las lágrimas fluyen solas. Los niños contemplan
maravillados la cantidad de platillos deliciosos de las bandejas. El hombre
contempla feliz la escena. ‘’Cuando me dijeron que no la estaban pasando bien,
se me ocurrió traerles algo de comer y leña. El frío va a arreciar y no está
bien que los niños lo sufran. Señora Isabel, hágame saber si necesita algo de
mi parte. No siempre estoy en la ciudad, pero le dejo mi dirección, en caso de
que me necesite. No dude ni un momento que estoy a sus órdenes’’.
Ella le extiende la mano y él la
toma entre las suyas y con un ademán de otra época, la besa. ‘’Buenas noches y
muy feliz Navidad’’, dice, al tiempo que se coloca el sombrero y sale, en
compañía de los sirvientes.
La madre esconde el rostro entre
las manos y llora. Los niños la rodean y la abrazan tiernamente. Desde ese
momento sabe que será una sobreviviente, que a pesar de todo, la vida no será
tan cruel con ella ni con sus niños. Se limpia las lágrimas y le pide ayuda a
sus hijas mayores para poner la mesa y poder cenar en familia, en esa Navidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario