28 agosto 2010

Espejismo




El tren avanza lento, pero avanza, y la chica ha pasado las cinco horas que van del trayecto sentada, casi inmóvil, mirando el árido paisaje por la ventana. Esas cinco horas ha estado prácticamente en la misma posición que cuando comenzó el viaje: sentada, con la espalda bien apoyada en el asiento, la mirada fija en la ventana.

Sobre las rodillas lleva un libro que contiene una carta que ha leído y releído varias veces y que, no obstante, se mantiene tan intacta como la propia declaración cursi y fácil con la que finaliza: ''Créeme. Siempre estarás en un lugar especial en mi corazón. Somos uno. N''. Hace 10 años que lleva esa carta consigo a todas partes y cada vez que llega a esa frase, algo dentro de ella se desmorona, se vuelve añicos.

Faltan tres horas para llegar a destino. Desvía la vista del paisaje y la dirige hacia el libro. Lo abre donde está la carta y la relee sin prisas, como si fuera la primera vez. A medida que lee, lo puede ver como hace 10 años atrás, la noche que se despidieron y él le entregó aquel sobre lleno de sus pensamientos. ''No la leas, sino hasta que te hayas ido del todo'' le dijo en voz baja y la besó con uno de esos besos largos y pausados que guardaba solo para ella.

Cierra los ojos y casi por instinto, se lleva los dedos a la boca para revivir aquellos besos. Abre los ojos. Fija de nuevo la vista en el paisaje, que de árido se ha tornado más árido aún.

Pasados unos instantes, el ruido inconfundible de unos pasos familiares, logran desconcentrarla. Desvía la vista y observa la puerta del compartimiento como se va abriendo lentamente y como va asomándose él, tan exactamente igual como ella lo dejó hace 10 años.

Se levanta de un salto y deja caer el libro que se abre justo donde está la carta. El hombre sonríe un poco impresionado. ''Perdone, no era mi intención asustarla. Parece que me perdí. No logro dar con mi compartimiento''. La chica deja escapar un ''tú, ¿aquí?'' y se le acerca. Él retrocede. ´´No era mi intención incomodarla, dice. ´´No te vayas de nuevo, por favor'', suplica ella. ''Señora, creo que me confunde con alguien''. ''He vuelto por ti'', insiste la chica. ''Perdóneme. Me debe estar confundiendo'', dice el hombre, cada vez más asustado.

La chica se queda observándolo. Parpadea rápidamente para tratar de contener las lágrimas que pesadas y tristes se deslizan con lentitud por su rostro. Es él, pero no su voz. Es él, pero no su encanto. Es él, pero no sus ojos, nariz, boca. Todo el cuerpo es él, sin serlo del todo. ''Perdona. Te confundí'', le dice al ahora extraño. ''No se preocupe. A todos nos pasa'' y el hombre se va alejando, sin quitarle la vista de encima a la chica, hasta que ella cierra lentamente la puerta del compartimiento aún llorando.

Una vez dentro, vuelve a sentarse, casi inmóvil, con la espalda bien apoyada en el asiento, la mirada húmeda fija en la ventana. Las lágrimas cada vez más pesadas caen en desorden sobre su regazo. Pasados unos minutos, se inclina para recoger el libro y la carta, no sin antes releerla, antes de guardarla. ''Somos uno'' dice con la voz quebrada. Apoya las manos sobre el libro y se queda mirando el árido paisaje. El tren avanza lento, pero avanza.