29 abril 2022

El cuadernito

 



A las 20:00 de todos los días, a menos que haya algún evento como la noche de servicio comunitario a los necesitados, es decir, a los pobres de siempre del barrio, todas deben estar recluidas en sus cuartos.

Convengamos que el término ‘’recluido’’ quedó de la época en que las monjas sí quedaban encerradas en sus claustros hasta el día siguiente. Ahora es diferente, pero la palabreja se mantuvo.

A ella, sin embargo, le gusta decir que ‘’las hermanas nos recogemos’’, como si fueran gallinas en su gallinero. Así que casi siempre, cada noche, en la soledad de su claustro-cuarto, fuma un cigarrillo, lee, pasea por las noticias del día desde su celular, ora; aunque esto último no siempre lo hace y no por desobediencia o falta de fe, sino porque prefiere hacerlo en la capilla y de noche no se puede, ya que permanece cerrada.

Lleva varias noches con dificultades para dormir y eso la inquieta. Le pasa casi siempre que presiente que algo fuera de lo normal va a pasar, como cuando murió su madre sin previo aviso. Ella lo presintió con todo su cuerpo días antes. Desde ese momento, cada vez que alguna catástrofe va a pasar, la presiente.

Da vueltas en la cama. El libro que estaba leyendo no logró entretenerla del todo, tampoco las noticias, ni el streaming. Apaga la luz y clava la vista en el techo hasta que se acostumbra a la oscuridad. Tantea en la mesita de noche hasta dar con los cigarrillos y el encendedor. Es el tercero de la noche ya.

Decide entonces, después de varios minutos, ir a la cocina por agua para después pasar por el baño y cepillarse los dientes y así quitarse el aliento de fumadora, pero adrede se desvía para ir al jardín. ‘’A falta de capilla abierta, bueno está el jardín’’ piensa. La noche está fresca y la luna ilumina un poco el portón de entrada.

Respira hondo y se queda mirando absorta el cielo nocturno, cuando al poco tiempo escucha el ruido de pisadas apresuradas y cuchicheos. Son cerca de las 3:00 a.m. ¿Quién pudiera estar levantada a esa hora? ¿Alguna emergencia? ¿Habrán llamado a un médico? ¿Le habrá pasado algo grave a alguna de las hermanas?

Ve claramente a la directora, la hermana Josefina, y a la subdirectora, la hermana Imelda. Lejos de acercárseles para ofrecerles su ayuda, se esconde sin saber por qué detrás de una de las columnas del patio. Hay algo que no está bien en toda esa escena.

La hermana Josefina baja aún más el tono de voz. Abre con cuidado el portón y se queda viendo de un lado al otro de la calle. Detrás de ella, la hermana Imelda hace lo mismo.

A los pocos minutos aparece un hombre. Los tres susurran. Ella los observa más que impresionada. Parece que estuviese viendo una película cuya trama no entiende. Sin embargo, sigue inmóvil en su improvisado escondite.

El hombre va y viene con lo que parece ser pesados bolsos. Las hermanas los reciben y los van llevando, casi a rastras a la capilla. Ella cuenta siete. Cuando terminan de acarrearlos, los tres se dirigen a la cocina. 

Ella aprovecha para acercarse sigilosa hasta la capilla, cuya puerta está sin llave. Los siete bolsos están ahí, en fila, detrás del altar. Por minutos se siente investigadora privada, como las de las series de televisión que veía de niña. Está nerviosa y a la vez emocionada. Se agacha y sin hacer ruido, descorre el cierre de uno de los bolsos. Se lleva la mano a la boca para reprimir su sorpresa. Lo que hay dentro son fajos de dólares. Muchos. Abre el segundo bolso con el mismo resultado. Por no dejar, abre el cuarto y más se sorprende al ver que tiene el mismo contenido.

¿Cuánto dinero hay en esos bolsos y por qué los tienen las hermanas? Para nada bueno debe ser. ‘’Esto seguro no es para los pobres’’ piensa y se santigua. Los susurros de Josefina, Imelda y su misterioso acompañante, la sacan de un golpe de sus elucubraciones.

Sale sin hacer ruido, cierra la puerta de la capilla y se dirige de nuevo a su escondite en el jardín. Desde ahí puede ver cómo las monjas despiden al hombre, que se inclina a modo de reverencia para darles las gracias. Las hermanas cierran el portón y se dirigen a la capilla en donde permanecen unos minutos, que a ella le parecen eternos.

Cuando salen de la capilla, ve como la hermana Imelda esconde bajo su manga un fajo de dólares. Lo ve y no lo cree. Asume que la hermana Josefina hizo lo propio. Espera un tiempo prudencial para regresar a su cuarto.

Una vez en su dormitorio, anota todo lo que vio esa madrugada en un cuadernito. Se acuesta en su cama, boca arriba. Tiene mil preguntas, pero una sola certeza: Lo que presenció recién es ilegal.

Duerme muy poco y entre insomnio y sueño reza para tener claridad y saber cómo enfrentar esta situación, porque ella nunca será cómplice de nada turbio. No puede recurrir a la madre superiora, pero si tiene que enfrentarla lo hará.

A las 5:00 a.m llaman a la primera oración del día. No logró descansar, pero obtuvo la respuesta que esperaba.

Se dirige a la capilla un tanto nerviosa para la misa diaria. Contraria a su costumbre de sentarse en el banco de la última fila, ocupa el primero y a un costado, desde donde puede ver el altar. No están ya los bolsos. Trata de ocultar su sorpresa lo mejor que puede. ¿Adónde los llevaron? ¿Fuera del convento? ¿O los escondieron en algún otro lado?

No le prestó atención a la misa y después que terminó, se quedó arrodillada rezando. Pasados unos minutos, fue a la oficina de la madre superiora. Respiró hondo, cerró los ojos y esperó a que volviera del desayuno.

La hermana Josefina se sorprende al verla. ‘’¡Marina! ¡No te vi en el desayuno! ¿Te sientes bien?’’ Marina abre los ojos y la observa. En segundos recuerda todo lo que pasó la noche anterior. La hermana Josefina, que hasta unas horas atrás era su ejemplo a seguir, es ahora una persona desconocida totalmente.

‘’Tengo que hablar con usted, madre’’ le dice con voz firme. Josefina la mira un tanto perpleja. ‘’Sí, mi vida, pasa’’. Josefina siempre fue amable y dulce con ella, como si hubiera sido la hija que jamás tuvo y hubiese querido tener.

‘’Madre…Anoche…Anoche presencié algo muy raro’’. Hizo una pausa corta para decidir qué palabras usar, pero no las encontró. Le contó todo lo que la madre superiora ya sabía. Cuando terminó el relato, la directora la miraba impertérrita, como si ella fuera una niña pequeña que había ido expresamente a contarle un mal sueño. 

‘’Marina…Es usted joven y siempre será inexperta’’ le respondió, tratándola de usted, por primera vez en todo el tiempo que llevaba en el convento. ‘’Madre, yo sé lo que vi’’. La mujer volvió a responder con la misma frase inexplicable, sin alterarse: ‘’Marina, es usted joven y siempre será inexperta’’ e hizo un ademán para que se retirara.

La chica se levantó y en completo silencio salió de la oficina y fue a ocuparse de sus quehaceres, no sin antes pasar por su cuarto y anotar todo en el mismo cuadernito donde tenía lo que había pasado la noche de los bolsos.

Dos días después, la madre superiora le informó que la trasladarían a otro convento, donde su ‘’energía, carisma y espíritu de servicio serían de gran provecho’’. Marina lo tomó como lo que era, una llamada de atención, pero sabía bien qué tenía que hacer.

Antes de su traslado, pidió tiempo para despedirse de sus familiares y amigos. A su hermano le entregó en secreto el cuadernito y le contó todo lo que vio, con la advertencia de que si algo llegara a pasarle, él tendría que entregarle todo a los medios, a la policía. Le mandó un audio con toda la historia, además, estructurado como una especie de bitácora.

‘’Me siento como en una peli de espías’’ le dijo, antes de abrazarlo para despedirse. Tenía otra vez la ya tan familiar intranquilidad pegada en el cuerpo. ‘’Algo va a pasar’’ bromeó, antes de regresar al convento para irse al día siguiente.

A las 8:00 a.m del lunes de su partida, un auto la estaba esperando. Las hermanas Josefina e Imelda la despidieron sin emoción alguna. Ella las miró y antes de subirse al auto, les dijo: ‘’Que les aproveche el dinero, hermanas, y que Dios las perdone’’. Ellas la miraron también y solo Imelda bajó la mirada, sonrojada. ‘’Algo de vergüenza tiene al menos esta’’ pensó. Se persignó y se entregó a lo que estuviera próximo en su destino.

Un par de horas antes de llegar, el auto que la llevaba fue embestido por otro y tanto ella, como el chofer murieron en el acto. 

En su funeral, la madre Josefina dijo unas palabras tan patéticas como ella misma: ‘’Marina, en plena flor de la vida, Dios quiso tenerte en su jardín’’. Los que no estaban al tanto del drama que se había desarrollado días antes, lloraron sinceramente su partida. Pero su hermano, siguiendo las instrucciones que Marina le había dado, esperó el final del discurso para gritarle ‘’¡Sé en qué estás metida, vieja puta y de esta no saldrás bien parada!’’, al tiempo que un par de oficiales de la policía y algunos periodistas se le acercaban a las hermanas Josefina e Imelda para llevarlas a la comisaría para interrogarlas.