10 mayo 2021

El depto de enfrente

 




El departamento de enfrente estuvo mucho tiempo deshabitado. A veces, cuando se asomaba al balcón, veía al chico que lo mostraba a posibles inquilinos. Nunca fue del tipo fisgón, ni mucho menos. Las vidas ajenas le importaban poco, por no decir nada. Hasta que ella llegó.

Fue ese septiembre atípico, pandémico, raro en todo sentido; sin embargo, en medio de todo ese caos, la nueva inquilina se instaló. Estaba tan acostumbrado a no ver a nadie en el depto de enfrente, que se sorprendió a sí mismo pendiente de los cambios que se sucedían vertiginosamente.

Más sorprendido quedó cuando vio que la chica había instalado su escritorio justo en la ventana que daba al balcón de su casa y él pasaba más tiempo de lo normal apareciendo de vez en vez para verla o hacerse el que no la veía.

Compró algunas plantas, para sorpresa de su propia mujer que sabía que nunca le habían interesado, y las colocó en el balcón. Les empezó a dedicar ciertos cuidados, a cualquier hora del día, de manera de observar a su nueva vecina.

La chica no hacía más que trabajar, atender llamadas, reuniones de trabajo seguramente fastidiosas y rutinarias. Nada del otro mundo. Pero él se sentía observado, sin que ella lo hiciera adrede. O quizás él quería sentirse de esa forma.

Hacía mucho tiempo que ninguna mujer le llamaba la atención y no sabía tampoco por qué esta extraña lo obligaba a pasar rato en su propio balcón, primero esporádicamente y después por largos periodos.

La chica de enfrente no era particularmente bella, ni tan siquiera interesante a la vista, al menos desde donde él la veía, pero era magnética y eso creaba un halo de interés que pensó nunca volvería a sentir por ninguna otra mujer.

 ‘’Me gusta tomar el sol de la mañana’’, ‘’el café sabe mejor al aire libre’’ le había dicho a su mujer, cuando ella le preguntó por qué esa nueva rutina. ‘’Tenemos este balcón y casi nunca lo disfrutamos’’, había añadido. ‘’Me he vuelto un patético voyeur a estas alturas de mi vida’’ pensaba; sin embargo.

En verano, él salía al balcón sin camisa, con un poco de vergüenza y de curiosidad por saber si a ella le resultaba atractivo verlo, pero, para su infelicidad, no. Ella solo quitaba la vista del computador para ver los árboles del jardín de la casa de al lado, no para verlo a él.

Los días fueron transcurriendo de la misma forma, con esta rutina que para él ya era parte esencial de su accionar cotidiano, pero que a la vez fue minando su relación de pareja de tantos años.

El creciente desinterés que sentía por su mujer fue sustituido por el creciente interés que sentía por la desconocida del depto de enfrente. ‘’Todavía existe la posibilidad de una nueva vida para mí’’ pensaba y ese pensamiento dio pie a su separación definitiva.

Cuando se despidió de su ahora exmujer, lo hizo también de la vecina desconocida. La vio, como siempre, desde el balcón. Quiso gritarle para llamar su atención y darle las gracias por haber hecho algo que él ni siquiera sabía que necesitaba, pero se quedó parado viéndola hasta que ella, por primera vez, levantó la vista de la pantalla, se pasó una mano por el cabello y le sonrió.