10 septiembre 2020

Todo el tiempo del mundo


Son tantos años ya juntos que él sabe cuándo se avecina un escándalo, por cualquier cosa, sea él el culpable o no. Así que esta vez, cuando supo que estaba por ocurrir otro episodio, se escurrió un poco en la silla y respiró hondo. Deseó una vez más, no tener que pasar por esto.

La mujer salió del cuarto hecha una fiera, lo que era común en ella, dado su carácter impetuoso e incontrolable. Desde el extremo opuesto de la mesa donde estaba el hombre agitó el periódico que sostenía con fuerza en la mano: ‘’¿Leíste esto? E-S-T-O’’ le espetó, como si él fuera capaz de saber con antelación las noticias del mundo que ya no habitaban.

Respondió con un tímido no, pero de nada hubiera servido responder con un sí. De todas formas, ella haría un lío, fuera algo importante o no, aunque a estas alturas, ¿qué era lo verdaderamente importante, si todo ya había perdido sentido?

’’No fue a esto a lo que nos comprometimos’’ dijo ella, con ese tono de voz exasperante. El hombre tomó el periódico arrugado y leyó lo más rápido que pudo la noticia, a grandes rasgos. Una noticia sensacionalista, amarillista, sin razón de ser, más que llenar de historias estúpidas las páginas de los tabloides.

‘’¿Importa ya acaso?’’’ le respondió, pero se arrepintió en el mismo momento en que terminó de hacer la pregunta. La mujer le clavó la mirada furibunda. Si hubiera podido asesinarlo en ese preciso momento, lo hubiera hecho. ‘’¿Cómo que si importa o no importa ya? ¿Eres imbécil, acaso? ¡Claro que lo eres! ¿Cómo no puede importarte esto, cómo? ¡Dímelo!’’ le gritó.

‘’Y…pasan cosas. No las podemos controlar’’ le dijo, en un tono de voz que buscaba calmarla, pero ella ya no lo escuchaba. Seguía gritando a más no poder. Lo típico. Él se sabía ese guion de memoria, pero siempre le seguía el juego, con la vana esperanza de que en algún momento, todo fuera diferente.

Después de un rato, que a él se le hizo más eterno que de costumbre, ella se calló. Él aprovechó para hablar. Se levantó de la mesa y se acercó, con cuidado y lentitud. ‘’Mi amor…ya nada de esto importa, ni tampoco nos compete. Una vez que dimos nuestro consentimiento, nos desligamos de los resultados’’. Se fue acercando más y más, hasta apoyar una mano en el hombro de la mujer y llevarla hasta su mejilla.

‘’No nos compete’’ repitió ella. ‘’Era mi cuerpo. Era el tuyo. Y tú dices que ‘’no nos compete’’. ¡Cínico!’’ y de un manotazo, le retiró la mano de la mejilla. Él parpadeó, sin saber qué más decir para hacerla entrar en razón. Se sintió parte de un episodio de una serie policial, en la que el funcionario le explicaba que mejor no hablara, porque todo podía ser usado en su contra.

Agachó la cabeza y dio por perdida esta nueva batalla, en la que ella sola peleaba, por cualquier motivo, para sentirse viva, de nuevo. Fue hasta el extremo de la mesa donde estaba el periódico arrugado y leyó de nuevo la nota: ‘’El escándalo de los cuerpos donados a la ciencia dejados a merced de las ratas’’.

‘’Un escándalo más, uno menos. Ni a nuestras familias les importa lo que haya pasado con nuestros cuerpos’’, pensó. Quiso decírselo, pero se contuvo. Se retiró de la habitación, a esperar tan solo a que ella se tranquilizara. A fin de cuentas, tenía todo el tiempo del mundo para esperar a que eso sucediera. Ya no tenía nada que esperar, salvo el descanso eterno.