07 abril 2023

Cosas del viento

 

Caminaba sin rumbo fijo. Se dejaba llevar por el cálido sol tardío, sintiendo la brisa salada acariciar su rostro. Vestía un largo vestido blanco que se movía al compás del viento, como si tuviera vida propia.

Le gustaba creer que era una figura enigmática que aparecía y desaparecía misteriosamente en la playa. Pero solo huía del sol. Y de la muchedumbre, sobre todo el fin de semana.

Esa tarde salió, cautelosa, como tardes anteriores. El viento, que azotaba la costa ese verano, se había vuelto terrible y violento; sin embargo, ninguna alarma levantaron los meteorólogos, por lo que la mujer lo único que hizo fue mantener la misma cautela de siempre.

Decidió caminar a la par del viento, no de espaldas a él, como había hecho todas las tardes. Iba despacio, disfrutando de la textura de la arena bajo sus pies. Cerró los ojos por unos instantes, se dejó llevar por la sensación de aquella brisa poderosa, como si quisiera fundirse con ella. En ese momento, el viento comenzó a soplar con más fuerza, envolviéndola con su abrazo invisible.

Esto hizo que caminara más rápido. Se sintió transportada por la fuerza del viento, elevándose en el aire como una hoja seca. Abrió los ojos, miró hacia abajo y vio que la playa se alejaba rápidamente, mientras el mar y las montañas se acercaban a ella.

Mientras flotaba en el aire, todo a su alrededor parecía estar desvaneciéndose, dejando solo en escena al viento y a ella. Se preguntó qué pasaría si nunca pudiera volver a su vida, a lo que era antes y se quedara así, suspendida.

Imaginó el mundo continuando, sin ella en su lugar, los días pasando sin un rastro, dejándola atrás. Se preguntó cómo sobreviviría, flotando en la eternidad, sin rumbo, a merced del viento.

‘’¡La vida nunca es lo que parece, ni lo que uno cree!’’ le gritó a la nada. De repente, sintió una extraña presencia detrás de sí. Giró su cabeza lentamente y se encontró con un hombre alto y delgado, vestido con un traje oscuro, que la observaba desde la profundidad de unos ojos también oscuros y además intensos.

El viento dejó de soplar con fiereza. Con un tono de voz propio de quien ha fumado desde temprana edad, el hombre le preguntó si estaba bien. La mujer, desconcertada, lo miró con temor. "No sé de qué hablas", dijo ella.

‘’Señora, lleva cerca de media hora gritando’’ le respondió. ‘’Venga conmigo, la acompaño hasta su hotel’’ le dijo. La mujer no sabía qué hacer. El hombre parecía muy seguro de sí mismo, pero después de todo, él era un extraño, y la mujer había aprendido desde temprana edad a no confiar en extraños.

Le plantó cara y le dijo: ‘’Prefiero que me lleve el viento’’. Después de pronunciar esas palabras, la mujer se dio la vuelta, dejando al hombre perplejo en la playa. La vio alejarse unos metros y detenerse de espaldas a él, abrir los brazos y elevarlos al cielo.

El viento arreciaba y la gente iba dejando vacía la playa. El hombre caminó lo más rápido que pudo y se resguardó en la caseta del salvavidas, que lo saludó, como todas las tardes. ‘’La loca te fastidió de nuevo hoy, ¿no?’’, le preguntó, al tiempo que señalaba a la mujer que daba saltitos en la arena, seguidos de vueltas sobre sí misma.

‘’Me da pena, pero tengo que cumplir con mi deber. Con la amenaza de lluvia y vientos huracanados, no está permitido que la gente se quede en la playa. ¿Ustedes ya van de salida, también?’’ le preguntó.

El salvavidas echó un vistazo a la playa. ‘’Tengo que sacar a los surfistas que ves allá y daré por terminada mi jornada. Será solo advertencia. No puedo jugar a ser el guardián de toda esta gente. Para eso estás tú, amigo’’, le dijo, al tiempo que le sonreía y le palmeaba la espalda. El hombre le devolvió la sonrisa: ‘’Es así. Son gajes del oficio. De mi oficio’’, le respondió, mientras veía a la mujer que incesantemente daba vueltas sobre sí misma.