13 julio 2020

¡Tantas cosas que se escapan!




Con la dificultad que le causa movilizarse, la mujer desciende del taxi de la forma más digna y elegante posibles. ‘’Que no se note tanto mi edad’’, piensa divertida. Echa un rápido vistazo a su atuendo. No luce mal, dentro de lo que cabe. Intentó vestirse de manera sobria, aunque él seguramente la recuerde como excéntrica y extravagante. No importa. Siempre puede esgrimir que eran ‘’cosas de la juventud’’. Lo cierto es que se sigue vistiendo como una excéntrica y una extravagante, pero no para hoy. Hoy quería ser elegante, discreta, llevar bien la etiqueta de ‘’una señora de su edad’’, aunque nunca haya tenido claro qué significa esa frase. De su cartera saca un espejito para constatar que aún sus labios tienen brillo, que sus mejillas conservan el rubor y que su cabello no luce desaliñado. Todo está en su sitio, por fortuna. Toma con firmeza el mango de su bastón y avanza decidida hacia su destino. Abre la reja y observa la casa. Es pequeña, sensata, con un jardín diminuto, pero necesario. Es una casa de un solo piso, diferente a las otras del vecindario. Por fuera no tiene nada llamativo, pero está segura de que por dentro está decorada con gran gusto, ecléctico, tal vez, como su dueño. Recorre despacio el caminito de baldosas hacia la puerta principal. Toca el timbre. Oye unos pasos que se arrastran desde el interior y lo ve, cuando corre la cortina y se le queda viendo, impertérrito. Esa mirada la desarma. No sabe si sonreírle o hablarle u ordenarle que abra la puerta, que es ella. El anciano la observa. Ella oye cómo destraba la puerta y la abre, sin miramientos. ‘’¿Qué desea?’’ le pregunta. Está en piyamas, despeinado y luce bastante acabado, como si la vida no hubiera sido benévola del todo con él. ‘’Sigo siendo virgen, Mario. ¿Me dejas pasar?’’ le pregunta ella, en voz baja. El hombre parpadea. Le franquea el paso más por curiosidad que por familiaridad; a fin de cuentas, ¿qué tan peligrosa puede ser esa señora, tan vieja como él? No la invita a sentarse, sino que se dirige a la cocina. Ella lo sigue, titubeante. Estos nuevos modales que le descubre, la hacen sentir incómoda. ¿Dónde está el caballero educado de antaño? Tal vez todo quedó en el pasado o tal vez era solo una impostura para atraerla, en aquel tiempo pretérito que compartieron. ‘’Mario…Tenemos que hablar’’ le dice, en un intento de introducción al tema que la ha traído a esa casa. ‘’Pues habla. No sé de qué, pero habla que te escucho’’ responde tuteándola también, no sin antes mirarla, sin poder reconocerla. Prepara té para ambos, sin haberle consultado si quería y se sienta a la mesa. La observa, con más detenimiento ahora. Recuerda la advertencia de su hija de no abrirle a extraños, pero esta mujer lo conoce, no sabe de dónde, pero lo conoce. Ella también se sienta, aparta la taza de sí, sin tomar ni un sorbo del té. ‘’¿No lo bebes?’’ pregunta. ‘’No me gusta el té. Te lo decía con frecuencia, pero ya veo que no lo recuerdas’’, responde. Él se encoje de hombros, como un niño al que no le importa la opinión de un adulto. ‘’¿Qué era lo que tenías que decirme?’’ indaga. Ella cierra los ojos por instantes. El empuje inicial la ha abandonado y ahora se siente un tanto cohibida ante este Mario, que no es el suyo, tan extraño, tan hostil, tan malcriado. Un sinfín de pensamientos la asalta: ¿Habrá hecho bien en buscarlo?, ¿qué otras razones inconscientes la llevaron a esto?. Después de una larga pausa, logra repetir: ‘’Sigo siendo virgen, Mario. Y he venido para solucionar esta situación. Contigo y con ningún otro’’ dice. El anciano resopla, pero retiene una carcajada de burla y desdén, al verla tan ansiosa, a espera de una respuesta. ‘’¿Tú crees que a esta edad que tenemos, podemos resolver esa ‘’situación’’? pregunta, levantando los dedos y haciendo comillas imaginarias. ‘’Y en caso de que pudiéramos, ¿no ha pasado ya demasiado tiempo? ¿No debió haber sido un plan de hace mucho tiempo atrás? La mujer se le queda viendo. Hace un esfuerzo para no echarse a llorar ahí mismo, en esa cocina ajena. El hombre nota su desazón, como si le hubiera respondido una canallada y no con la verdad de sus pensamientos. Sin embargo, no suaviza su respuesta: ‘’Es un tanto dramática tu situación y me parece que todo está perdido. En esto no te puedo ayudar’’. ‘’Yo…’’ comienza diciendo. ‘’Pensé que podíamos solucionar esto o que al menos te mostrarías dispuesto. El tiempo es implacable, a estas alturas Mario, y tú…’’ Él la ataja, antes de que continúe con su discurso lastimero: ‘’Querida, pero ¡dispuesto siempre estuve para esos menesteres, hasta que envejecí!’’ y no puede no reír. ‘’No es que no quiera ayudarte, es que simplemente ya no tengo fuerzas. Digamos que es una cuestión biológica, química, anatómica, ¡qué sé yo! y también de ganas. Lo que propones, no me interesa y además, fíjate en tu apariencia, tampoco es que me es atractiva. Y siento ser tan rudo, pero ese es el estado actual de mi vida, querida’’. Perpleja ante tal declaración, toma con fuerza su bastón y se levanta. ‘’No te hagas la ofendida. ¿Ya te quieres ir? Ni siquiera has probado el té’’ replica. Sin responder, la anciana camina lentamente hasta la puerta. ‘’Ten al menos la amabilidad de pedirme un taxi, Mario’’. ‘’Como gustes’’, responde el hombre, encogiéndose de hombros. Cuando el auto aparece en la puerta, el viejo hace el intento de acompañarla, pero ella lo aparta con un ademán y con un ‘’no nos volveremos a ver jamás’’ seco y hosco. La ve alejarse y responde: ‘’Tampoco es que nos queda mucho tiempo de sobra para eso’’ y ríe divertido, como si fuera un niño nuevamente, que se burla de sus mayores adrede. ‘’Cuánta diversión en una sola tarde’’ piensa. ‘’¿Quién sería esta mujer? ¿Por qué me llamaría ‘’Mario’’? Empieza a dudar. Se dirige a la cocina y bebe el té de la taza que antes le había ofrecido a la anciana. Hoy le preguntará a su hija, cuando venga, cuál es su nombre. ¡Hay tantas cosas que olvida a diario, que se le escapan! ¡Tantas!