24 septiembre 2023

Alquimia


 


Vivían en una pequeña casa, con dos únicos ambientes, en los que se acomodaban como podían. En la parte de atrás estaba un cobertizo, mal hecho, pero que servía para esconder la letrina y sus malos olores.

No tenían sembradíos y mucho menos una huerta decente, como algunas otras familias de la región, pero sí un pequeño viñedo, del que producían vino para su propio consumo y a veces, cuando tenían un poco de más, lo vendían en la feria cada tanto.

Como tantos otros, sobrevivían. El padre, un hombre de unos cuarenta años, era el típico borracho violento y grosero que obligaba a sus hijos a trabajar y producir su propio vino, del que gota a gota él consumía con la velocidad del vicioso.

La madre, sumisa y temerosa, se encargaba de las tareas del hogar y de cuidar a los niños. Los pequeños, sucios y mal vestidos, no iban a la escuela rural, que solo abría un par de veces a la semana y trabajaban largas horas en huertas ajenas junto a su padre. ‘’¡Aquí todos se ganan su propio pan! solía gritarles.

El hijo mayor tenía apenas 13 años y estaba a cargo de la producción de vino. Los hermanos menores se turnaban para ayudar en las siembras y en lo poco que pudieran hacer en casa. El padre siempre estaba borracho y malhumorado, y no dudaba en golpear a sus hijos si consideraba que no trabajaban lo suficientemente bien.

Alquilaba a los niños a los patrones de otros caseríos para que les trabajaran el campo. Sacaba sus propias cuentas de cuánto podía producirle cada niño y así tener dinero suficiente para gastarlo en la taberna, bebiendo vino, mientras esperaba por la cosecha de su propio viñedo.

Sin embargo, un día, el hombre se dio cuenta de que no le quedaba casi vino y tampoco dinero suficiente como para comprarlo en el pueblo. Furioso, empezó a tirar cosas al piso y romper lo poco que tenían. Los niños se escondían en un rincón, temerosos de las ya sabidas consecuencias.

El hombre tambaleante se dirigió hacia el fondo de la casa, donde estaba la barrica de vino. Allí encontró a uno de sus hijos menores, de solo nueve años, atendiéndola. ¿Dónde estaba el mayor? ¿Por qué no estaba ahí?

El niño estaba subido en una escalera enclenque para alcanzar la barrica. Sin mediar palabra, el hombre empezó a agitar la escalera y a gritarle que qué hacía ahí, si ese no era su lugar. ‘’¿Dónde está tu hermano, dónde?’’ vociferaba mientras subía como podía. Comenzó a golpear al niño y a apremiarlo para que se diera prisa.

El hijo mayor, que dormía escondido del padre entre la paja amontonada en el piso, se despertó por los gritos. Vio cómo el padre forcejeaba con el niño y sin pensarlo dos veces, dio un salto y subió por la escalera.

A pesar de no poder hacer mucho, dadas sus contexturas de niños, atacaron al padre para defenderse, pero el hombre perdió el equilibrio y cayó dentro de la barrica, golpeando su grande y pesada cabeza de borracho contra el filo, quedando inconsciente.

Ante la mirada atónita de los chicos, el padre quedó flotando, boca abajo, inerte. El líquido lo fue cubriendo por completo y se hundió lentamente, como si se hubiera desvanecido en el vino. El chico más pequeño bajó por la escalera dando tumbos y su madre fue a su encuentro, dada la naturaleza de sus gritos y de su llanto, que eran muy diferentes de cuando el padre borracho lo azotaba.

Entre sollozos, le contó a la madre lo que había ocurrido. La madre comenzó a llorar y lo atrajo hacia sí. Los demás chicos se reunieron en torno a ellos. Nadie sabía qué hacer.

Fueron todos juntos hasta el fondo de la precaria casa. El hijo mayor tenía aún la vista clavada en la barrica. La madre lo llamó varias veces para sacarlo del trance en el que estaba.

Le limpió con su sucio delantal la cara sudorosa al tiempo que lo besaba en la frente. Hizo que todos se sentaran en el suelo y les dijo que guardaran el secreto. No había nada más que hacer.

Les ordenó que embotellaran parte del vino para venderlo en el pueblo. Los niños se encargaron toda la noche de hacerlo, cuidando de que el cuerpo del padre no quedara expuesto. Al día siguiente, con más miedo que certezas, la madre fue al pueblo a ofrecer las botellas de vino. El resultado fue sorprendente. El vino era de una calidad excepcional y pronto se corrió la voz de aquella maravilla gastronómica.

La familia empezó a prosperar gracias al vino y a su secreto tan bien guardado. Compraron nuevas herramientas para la huerta y se hicieron con una pequeña tienda en el pueblo. Tenían que disfrutar de esa dicha mientras durara el cuerpo del padre en el fondo de la barrica.

Nunca hablaron de lo que había sucedido aquella noche. Mantuvieron el secreto de su vino y se aseguraron de que nadie conociera el verdadero origen del mismo. Se obligaron a relegar en el olvido la tragedia del padre que les trajo lo único que nunca habían esperado: El éxito.