26 junio 2020

El polvo del Sahara




Poco a poco, se extiende sobre las ciudades, sobre todo, las de la costa, que es donde ella está. Ha tenido la precaución de encerrarse en su propia casa y ha tapado cada rendija de cada puerta y ventana con pedazos de tela, con ropa, empapados en vinagre, para evitar que se cuele. Nada extraño entrará a su hogar; no al menos si ella pueda evitarlo.

Corrió los muebles de la sala hacia un costado. Le dio vuelta al sofá grande y con él tapió la puerta principal. Verificó que cada espacio entre las bisagras de esa puerta y de las ventanas quedaran selladas. Hasta que no pase el peligro, no se moverá de su casa.

Mantiene la radio y la televisión encendidas todo el día para no perder ningún detalle. Anota en un papel cómo se van desarrollando los hechos, como si de un diario se tratase. Eso sí, para no molestar a los vecinos, mantiene el volumen bajo, para que nadie sospeche que está nerviosa con todo esto.

Responde los mensajes que le llegan a su teléfono de manera casi telegráfica: ‘’Sí, estoy bien’’, ‘’todo ok’’, ‘’tranqui’’ y cosas por el estilo. No quiere distraerse. Tiene la sensación de que, si se descuida, su casa puede ser invadida y no es la idea.

Desde que la alerta nacional comenzó, ha visto alterado su sueño y su rutina diaria. Ahora pasa la mayor parte de su día sentada en el piso de la sala, oyendo las noticias, haciendo anotaciones, verificando que ninguna corriente de aire, por mínima que sea, entre en su casa. No tiene ni idea de cuánto durará todo esto, pero podrá sobrevivir algunos días así. Los necesarios. Ella solo quiere ser una de las sobrevivientes.

Duerme en el suelo de la sala, incómoda, pero tiene que hacerlo, tiene que mantenerse alerta. Si durmiera en su cama, correría el riesgo de no estar atenta. Sabe que el enemigo es sigiloso y también poderoso, así que no quiere darle tregua.

Por momentos, cuando está muy cansada, piensa en claudicar; sin embargo, desecha esos pensamientos y redobla sus propios esfuerzos para no fallar. ‘’Sacudirse el polvo’’ es la expresión que usa para animarse, cuando las fuerzas le fallan. Hasta ahora ha sobrevivido, cada vez con más esfuerzo, eso sí.

Sin embargo, esa noche, el cansancio dio cuenta de tantos días en tensión y venció su resistencia. Se durmió profundamente, acurrucada en el piso de su sala, por lo que no notó cuando el enemigo fue avanzando lento y sigiloso desde el desaguadero de la cocina.

Se fue formando poco a poco y se fue filtrando por los espacios de la rejilla, único lugar que no tuvo a bien de ser taponado con trapos impregnados en vinagre, porque ¿acaso el polvo habita también en los desaguaderos, en las cañerías? Improbable, según ella.

Lo cierto es que fue avanzando con tanto poderío, que hacerle frente ella no hubiera podido. El polvo fue ocupando todos los espacios, como si de una tormenta silenciosa de arena hubiera tenido lugar en su propia casa y hubiera decidido quedarse, hasta cubrirlo todo, hasta devorarlo todo en silencio.

Cuando por fin despertó del profundo sueño, estaba toda cubierta de una polvareda pesada y densa que casi no le permitió abrir los ojos ni respirar normalmente. Tuvo a bien gritar, lo más que pudo, alguien tenía que escucharla, alguien tenía que socorrerla, alguien tenía que apiadarse y salvarla de este enemigo mortal.

‘’¡Auxilio! ¡Ayúdenme!’’ gritó, mientras se sacudía y revolcaba en el piso, intentando librarse de su prisión de arena, pero el polvo era cada vez más denso, más espeso, más pesado y la iba consumiendo, hasta tragarla infinitas veces y dejarla ahí, tirada, sin aire, en el piso de su propia casa.

Mientras tanto, los vecinos, acostumbrados a sus gritos, no se sobresaltaron ni un ápice. Pusieron música a todo volumen, continuaron con sus vidas como si nada. A fin de cuentas, ella, la loca del tercero, solo espera que alguna cosa mala le pase en serio y esta vez le tocó el turno al polvo. Al polvo del Sahara.