13 noviembre 2011

La parte del trato




La primera bala impacta en el vidrio trasero del auto y hace estallar el parietal izquierdo del chico. El auto se detiene en seco y viene el primer grito de terror de la chica, junto con las lágrimas y el desespero.

La segunda bala impacta, en cuestión de segundos, unos pocos centímetros más abajo que la primera y el chico finalmente se desploma sobre el blanco vestido de novia y la sangre tiñe el bouquet de blancas y perfumadas rosas.

La chica ya no grita: aúlla. Trata de contener la hemorragia que produjeron las balas. Todo el asiento trasero queda cubierto por la sangre, el olor a pólvora y los restos de lo que fue la cabeza de su amado. La chica observa con estupor sus manos ensangrentadas y a través de la ventana del auto, observa también a los atacantes. Son tres los hombres, todos con lentes oscuros: el chofer, el copiloto y en el asiento de atrás el que tiene el revólver, quien le sonríe socarronamente. Los aullidos de la chica se mezclan más aún con su propio llanto al tiempo que escucha al hombre del revólver decir: ‘’Mi sentido pésame, damita’’.

El auto con los tres hombres huye veloz por la autopista, mientras que en el otro auto continúa la tragedia. El chofer hace acopio de fuerzas para reponerse del impacto e intentar sacar del auto, sin éxito, a la chica, quien se aferra al cuerpo sin vida del muchacho: ´´Rodrigo, reacciona, por favor´´ le dice la chica al oído.

Mientras, en el gran salón de recepciones del hotel, la noticia del asesinato llega de golpe. Los murmullos, gritos y llantos de los 125 invitados se entrelazan unos con otros. Solo uno permanece incólume: la mano izquierda sostiene la copa de champagne mientras que con la derecha sostiene el celular para leer por segunda vez el mensaje de texto en su celular: ´´Misión cumplida. Fueron dos las balas. No hubo necesidad de más´´.

Entre al caos que reina en el salón, nadie nota cuando él se levanta de la silla, alza la copa y brinda: ´´A tu salud, damita. Cumplí con mi parte del trato. Si no eres mía, nunca lo serás de nadie´´ y bebe a sorbos el champagne, para después perderse, con el disimulo y la discreción que siempre lo han caracterizado, entre los invitados en el salón.

27 septiembre 2011

De parte de Amparo





El primer timbrazo lo despierta de golpe. Abre los ojos y escucha cómo retumban sus latidos asustados por toda la habitación.
El segundo timbrazo, más impaciente y enérgico que el primero, lo expulsa de su cama en dirección a la sala. Al abrir la puerta, el más benevolente de los cuatro puñetazos que recibirá, se estrella justo en el medio de su hermoso y joven rostro. El siguiente, y más rápido, lo recibe en la boca del estómago. Escupe sangre junto con algunos de sus perfectos dientes y todo el aire de su hermoso y joven cuerpo lo abandona. Mareos. Náuseas. Pérdida del equilibrio. Curvado ya del dolor, termina por derribarlo en el piso de su casa el tercer y más fiero impacto. Intenta ganar aire justo antes de que la única y certera patada que recibe le destroce un par de costillas. Aúlla. El dolor y el pánico lo dominan por entero. En cuclillas, el atacante se acerca y le susurra: ‘’Esto fue de parte de Amparo’’ y antes de erguirse, le asesta el cuarto y último puñetazo en el oído izquierdo de su hermosa y joven cabeza.

31 julio 2011

¿La ha visto?


Se calza los zapatos más cómodos que tiene. Coloca en la mochila una camiseta extra, el mapa de la ciudad, una libreta para anotar y dos fotos de ella, escogidas cuidadosamente. En una, el cabello le cae pesado sobre los hombros y sonríe a medias, con una sonrisa un tanto forzada; en la otra, el cabello lo lleva un dedo por debajo de las orejas y muestra su sonrisa perfecta, radiante, risueña. Se detiene un poco en esta foto y una avalancha de recuerdos lo sepulta. Recorre con ternura esa figura. ‘’Vine a reencontrarte’’ dice en voz alta, con la esperanza de que en algún punto de la ciudad, ella logre oírlo. Termina de preparar la mochila y sale de la habitación.
En el mapa marcó diferentes zonas: Palermo, Villa Crespo, Recoleta, para empezar. Sabe que su empresa, aparte de irrisoria, es suicida. 10 millones de personas habitan la ciudad; sin embargo, está seguro de encontrarla.
Camina sin prisas por calles desconocidas. Detiene a la gente que pasa. Le pregunta por ella : ´´Busco a esta chica. Se llama Mariel. Tiene cerca de seis meses aquí. ¿La ha visto?’’. Hay quien se detiene por lástima a observar las fotos. Hay quien se burla de inmediato y lo llame de ‘iluso’, ‘loco’. Hay quien lo oye, le pregunta por ella, el por qué de su búsqueda. Hay quien lo ignora sin ambages. Él no pierde el ánimo. Recorre bares, placitas, se detiene en las entradas del metro: ‘’¿La ha visto’’?.
Su guión de vida es igual semana tras semana: caminar con rumbo fijo por calles marcadas en el mapa, con las fotos en la mano. Va preguntando a quien tiene la paciencia o la educación de escucharlo. El resultado es el mismo. Mariel no existe para nadie, solo para él.
De madrugada, cuando llega al hotel, después de días extenuantes e infructuosos, se aferra a las fotos. ‘’No puedes estar tan lejos. No puedes no existir’’. Así se duerme, pensándola, llamándola, sintiéndola en el lado que le correspondería en la cama.
Cada semana va pasando, sin embargo, lenta, pesada, inocua. Se aferra a la certeza de que la encontrará, pero el tiempo nunca fue aliado en esta empresa. En contados días deberá regresar a su casa, pero ¿regresar sin Mariel? No estuvo nunca en sus planes su ausencia.
El último día es el día más largo de todos. No hay más tiempo. Regresa solo con una gran colección de negativas y sin ella. A Mariel se la tragó la ciudad y es definitivo. Ahora sí lo embarga el desánimo. En su habitación del hotel, ordena sus pocas pertenencias. En una hora deberá estar ya en el aeropuerto. Respira hondo. Ya en la recepción, se dispone a pagar la cuenta. ‘’Señor Lara, ayer una chica le dejó esta notita’’, le dice la recepcionista. Él tiembla. Desdobla el papel con cuidado y lee: ‘’No me busques más que no quiero encontrarte nunca. M’’. Cierra los ojos y siente un dolor agudo, justo ahí donde antes estaba Mariel y su risa, Mariel y su voz, Mariel y su ánimo. Paga la cuenta y camina, en completo silencio, hacia la salida.

16 junio 2011

La ventana




Él yace boca abajo, totalmente entregado al sueño. Respira profunda, plácidamente. Ella se sienta con delicadeza al borde de la cama, lo observa con un dejo de tristeza. Roza con ternura la planta de los pies del chico, quien rezonga y entre dormido logra musitar un ‘’déjame’’ infantil y fastidiado. Ella sonríe, más triste aún. Se levanta y lo observa nuevamente. Siempre le ha gustado cómo duerme, cómo se entrega al placer del sueño. Se acerca y un solo beso tibio y dulce se le escapa a modo de despedida y cae sobre la espalda del muchacho. Respira hondo y camina hacia la ventana. La abre con delicadeza de par en par. La brisa fresca le revuelve con suavidad los cabellos y juguetea con la seda de su camisón. Con cuidado y tratando de hacer el menor ruido posible, se sube a la silla. Mira hacia abajo. Es temprano y la ciudad aún no despierta del todo. Coloca el pie izquierdo sobre el alféizar y ambas manos en el marco de la ventana. Sube el otro pie y queda entonces totalmente erguida. Suelta las manos y se impulsa de brazos abiertos, piernas juntas. Vuela. El descenso de su leve cuerpo es vertiginoso. Mantiene la vista fija en el vacío y los pensamientos presos a él: su risa, sus cosquillas, su silueta en la ventana, el lunar en su mejilla, sus desplantes, su desamor.
Sin soltar ni un solo grito ni una sola lágrima, finalmente se estrella con un único ruido seco y definitivo contra el pavimento.
El chico despierta de golpe, asustado. El corazón a punto de estallar. ‘’¿Nana?’’ dice al tiempo que se levanta de un salto de la cama. ‘’¿Nana?’’ repite. Ve la ventana abierta, llegó el espanto. ‘’¡Nana!’’ grita sin asomarse.
‘’Aquí estoy, amor’’ le responde ella dulcemente. Él se hunde temblando en el pecho de la chica y la abraza hasta que siente que ha pasado el peligro. Las mismas lágrimas de miedo de veces anteriores corren por su rostro. Nana lo besa con ternura. ‘’De nuevo el sueño…’’murmura el chico. Ella le acaricia el cabello, ahora empapado de sudor. ‘’Tranquilo. Ya pasó’’ y con un dejo de tristeza, lo observa una vez más.

25 marzo 2011

La espera





I
Abrió los ojos. La habitación apenas iluminada por la tenue luz de la mañana. Debía ser temprano aún. Cerró los ojos y lentamente estiró el brazo a un lado, buscando a Iván. Todas las mañanas hacía lo mismo. Sus dedos buscaban rozarlo, solamente para tener la certeza de que estaba ahí. Si no lo encontraba, se levantaba frenética de la cama y corría por el caserón hasta encontrarlo. Lo llamaba a gritos. Lo llamaba en silencio. Y hasta no abrazarlo, no pasaba el pánico.

Comenzó a temblar. Apretó los ojos. Sus dedos seguían buscándolo. Iván no había llegado a casa tampoco. Dos días. Abrió los ojos y se incorporó. Comenzó a llamarlo en voz baja. Salió de la cama. Seguía llamándolo. Cada vez más fuerte. El eco de sus gritos resonaba en todo el caserón. ‘’¡Iván!’’ gritaba. ‘’¡Iván, Iván, Iván!’’ repetían las paredes.
Se arrodilló y empezó a sollozar. Dos días. No podía creer que eso le estuviera pasando.


II
Sentada en la sala recordaba las palabras de Iván la noche de la discusión: ‘’¡Nunca voy a dejarte!’’ Era la primera vez que le gritaba. Inmediatamente la abrazó y acarició.
Las discusiones eran casi siempre por el mismo motivo: otra mujer, cualquier mujer. Ella gritaba y gritaba cuando él se demoraba en llegar a casa, cuando no respondía el teléfono al segundo llamado, cuando no salía a tiempo del trabajo y ella lo esperaba afuera.

Días antes de la desaparición, fue a buscarlo al trabajo. Le había prometido que lo esperaría en casa, pero le había mentido. No soportaba más. Estaba segura de que los retrasos de Iván no se debían al tráfico ni al exceso de trabajo.

III

Tomó el teléfono. Llamó a Iván una vez más. Nadie respondió. Respiró hondo y llamó a la policía. ‘’Jefatura de Policía, buenos días’’. Colgó. Era mejor ir y contar los detalles de la desaparición.

Se vistió. Buscó la mejor foto de Iván y se dirigió a la jefatura. La recibió un oficial gordo y somnoliento. ‘’Dígame doñita, ¿en qué la podemos ayudar?’’ y la miró con pereza y fastidio. ‘’Mi esposo tiene dos días desaparecido’’, dijo con voz entrecortada. ‘’Siéntese y cuénteme con calma, señora’’. Obedientemente se sentó y empezó a contarle al oficial los detalles de la desaparición. Se pasaba las manos por el cabello al tiempo que hablaba pausadamente para no llorar. ‘’Iván, mi esposo, salió de casa como todos los días. Iba vestido con una camisa azul y pantalones grises. Es alto, aquí lo puede ver en esta foto’’. El oficial tomó la foto con sus dedos rollizos y la observó. Tomaba notas, hacía las preguntas de rigor. ‘’Tranquilícese doñita. Le daremos curso a su denuncia. Váyase tranquila’’, le dijo.

Ella se levantó lentamente y caminó hacia la puerta, apretó la cartera contra si y salió. Se quedó un rato parada en la entrada de la jefatura, viendo a la gente pasar.

Desde la ventana del segundo piso, la observaba el inspector. Cuando ella cruzó la calle y la perdió de vista, bajó al primer piso y le preguntó al oficial para qué había venido una mujer tan bonita a la jefatura. ‘’Se le perdió el esposo’’, contestó sin ánimo. ‘’Le tomé la declaración. Lleva dos días desaparecido’’. ‘’¿Otro caso más de abandono del hogar? ¿Infidelidad acaso?’’ preguntó el inspector. ‘’No lo sé. Ya veremos. Seguro el tipo se fue con otra’’. ‘’Déme el expediente’’, ordenó, ‘’me haré cargo’’.

IV

Llegó caminando hasta la oficina de Iván. Se detuvo justo enfrente. La ventana de la oficina daba hacia la calle. Ella se escondía siempre detrás del edificio de la esquina para observarlo, para saber quién entraba, con quién hablaba, qué mujer entraba a su oficina. La mayoría de las veces lo buscaba antes de que fueran las cinco, de manera de no darle oportunidad de escaparse.

Miraba fijamente la ventana hacia la oficina de Iván. Estaba a oscuras. Dos días. Caminó lentamente hasta la entrada del edificio. Abrió la puerta. La recepcionista apartó la vista del computador y se asombró al verla. No pudo decirle nada. Sintió una oleada de tristeza al verla tan pálida y demacrada.

Ella interpretó la mirada de otra forma: la recepcionista sabía dónde estaba Iván y no quería decirle. Habló con voz nerviosa y dijo: ‘’Vine a buscar a Iván. ¿Le avisas que llegué?’’. Al tiempo que ella hablaba, la recepcionista había apretado el botón de emergencias. Segundos más tarde se presentó el jefe de Iván. ‘’Querida’’, le dijo y la abrazó.

Se sorprendió. Algo debía estar muy mal. Varios de los compañeros de Iván habían salido de sus oficinas y la rodeaban. No cabía duda: todos sabían dónde y con quién estaba Iván. Preguntó más nerviosa aún: ‘’¿Me buscas a Iván, Tomás, por favor?. Perdió su celular y no le he podido ubicar’’ mintió. Tomás la miró con lástima sincera y la invitó a pasar a su oficina. Ella se rehusó. ‘’No tengo mucho tiempo’’, le dijo, ‘’me buscas a Iván, por favor?’’, repitió.

Tomás la tomó de la mano e intentó conducirla a su oficina. Ella se resistió y empezó a gritar y a caminar en dirección a la oficina de Iván: ‘’¡Iván, Iván!’’. Todos la veían con una mezcla de lástima, asombro y tristeza.

Tomás corrió detrás hasta que la detuvo: ‘’Por favor, cálmate’’. ‘’¿Cómo quieres que me calme si hace dos días que no sé nada de mi esposo? ¿Dónde está? ¿Con quién está?’’, gritaba y lloraba al mismo tiempo. Cayó de rodillas gritando: ‘’¡Iván!’’.

V

El inspector leía el expediente y miraba la foto. Empezó a buscar información sobre Iván Mayorca. La encontró más rápido de lo que esperaba.

VI

Tomás la levantó del suelo, la llevó a la enfermería, la convenció con dificultad de que se tomara un calmante y la llevó a la casa. Durante todo el camino ella repetía en voz baja. ‘’Dos días. ¿Dónde está Iván? ¿Con quién?’’ Y entre la somnolencia, lo miraba implorando una respuesta que él no sabía cómo darle.

VII

Abrió los ojos. Aún aturdida por la bruma del calmante del día anterior, estiró el brazo para rozar el de Iván. No encontró nada. Empezó nuevamente a llorar.

Sonó el teléfono. Tomó el auricular y llorando aún respondió ‘’¿Iván?’’, ‘’Señora Mayorca, es el inspector Rosales, ¿puedo pasar por su domicilio esta misma tarde?’’. Con voz agitada ella respondió: ‘’¿Es sobre Iván? ¿Tiene noticias de él?’’, ‘’Sí, es sobre su esposo’’. ‘’Voy para allá’’ y sin darle tiempo al inspector de continuar, colgó y se vistió a toda prisa para ir a la jefatura.

VIII

Llegó nerviosa y al borde de estallar en llanto una vez más. El inspector la esperaba en la entrada, consciente de la agonía que ella estaba viviendo. ‘’Por aquí, tome asiento señora’’. La miraba con tristeza. Una mujer tan bonita, tan joven, no merecía todo eso.

Antes de que él hablara, ella dijo: ‘’No quiero saber con quién lo encontraron. Sólo dígame si está bien. Eso es todo’’. Con más lástima y pesar todavía, el inspector le extendió un recorte de periódico de hacía tres semanas: ‘’Triple choque en carretera 15. Dos víctimas fatales (…) una de las víctimas respondía al nombre de Iván Mayorca, 31 (…)’’. ‘’Encontré esto, además del acta de defunción. Usted nunca fue a reconocer el cadáver. Hace tres semanas estuvo un oficial en su casa para informarle sobre el deceso de su esposo’’.

Las lágrimas corrían por su rostro mientras releía el artículo…’’Iván Mayorca…31años…muerto…choque…’’. El inspector proseguía: ‘’Señora, usted estuvo recluida en una clínica bajo fuertes sedantes durante dos semanas y media. Tengo el informe médico. Su esposo falleció y lamento mucho por lo que usted está pasando y le deseo que…’’. Ella ya no escuchaba. ¡Que mentira! ¡Iván muerto!

Arrugó el artículo y lo arrojó sobre el escritorio, al tiempo que se levantaba y lanzaba al suelo el resto de los papeles: ‘’¡Mentira! ¡Es mentira!’’.

Salió corriendo, gritando, llorando. Llegó al caserón, cerró la puerta y se quedó en el suelo, llorando y llamándolo: ‘’Iván, Iván’’.


IX

Abrió los ojos. Lentamente estiró el brazo a un lado, buscando a Iván. Comenzó a temblar. Apretó los ojos. Sus dedos seguían buscándolo. Cuatro días. ‘’¡Iván!’’ gritaba. ‘’¡Iván, Iván, Iván!’’ repetían las paredes…

03 febrero 2011

El 29






De lunes a viernes y a las 6.10am, el chico se dirige a la parada del 29 para ir al trabajo. A esa hora hay tan pocos pasajeros que puede escoger el asiento. Depende de su ánimo donde se sienta: a la derecha, en uno individual, o a la izquierda, en uno doble. En ambos casos, lo que le interesa es estar cerca de la ventana para apoyar la cabeza y dormir los 45 exactos minutos que dura el trayecto.

De lunes a viernes y a las 6.25am, la chica se dirige también a la parada del 29 para ir al trabajo. Reza como todos los días para tener suerte y encontrarse de nuevo al chico en el autobús.

A las 6.31am, el 29 hace su diaria aparición. La chica lo ve acercarse, respira hondo y musita: ‘’Que estés. Amén’’. El autobús se detiene y el chofer de todos los días le sonríe: ‘’Buenos días, niña’’. Ella le devuelve la sonrisa e introduce las monedas en la máquina, sin necesidad de indicarle la tarifa al hombre. Con un dulce ademán de cabeza le da las gracias y camina sin prisa para escoger su asiento. Cuenta las personas: exactamente 16 y entre ellas, está él, a la derecha, con la cabeza apoyada en la ventana, las largas y tupidas pestañas que resguardan el descanso de sus ojos arena, la barba rala, los brazos cruzados sobre el pecho para proteger la mochila, los perfectos labios entreabiertos. Ella lo mira extasiada. ‘’El lindo durmiente’’piensa e intenta no avergonzarse de su exceso de cursilería.

Se ubica estratégicamente dos asientos detrás de él, desde donde puede observarlo sin problemas. El chico duerme tranquilo mientras ella lo mira. Cuenta las veces que respira mansamente y como la brisa de la mañana agita con delicadeza sus pobladas pestañas.

Restan algunos minutos para llegar a destino. La chica se levanta del asiento para descender ya en la próxima parada. Se aproxima al muchacho que respira y sueña aún más profundamente. El nerviosismo la inunda. Están a pocos minutos de la parada; sin embargo, reúne el coraje suficiente para posar su mano sobre el hombro del chico y susurrarle con ternura: ‘’Diego. Llegamos’’. Él abre sus magníficos ojos, respira hondo y sonríe a medias: ‘’No sé qué haría sin ti, Gaby. ¡Me pasaría la parada casi siempre!’’ y le regala la otra mitad de la sonrisa y así ambos descienden y enfilan sin premura con destino a su trabajo.