25 abril 2024

Regalo de novios

 


A Helí Saúl, quien se pasea entre las nubes.

La primera vez que la vio, estaba en el árbol del patio trasero de su casa. Era pequeña, con un pelaje escarlata que brillaba cuando le daba el sol y unos astutos ojitos negros; así que antes y después de la escuela, iba a su encuentro y se quedaba lo más cerca que ella lo dejara. Alguna que otra vez aceptaba el regalo que él tuviera para darle: semillas, frutos secos, algún pedacito de fruta.

Día tras día, el chico se apostaba en el árbol hasta que ella, nerviosa y veloz, lo avistaba. Al principio eran contactos rápidos y fugaces que después de un tiempo se fueron prolongando. El premio a su constancia fue tenerla por primera vez en la palma de su mano. La olisqueó, dio un saltito y regresó a su terreno conocido -el tronco del árbol- para, después de algunos segundos, volver a la mano que él le ofrecía con paciencia. 

Después de ese primer encuentro táctil, era ella quien lo esperaba inquieta, subiendo y bajando por el árbol, justo antes de que él llegara de la escuela. 

Ambos estaban fascinados el uno con el otro porque así es el arte de domesticar a otro: Una danza sutil, una paciente entrega, donde una mano se extiende entre lo silvestre y lo familiar, buscando el ritmo común de la confianza. Lo suyo era una conversación sin palabras, un intercambio de respeto y entendimiento mutuo.

Cuando se convirtieron en compañeros, ambos habían aprendido a leer los susurros del otro y bajo esa premisa de la intimidad, ella saltaba de la espalda a la cabeza del chico, se escondía en el bolsillo de su camisa y de ahí solo salía cuando él la llamaba con un silbido dulce, rítmico y discreto.

Llegó a construirle una camita con una caja de zapatos para tenerla en su cuarto y la ventana la dejaba un poco abierta, incluso en la época de frío, para que ella pudiera ir y venir a su antojo.

La noche en que coincidieron en la cena con Pascual, este nunca le había prestado atención, hasta que la vio asomarse divertida en el bolsillo de la camisa de su hermano, para volverse a esconder y volverse a asomar, como si de un juego se tratara; además, vio la expresión contemplativa de su hermano hacia aquel bicho. ¿Cuánto tiempo le había llevado domesticarla? No tenía idea, pero lo que antes le había parecido una travesura, ahora le parecía una gran obra de la que pudiera beneficiarse.

Le hizo preguntas que parecían despreocupadas: ‘’¿La llevas a la escuela?’’,‘’¿Qué dicen tus compañeros?’’ El niño respondió mansamente sin sospechar lo que ya su hermano estaba urdiendo. A Pascual no le llevó mucho tiempo saberse la rutina diaria de su hermano y mucho menos tiempo le llevó obrar en consecuencia al plan que se había trazado. Así que un día esperó a que el niño se fuera a la escuela y no quedara nadie más en la casa. Sigiloso y veloz entró en la habitación de su hermano y vio que la ardilla estaba en el pedacito de tronco que el niño le había preparado especialmente. Esperó algunos minutos a que se acostumbrara el olor de sus manos para atraparla y cuando lo hizo, la guardó en una bolsa de tela y abandonó rápidamente la habitación.

Cuando el chico llegó de la escuela fue a buscar a su fiel amiga como siempre y al no encontrarla pensó que estaba en el árbol. Se guardó pedacitos de nueces en el bolsillo del pantalón y se fue al patio a buscarla. La llamó como solía hacerlo, con un silbido dulce, rítmico y discreto, pero el animalito no apareció esa tarde ni las venideras. Le costó mucho aceptar que se había ido y a veces de noche se escondía debajo de las sábanas a llorar su ausencia. 

El tiempo avanzó ignorante como siempre de las mínimas tragedias humanas, hasta que una tarde, el niño se topó por casualidad con la novia de su hermano. Por mera cortesía, el niño le preguntó cómo estaba, a lo que la chica le respondió que muy feliz desde que Pascual le había regalado una ardilla domesticada. Se llevó entonces la mano al bolsillo de la falda y se la enseñó: el pelambre rojizo, los negros ojitos centelleantes y astutos, el mismo nerviosismo de las de su especie. ¡Era su ardilla! El niño no atinó a decir nada. Se quedó varado viendo a la chica alejarse con la ardilla entre las manos, sonriente y feliz, mientras una lágrima grande y espesa se resbalaba por la mejilla de su otrora dueño.


04 enero 2024

Un instante transformador

 



De un momento a otro, todo se transformó en un ambiente asfixiante. Una densa nube de polvo me envolvió por completo mientras me arrastraba entre los escombros y la basura que obstruían mi camino. Hacía pocos segundos sabía dónde estaba, pero ¿ahora? Después de lo que supongo fue una explosión, no tuve más certezas.

Sentía aún mi cuerpo; sin embargo; ya debilitado y luchando por cada bocanada de aire, así fuera de ese caliente y algo putrefacto. No tenía mucha energía, así que, desafiando el cansancio y la falta de aliento, avancé con precaución, esquivando los obstáculos, que no eran más que desechos.

Después de un arduo esfuerzo, divisé un destello de luz a través de una grieta. A pesar de los calambres y dolores que sentía, me concentré para abrirme paso entre tanto estropicio que bloqueaba mi salida. Logré salir un tanto ileso, pero en un instante de descuido, un zapato me aplastó y la vida -mi vida-, tan frágil y efímera, se desvaneció en un instante.