02 diciembre 2015

15 años



Cuando la hija avanza por el pasillo lleno de flores que la conducirá hasta donde está él, su padre, para bailar el vals de sus 15 años, se siente nervioso, feliz y a la vez triste. No ha cambiado de opinión sobre lo que pasará esa noche; sin embargo, no deja de sentir esa mezcla de emociones tan desequilibrantes.
La joven luce radiante con su vestido rosa. Por momentos, parece una mujer joven, desenvuelta, astuta, pícara; por otros, parece lo que simplemente es: una adolescente torpe, frívola, egocéntrica. Ninguna de las dos versiones de esa misma persona incomoda o asusta al padre, que la observa emocionado y triste. ‘’Lo siento mucho, mi niña’’, piensa, mientras ella avanza, despacio, sonriente.
Cuando llega el centro del salón, los invitados aplauden. La chica se detiene por minutos, más radiante que nunca, y saluda como una reina. Ve a su madre, que no cabe en sí de la alegría. Ve a su padre, que la espera para el primer baile, con una agonía que nunca antes había visto en él, pero no le presta demasiada atención. Hoy es su gran debut social, así que todo le importa nada.
Su padre se aproxima y hace una reverencia. Después la abraza. La gente aplaude. Comienza la música y ellos dos, en medio del salón bailan acompasados y perfectos. Antes de entregarla a su próxima pareja de baile, la abraza de nuevo al tiempo que le susurra: ‘’Perdóname, hijita, perdóname, aunque hoy sea tu día’’.
El festejo transcurre como toda fiesta de 15 años: perfecto. Hay música, bebidas, comida en abundancia y adolescentes que gritan, ríen, bailan junto con la debutante.
Alrededor de las 4: 00am, empieza a decaer la fiesta. Los invitados se van marchando poco a poco, hasta que al final solo quedan la chica, la madre y el padre. Aunque está cansada, le pide a su padre bailar de nuevo el vals, aunque ya no haya música. Él la complace, a sabiendas de que será el último inocente capricho que le concederá. Cuando terminan la canción improvisada, la madre aplaude y los tres se abrazan: ellas dos con alegría y él también con tristeza.
Se dirigen al auto, los tres cargados de regalos que colocan en la maleta. Una vez dentro y ya con el auto en marcha, el padre dice: ‘’Tengo algo que contarte hija mía’’.
La chica, que está casi dormida en el asiento trasero, murmura un ‘’qué’’ lánguido, producto del cansancio y de la somnolencia.
A medida que avanzan por las desoladas calles de la ciudad, rumbo a su casa, el discurso del hombre va despertando a la joven.
‘’Tu madre, querida hija, casi siempre fue una mujer íntegra. Te ha educado bien, tanto como yo mismo. Me gustó de ella siempre su lado práctico y cómo enmascaraba las cosas, incluso las triviales, para que todo pareciera perfecto. En realidad, para que pareciera perfecto para ti’’.
La madre que mantenía los ojos cerrados y estaba un tanto hundida en su asiento del cansancio, se yergue y abre los ojos: ‘’¿A qué viene todo esto, Hernán? ¿Cómo que siempre fui casi íntegra?’’, pregunta perpleja.
En el asiento trasero, la chica presta atención en silencio. El hombre continúa su monólogo, sin inmutarse. ‘’Si yo hubiera estado en una situación similar, realmente no sé cómo hubiera reaccionado’’. ‘’Qué situación papá?’’ dice, ya totalmente despierta. La madre de nuevo vuelve a preguntar: ‘’¿A qué viene todo esto, Hernán?’’.
‘’Cuando yo tenía 21 años, me enfermé. Estuve algunos días, creo que una semana, en cama, débil. No resultó nada grave al final. Fue por la misma época en que conocí a tu mamá y empezamos a salir. Te juro, hija, que no podía separarme de ella, de tanto que me gustaba estar con ella…’’.
‘’Papá…¿es este un cuento romántico? Me fastidian las historias rosa, papi…’’, dijo la chica con la aspereza propia de sus recién estrenados 15 años.
El relato continuó, a pesar de la interrupción. ‘’A los dos años exactos de conocernos, le propuse matrimonio y a los dos años de estar casados, naciste tú. Toda mi vida debió haber girado en torno a ti, lo sé, pero nunca fue posible, hijita, nunca, porque…’’.
‘’Hernán, ¿qué te pasa? ¿Qué clase de historia sin sentido es esta?’’, preguntó la madre, visiblemente intrigada.
‘’¿Porque qué, papá? ¿A qué estás jugando?’’, preguntó a su vez la hija.
‘’Porque no eres mía. Nunca pudiste serlo. Aquella enfermedad que mantuvo en cama, cuando era joven, me dejó estéril. Era una consecuencia lógica. Y a mis 21 años, poco me importaba, es más, me daba inmunidad para acostarme con cualquier mujer sin consecuencias, ni riesgos. Así que cuando tu mamá me dijo que estaba embarazada, la acompañé en su teatro, fingí alegría. Quería ver hasta dónde llegaría con esto. Pero no la acompañé en su triunfo, porque el triunfo de decirle en su cara hoy, día de tus 15 años, que nunca fui el tonto que ella siempre creyó que yo era, lo guardé para hoy. Por eso te reitero, hija, que nunca fue posible amarte del todo y la verdad es que no tengo ningún remordimiento por ello’’.
La madre llora, con la cabeza hundida entre las manos: ‘’¡Siempre lo supiste!’’, le grita con odio al padre. La hija, por su lado, no entiende completamente la historia. Tal vez es un mal chiste, un mal sueño, un ‘’algo’’ que no está pasando y mucho menos tiene que ver con ella.

Al llegar a la casa, el padre abre la puerta despacio, entre el llanto de la madre y el silencio de la hija. ‘’Les pido que recojan sus cosas, se vayan de aquí y me dejen solo. Este teatro llegó a su fin’’.

24 octubre 2015

Cadillac



´´Le trajeron esto hoy, Señor’’, dice la mujer y le extiende un sobre color crema, lacrado. Daniel la observa y toma el sobre con lentitud.
‘’¿Quién lo trajo? Pregunta en voz baja. ‘’El chofer’’, dice la mujer y une las manos a la altura de las caderas. Daniel la mira sin verla por segundos. La mujer, incómoda ante la mirada vacía, pregunta: ‘’Me puedo retirar, Señor?’’. Él demora otros pesados y largos segundos en asentir con la cabeza. La ve caminar hacia la puerta y cerrar la puerta del despacho sin hacer ruido. Posa la vista sobre la misiva. Detalla cada una de las esquinas del sobre, el color, el sello. Cierra los ojos y la huele. ‘’Chocolate’’, dice en voz baja.

‘’En un mes me caso’’, le dice al oído y el olor chocolate de la cabellera castaña lo envuelve. ‘’Estarás invitado’’ y suelta una risita burlona al tiempo que posa la mano sobre su pecho. ‘’¿Quieres ser el padrino?’’ y la risita inunda toda la habitación.
Daniel se incorpora irritado y esconde la cabeza entre las manos. ‘’No te atreverías’’, dice con rabia. La chica ríe con la misma risa cruel y fría. ‘’¿Ah no?’’. Daniel se le acerca y la levanta con fuerza por los hombros, le clava las uñas en la blanda carne. ‘’No te atrevas’’. ‘’¡Me estás haciendo daño!’’ y la chica forcejea para zafarse. Daniel la suelta, sale de la cama y se para en la ventana. ‘’¡Me dejaste las uñas marcada, imbécil!’’, la oye chillar y observarse en el espejo: la piel blanca y suave reluce ante la poca luz de la habitación. El largo cabello castaño le cae sobre la espalda sin ningún orden. Los pechos llenos se agitan ante todos sus movimientos. ‘’¡Eres un imbécil!’’, ‘’¿Cómo le explico yo esto a Fran?, ¿cómo?’’, grita enajenada y se abalanza con los puños cerrados para golpear a Daniel, quien la ataja y la domina sin hacer mucha fuerza. La chica sigue gritando. Sus insultos llenan cada rincón de la habitación. Daniel la levanta en vilo, sin sentir las patadas, los mordiscos, sin oírla. Cae encima de ella sobre la cama y empieza a besarla. Ella se vence, abre los puños, suelta los brazos y lo abraza. Vuelven de nuevo a amarse, mucho mejor que antes. Un delicado aroma a chocolate se expande por la habitación cuando ella gime de placer una y otra vez. ‘’Dani’’, dice suavemente y se abandona en el placer. Aún dentro de ella, Daniel la acaricia sin prisa y le retira el cabello del rostro. ‘’No serás de nadie’’ susurra y embiste con toda su fuerza. Los gemidos de ambos se mezclan con el olor a chocolate por toda la habitación.

Daniel abre los ojos e intenta recuperar el ritmo de su respiración. Abre el sobre y lee: ‘’Francisco y Aurora tienen el agrado de invitarlo a su enlace matrimonial que se celebrará …’’. No termina la frase. Se levanta de la silla y se dirige a la ventana. ‘’¡Maldita sea!’’ masculla y golpea con fuerza el cristal. Los vidrios estallan y caen a sus pies. En el piso lucen como pequeños diamantes, de sangre. ‘’No serás de nadie’’, grita y su voz retumba en todo el despacho.

La iglesia luce perfecta totalmente iluminada. Hay flores por todas partes, agitación, ruido, incluso un poco de efímera alegría. ‘’Los declaro marido y mujer’’, dice el sacerdote con una sonrisa ensayada. ‘’Puede besar a la novia’’. Los asistentes aplauden el lánguido beso de los novios. Se oyen silbidos y los consabidos ‘’¡vivan los novios!’’, ‘’¡que vivan!’’. En el único rincón a oscuras de la gran nave central, Daniel aprieta los dientes y observa. Detalla a la chica, su blanco vestido, sus frívolos y estudiados gestos. La sigue con lentitud, oculto entre las sombras. La ve desfilar sin premura, ostentando su belleza y su vacío al mismo tiempo.

Entre más aplausos y felicitaciones, los novios entran en el Cadillac. Daniel los observa, presa de una rabia que amenaza con escapársele del cuerpo. Llega hasta su auto al mismo tiempo que los novios emprenden el camino hacia la fiesta. Golpea el volante, grita. Enciende el motor y sale a toda velocidad del estacionamiento.

En el Cadillac, el novio tiene apoyada la cabeza sobre el asiento y la chica mira sin ganas por la ventana. ‘’Me duele’’, dice el novio y se cubre la frente con la mano izquierda. La mujer lo mira con desdén y le dice en tono cortante: ‘’¡no fastidies!’’ y vuelve a concentrarse en mirar por su ventana.

Llegan a un semáforo. Luz roja. El novio se inclina un poco hacia delante, con ambas manos en la cabeza. ‘’Me duele mucho’’, dice. ‘’Son los nervios’’, responde la chica con un mohín de desprecio. Luz amarilla. Suena el primer disparo. Suena el segundo. Fran cae sobre la falda blanca de Aurora, con el cráneo destrozado. Su sangre baña todo el asiento, todo el vestido. Aurora grita. El chofer detiene en seco el Cadillac. Del lado izquierdo, pasa rasante otro auto, negro, pequeño que se pierda en la oscuridad de la noche. Aurora sigue gritando. Se detienen otro autos alrededor del Cadillac. Sacan a Aurora, ensangrentada. Sacan a Francisco, sin vida. Dos disparos en la cabeza.


Daniel se despierta. Bosteza. Se levanta después de un rato. Toma un baño y baja a desayunar. Al llegar al comedor, la mujer lo espera con el desayuno y el periódico. Se retira en silencio, como siempre. Daniel termina la primera tostada y sorbe un trago de café. Hojea las noticias. Se detiene en una única. La lee despacio. ‘’Te dije que no serías de nadie’’, susurra. Cierra los ojos y continúa tomando el café, en pequeños sorbos.





19 octubre 2015

Al aeropuerto



Ambos esperan en la esquina al taxi que lo llevará a él al aeropuerto. ‘’¡Este viaje inesperado!’’, exclama la chica y en su voz puede notarse todo su disgusto. ‘’¿No podían mandar a otro? ¿Por qué a ti justamente?’’ y frunce el ceño. Él, acostumbrado a sus quejas y explosiones de carácter, sonríe con benevolencia. La atrae hacia sí y la besa: primero en la mejilla izquierda, luego en la derecha y por último en la boca. Ella le devuelve ese último beso, con algo de resistencia. Es, sin embargo, una rutina conocida por ambos: ella se molesta por algo, banal o no, explota en quejas y berrinches impropios ya para su edad, y él solo la besa, como si con ese beso calmara a una fiera. Siempre funciona. A veces los besos vienen seguidos de abrazos. Él la esconde entre sus brazos, la aprisiona, la deja sin aliento. Ella se deja vencer. A final de cuentas, él siempre gana. Siempre.
El taxi llega. La muchacha se acomoda en el asiento de atrás, justo en el medio, mientras el chofer acomoda las maletas, bajo la lánguida supervisión del muchacho. Después de unos minutos, entra también al taxi. Pasa su brazo derecho por el hombro de la chica y ella se amolda en el espacio entre el pecho y el hombro. Él acaricia su cabello de a ratos. Sus manos permanecen entrelazadas, cómodas, relajadas.
El chofer los observa por el espejo retrovisor con disimulo. Siempre le han disgustado las parejitas de enamorados que parecen estarlo más de la cuenta. Se besan y abrazan como si no hubiera tiempo para quererse, sino solo enfrente de todos, a la vista de todos. Detestable.
En algún punto del recorrido, el chico pregunta:

-‘’¿Vas a incluir a alguien más en la lista de invitados?’’
-‘’No. No quiero. Es más dinero. Preferiría usarlo para nuestra luna de miel’’
- ‘’¿Falta algo aún?’’
- ‘’¡Falta todo! ¡Y justo ahora te vas y me dejas sola con todo!’’
- ‘’¿Y qué es todo?. Lo más importante lo tenemos ya listo’’.
-‘’Entregar las tarjetas y escoger la decoración del salón y de la iglesia, la música, en qué mesas irán los invitados, etc. ¡Son muchas cosas!’’.

La muchacha se separa por instantes del abrazo y lo mira con una nueva furia entre infantil y tierna. Él la observa y la besa en la frente. ‘’Te odio’’, dice entre dientes. ‘’Tanto como yo te amo a ti’’, le responde el muchacho. Ambos se miran, sonríen y se besan. El chofer los observa de nuevo por el espejo, al tiempo que piensa: ‘’¡Qué cantidad de estupideces tengo que escuchar de este par!’’.
Al llegar al aeropuerto, la pareja desciende, tomada de la mano. No faltan entre ambos más abrazos ni más besos. ‘’Espere aquí’’ le ordena la chica al taxista, quien se apoya de mala gana en el auto, cruzado de brazos.
Caminan despacio hacia el mostrador para los trámites de costumbre. Y una vez finalizados, la despedida es urgente, desesperada. Aunque se separen por pocos días, ambos se sienten un tanto abatidos. La chica abraza al muchacho sin querer soltarlo. Él le acaricia el cabello, la aprieta contra su pecho, la besa. ‘’Tengo que embarcar’’, le dice. Finalmente, ella lo deja ir. ‘’Te espero. Te vendré a buscar’’, le grita, a medida que él se aleja despacio.

De regreso al taxi, va cabizbaja, absorta en sus pensamientos. El chofer le da la última pitada al cigarrillo al verla venir. Una vez en el auto, la mira y le dice: ‘’Detesto el teatro’’. Ella lo mira, sin decirle nada. El hombre prosigue: ‘’No hay que exagerar: ni los besos, ni los arrumacos ni los abrazos. Mucho menos, escúchame bien, mucho menos las declaraciones’’. Ella bufa. ‘’Es un tonto. Nunca se dará cuenta de esta mentira. Gran mentira’’. Al tiempo que lo dice, se inclina sobre el chofer y le lame la oreja, le acaricia el cuello: ‘’Tú eres el único en mi vida, pero es con este idiota con quien debo casarme. Llévame a casa, por favor’’.  

29 septiembre 2015

La fascinación



‘’Me fascina tu mirada’’ le dijo el ciego mientras le acariciaba la mejilla y bebía lentamente la última copa del brandy de Jerez.



05 septiembre 2015

Mensajes

Son cerca de las 12 de la noche y Juan da vueltas en su cama. No consigue relajarse y conciliar el sueño. 

Enciende la tele. Apaga la tele. Enciende la radio. Apaga la radio. Se levanta y va hasta la sala. La recorre con pasos pesados una y otra vez, como si fuera un prisionero en su propia casa. Se desploma en el sofá. Se levanta. Regresa a su habitación. Toma el celular y escribe ‘’¿Me extrañas?’’. Envía el mensaje. Aguarda la respuesta que demora cerca de 15 minutos en llegar. ‘’Te extraño como se extrañan determinadas cosas inciertas…’’

Juan lee y relee el mensaje. Se deja caer de espaldas en su cama y pregunta de nuevo: ‘’¿Pero me extrañas?’’. La respuesta tarda esta vez cerca de media hora en llegar: ‘’De alguna forma diáfana, imagino’’. Juan responde: ‘’Yo creo que no. Que no me extrañas ni un poco’’. Y apagó el celular, sin esperar la respuesta.


Del otro lado de la ciudad, la chica suspira y lee la categórica e infantil declaración de Juan. Responde, sin embargo, en voz alta: ‘’Siempre fuiste tan tonto que incluso eso de ti llegué a extrañarlo’’ y apaga también su celular.



15 julio 2015

El sobre




Como todos los días, llega a su casa después del trabajo y coloca música. Algunas veces bebe unas cervezas y otras se prepara unos whiskys dobles, elección que depende de cuán difícil haya sido su día laboral. Es un ritual, lo sabe, pero también sabe que esas gotas de alcohol esconden algo más: el desasosiego de saber que siempre que llega a su casa, lo está esperando la soledad, que todo lo llena y abruma.
Ese día se preparó un whisky doble, bien fuerte, como a él le gusta, con pocos hielos. La música sonaba a un volumen agradable. Se quitó los zapatos, se sentó en el sillón que da al pequeño balcón y bajó un poco la persiana, lo suficiente para que circulara el viento y el sol de la tarde no lo molestara.
Entre sorbo y sorbo, observa a la gente que pasa por la calle, los autos, las tiendas que empiezan a cerrar tras otra jornada de trabajo. Observa todo sin pensar demasiado. Solo está ahí, sentado, bebiendo, a merced de su propia nada.
Son cerca de las 9:00pm y aún no tiene hambre. Ya ha vaciado media botella de whisky, sin sentir ninguno de sus efectos. De repente, oye pasos en el pasillo. El apartamento enfrente al suyo está vacío desde hace un año. Tal vez sea alguien que se confundió de piso o finalmente lo alquilaron. Los pasos avanzan y se detienen sin vacilar ante su propia puerta. Perplejo, se levanta del sillón. Por debajo de la misma, alguien introduce un sobre. Después de unos minutos, los pasos se alejan, en dirección a las escaleras. Se agacha y recoge el sobre,  sin detallarlo mucho. Huele a humedad, sin embargo. Pareciera que ha estado guardado por mucho tiempo. Enciende la luz del pasillo y se asoma por el ojo mágico. No ve a nadie. ¿Quién se tomaría la molestia de subir los nueves pisos de su edificio para deslizar un sobre por debajo de su puerta a esas horas de la noche? Se encoge de hombros, sin haber visto bien todavía lo que le dejaron. Bebe el último sorbo de whisky y abre la puerta. Camina hasta la baranda y se asoma. No se ve a nadie descendiendo y mucho menos se oyen ruidos de pisadas. Regresa hacia su casa y es cuando presta atención al sobre. ‘’Por avión’’, dice en la parte superior izquierda con una letra de niño, infantil y desordenada. Respira hondo y continúa leyendo. ‘’Sra Delfina Arango’’. Empiezan a temblarle las manos. El vaso cae de su mano izquierda y se vuelve añicos. Él cae de rodillas, sin sentir que los diminutos cristales del vaso roto se clavan como astillas filosas en la piel. ‘’Calle 45. Casa no. 60’’. No puede seguir leyendo. Conoce de memoria el contenido de esa carta, al destinatario y al remitente. Pesadas lágrimas empiezan a resbalar por su rostro. Aprieta la misiva contra sí. Hace 40 años que espera la respuesta de esa carta que él mismo escribió, a los ocho años, a escondidas de su padre:
‘’Querida mamá:
Vuelve. Te lo pido. No quiero estar más sin ti. Te ama tu hijo Raúl’’.
Después de unos instantes, se levanta. Entra a su casa y cierra la puerta. Se apoya de espaldas a ella, aún con la carta amarillenta entre sus manos y dice: ‘’Nunca quise estar tanto tiempo sin ti, mamá. Nunca’’.

18 mayo 2015

La clase

Toca el timbre y él responde después de unos minutos. Llega siempre antes, como si ser impuntual fuera una manía al revés o un rasgo de carácter que escapa de ella misma.
El hombre desciende los tres pisos y antes de abrirle la puerta, la observa por la ventanita enrejada de la misma: está de espaldas, con jeans ajustados que redondean su silueta, una camiseta blanca, simple, una cartera pequeña colgada en el hombro como por arte del azar y el cabello semi atado en una cola.
‘’Llegas antes. Hola’’, dice el hombre al tiempo que se ajusta los lentes sobre la nariz. La chica ni siquiera se defiende, solo atina a encogerse de hombros y entrar. Él deja que suba primero, así admira las curvas de la muchacha, cómo sube despacio cada escalón, cómo balancea sensualmente las caderas y cómo se arregla el cabello cada tanto, sin prisas.
Al llegar al apartamento, la chica pasa directo a la sala, se sienta en los almohadones del piso y se quita los zapatos. El hombre perplejo le dice: ‘’Tendremos la clase en el estudio, como siempre’’. Ella, sin inmutarse, replica: ‘’Hace mucho calor, mejor aquí, que tenemos el ventanal. Corre al menos el viento’’ y se arrellana cómodamente. El hombre carraspea y no tiene más remedio que aceptar las delicadas órdenes, pero órdenes al fin.
Empieza la clase. Verbos, sujetos, predicados vuelan por la sala, se filtran por las rendijas acompañados de adjetivos en esa lengua extranjera. La chica repite, imita la pronunciación del profesor, hace su mejor esfuerzo, pero se pierde tanto en su mundo que se queda ratos viendo por la ventana, en vez de llenar la hoja de ejercicios que le entregó el profesor al inicio de la clase.
Él espera un tanto impaciente a que pase ese inesperado arrebato de distracción de la joven. ‘’Hagamos un break. Estás muy perdida hoy’’. ‘’Perdón, lo sé, estoy sin estar’’, confirma ella al tiempo que libera su cabello y mira fijamente al profesor. El hombre carraspea y respira hondo. ‘’Voy a subir a la terraza a fumarme un cigarrillo. Te puedes quedar aquí o puedes subir, si quieres’’, le dice, esperando que quiera hacer más lo segundo. ‘’¿Terraza? No sabía que tenías una’’. ‘’Sí, tengo y la decoré hace poco con plantas. Me gusta la jardinería’’. ‘’Qué bien’’. Y ambos suben.
La terraza, llena de sol y de plantas amables, deja ver el lado más cuidado de esa parte de la ciudad. ‘’Tienes buena vista’’, dice la muchacha y el viento agita su cabello sin prisa para acompañar la frase. Se apoya en la baranda. El hombre la imita al tiempo que enciende el cigarrillo. ‘’¿Fumas?’’ le pregunta, sin verla, para evitar encontrarla más linda, más deseable y más ajena. ‘’No, no. Tengo otros vicios, pero no ese precisamente’’ y sonríe pícaramente, como si acabara de revelar un terrible secreto.
El profesor sonríe a su vez, al tiempo que le da una pitada larga al cigarrillo. Ella lo observa. Está lo suficientemente cerca de él como para rozarlo con su brazo, cosa que hace delicadamente, como si fuera un plan no urdido de antemano. Él no se aparta. Ella se acerca aún más y entrelaza los dedos de su mano con los de él, que no se resisten a tan inesperada muestra de confianza de la joven. Después de un tiempo, esos mismos dedos, al ser liberados, ascienden perfectos y suaves por el brazo, antebrazo y hombro del profesor.

La última pitada del cigarrillo le da fuerzas para abrazarla y besarla. A pesar del calor, la chica amolda su cuerpo al de él lo mejor que puede y se entrega en ese beso, primero exploratorio, después apasionado. Cuando se separan y sin mediar palabra, abandonan la terraza y se encaminan hacia la sala. El festín de besos continúa con y sin prisas. Se recorren y se reconocen. Después de un largo abrazo, el profesor toma a la chica de la mano y la conduce hasta su habitación y cierra delicadamente la puerta.

08 marzo 2015

Mischa



Se aburre. La clase apenas empezó y ya cuenta los minutos para que termine. No logra entretenerse con nada. Escribe sandeces en su cuaderno. Intenta dibujar. A veces mira a la profesora y asiente, para dar la impresión de que está prestando atención, pero está a kilómetros de distancia.
Al cabo de unos minutos siente que vibra su celular. Disimuladamente, lee el mensaje: ‘’Mischa tuvo un pre-infarto. Estamos en el San José’’. Abre desmesuradamente los ojos y lee de nuevo el texto. No entiende cómo alguien puede tener un pre-infarto a sus 27 años. Recoge sus cosas y se levanta. ‘’¿Pasa algo?’’ pregunta la profesora. ‘’Una emergencia…inesperada’’ responde, sin lograr dar con el adjetivo correcto y huye del salón. ‘’Buen timing, Mischa’’, piensa.
Llegar al hospital San José, al otro lado de la ciudad, es un viaje; o más que un viaje, una odisea, así que se arma de paciencia. Serán cerca de dos horas y media de camino, pero no tan aburrido como estar en clases, de esto está segura. Durante el trayecto piensa en Mischa, ese ser a ratos adorable, a ratos detestable, que comparte con ellas su apartamento de estudiantes. Muchas veces pensaba en lo mal que habían hecho en alquilarle el cuarto. Pero él había llegado con su perfecta sonrisa y su estampa también perfecta de estudiante de medicina del último año y las había cautivado. Una lástima. Ella aún se arrepiente y sabe que Susi también, aunque no lo confiese.
Cuando llega al hospital, se queda unos minutos observando la imponente estructura de los años 20 que se conserva tan impecable, a pesar del escaso mantenimiento. Camina por el amplio pasillo de paredes de cal blanquísima hasta llegar a emergencias, donde está Susi, viendo por al amplio ventanal, como hipnotizada. ‘’Su’’, dice. La chica da un respingo. ‘’¡Me asustaste! No te sentí llegar’’ responde, al tiempo que la abraza. ‘’No entiendo aún lo del pre-infarto…¿qué estaba haciendo? ¿Cómo pasó?’’. Susi la observa y se encoge de hombros. En vista de la ausencia de respuesta por parte de la muchacha, continúa preguntando: ‘’¿Podremos verlo, al menos? ¿Está muy mal? ¿Qué dijo el doctor?’’. ‘’No sé. Está en terapia intensiva. Te estaba esperando para que habláramos con el médico. No tengo mucha idea de qué hacer en estos casos. Nunca me había tocado algo parecido’’. Ambas se encaminan entonces hacia la recepción del hospital donde una enfermera gorda y con cara de eterna fatiga las recibe sin ganas y las hace pasar al consultorio del doctor de guardia.
Un hombre de unos 50 años, semi calvo, de cara redonda, llena de pecas, las recibe. ‘’¿Son ustedes familiares de Michael Gunther?’’ pregunta. Susi responde: ‘’No. Es nuestro compañero de apartamento. Le alquilamos una habitación’’. ‘’Entiendo’’, continúa el médico,  ‘’por tanto, ¿de su historia clínica conocen algo?’’. ‘’No’’, responden ambas a coro. ‘’El señor Gunther…¿usa drogas?’’ indaga el hombre. Las chicas se miran. ‘’No que sepamos’’, responde Susi de nuevo. ‘’Doctor…queremos saber si va a estar bien, si tiene opciones de recuperarse o si tenemos que hablar con la embajada alemana para que contacte a su familia. Esas cosas. ¿Entiende?’’. ‘’No creo que pase nada más grave de lo que ya pasó, dados los exámenes preliminares y la juventud del paciente. Estará en observación un par de días, a lo sumo, y dependiendo de su evolución, lo pasaremos a una habitación normal. Las mantendremos al tanto’’. Las chicas salen del consultorio y se dirigen a la salida.
‘’¿Drogas? ¿Qué hizo anoche este tipo para terminar hoy en este estado?, pregunta. Susi la mira: ‘’No es la primera vez. Lo intuyo. Mischa camina al filo. Quiere y no quiere salvarse. Quiere y no quiere morirse. Quiere y no quiere la vida’’. En silencio, regresan a casa.
Se turnan para ir al hospital: de mañana una, de tarde otra; hasta que Mischa mejore y lo pasen a una habitación normal, milagro que ocurre por fortuna al término del segundo día de estar en terapia intensiva.
Un mensaje temprano de mañana despierta a Susi: ‘’Su, si alguna viene hoy, ¿me traería mis revistas porno? Están debajo del colchón. Besos. M’’. Lee dos veces el mensaje sin creerlo del todo. Sale de su cuarto y va al de Amanda, quien se está alistando para ir a la universidad. ‘’Lee esto’’, le ordena. Amanda resopla. ‘’Típico de él. Ni siquiera un ‘buenos días, qué tal están, gracias’. NADA. Lo peor no es eso. Lo peor es que una de las dos irá a llevarle ¡las putas revistas!’’. Ambas ríen.
El resto de la semana, siguen con sus turnos de enfermeras improvisadas. Mischa recupera los ánimos, el color, come de mejor gana la horrorosa comida del hospital y se muestra amable con ellas, como si de verdad las apreciara y agradeciera sus cuidados. Al octavo día, la tan esperada noticia del alta médica le saca a Mischa la única sonrisa verdadera de sus 27 accidentados años. A las 12:00pm del día 12 de abril, Michael Gunther podrá abandonar el hospital, rumbo a casa. ‘’Estaré listo a las 11:00. Esperándolas’’, les dice, al tiempo que las abraza, como si fueran sinceros esos abrazos y estuviera feliz por haberse salvado del destino, una vez más.
El día pautado, Amanda y Susi llegan al hospital, con algo de retraso, inusual en ellas. Entran corriendo y preguntan en recepción por Mischa. La enfermera de turno les indica que el señor Gunther abandonó el hospital por sus propios medios, después de recibir los papeles del alta, a las 10:10am. Las chicas se miran entre sí. ‘’¡Imposible! ¡Le daban de alta a las 12:00!’’ exclama Amanda. La enfermera le clava la mirada: ‘’Mire joven, si el paciente recibió el alta médica, no hay motivos para retenerlo. ¿Necesitan algo más?’’.

Durante las dos horas y media que les lleva volver a casa, llaman incesantemente a Mischa y solo reciben el mensaje de la contestadora de su celular. Una vez en el apartamento, Amanda dice: ‘’Mischa, ¿llegaste? Fuimos al hospital a buscarte’’. Pero no recibe respuesta. Más perplejas que antes, entran al cuarto del chico: vacío. La estantería de libros vacía. La cama vacía. El closet vacío. La cómoda vacía. Solamente sobre la mesita de noche está una foto del último cumpleaños de Amanda, la única donde están los tres: Amanda, Susi y Mischa, abrazados, sonrientes, con gorros de un carnaval de fantasía. Felices. 

12 enero 2015

Eterno


(No sé por cuánto tiempo he estado aquí, solo sé que me ha parecido eterno).
Mi primer viaje lo recuerdo todavía con emoción: en la proa del barco, mirando siempre hacia adelante, hacia un futuro lleno de promesas, pero incierto. Siempre sentí que marcaba el destino, aunque en realidad, fuera el destino quien marcaba nuestro paso.
Antes, mucho antes, cuando hacíamos viajes regulares, yo tenía mejor forma. Mi piel, siempre bronce, relucía al sol; mi cabello, ondulado, tenía siempre el mismo humor que las olas y mi figura era recia y a la vez delicada. Mi torso desnudo, bien trabajado, definido. Me gustaba esa vida, no esta que no tengo ahora.
Cada vez que nos hacíamos a la mar, tenía una libertad que ahora no tengo. Y demás está decir que extraño la sal en mi cuerpo, la tensión del viaje, lo posible de lo imprevisto. La aventura. Justamente eso.
Ahora, sin embargo, he perdido brillo y desde hace mucho tiempo no veo la luz del sol. Mis rasgos, tan bien esculpidos, perdieron definición. Solía empuñar una especie de tridente y ya tampoco lo llevo. Lo perdí, como perdí tantas otras cosas en una batalla que no fue mía, una batalla que fue un error.
Hubo un estallido pequeño, primero. Sé que no le dimos atención. Nuestro barco nunca fue de guerra, solo de exploración. Pero después del segundo y tercer estallidos, cada vez más cerca de nosotros, nos dimos cuenta de que nos estaban atacando. A mi alrededor solo había humo, al principio, después empezaron a volar astillas grandes, pequeñas, pedazos de madera, de metal. Yo seguía ahí, sin poder hacer nada, solo mirando al frente, en la proa del barco. Creo que fue en esa confusión que perdí parte de mi tridente.
El último estallido partió el barco en tres partes. Lo recuerdo claramente. El intenso olor a pólvora, los gritos de los marineros, las velas incendiadas y yo yéndome a pique, bajo la cerrada oscuridad de la noche, yo era una de esas tres partes del barco que se iba al fondo del mar. Irreparablemente.

Y desde ese día, no sé cuándo exactamente (no sé por cuánto tiempo he estado aquí, solo sé que me ha parecido eterno), permanezco en el fondo del mar. Presa de mi propio naufragio.


Foto por: Damián Fossi - https://www.flickr.com/photos/damianfossi/