18 junio 2008

Siete


Jueves.
Se despiertan antes de que comience el día. Retozan. Se exploran, se detienen, continúan. Vuelven a amarse.
El día laboral comienza para ambos. Más reuniones que ya no importan, más almuerzos insípidos con desconocidos que ya no importan. Las horas se consumen rápidamente para los amantes que se observan furtivamente, intercambian sonrisas cómplices y hacen planes nocturnos.
Llegado el momento del encuentro, vuelven a reconocer sus cuerpos, a descubrir nuevas formas de amarse.

Viernes.
Reuniones finales. Encuentros finales y despedidas formales. La de ellos es diferente. No prometen verse, ni mentirse, ni jurarse amor eterno. Se despiden con un beso eterno y un abrazo que les durará toda la vida.


Sábado.
Una vez en casa, a salvo del mundo, se entrega de nuevo a la rutina: limpiar el jardín, salir a andar de bicicleta con los niños, acompañar a su esposa al supermercado, tal vez visitar a sus padres.
Aún siente los besos de la despedida, aún la piel le recuerda las emociones compartidas, aún siente aquellos dedos enredados en su pelo, aún…


Domingo.
Rutinario día de leer el periódico, ir de fútbol con los niños, almorzar en familia, conversar sobre las mismas cosas de siempre; sin embargo, cuando llega la noche y el sueño empieza a reclamar territorio, él se va durmiendo lentamente, recuerda al amante y musita quedamente un mantra que funciona sólo para él: Carlos, Carlos, Carlos…