25 julio 2024

Solo fumo en Caracas

 


Había vivido en varias ciudades, pero solo una tenía el poder de invocar en ella la nostalgia del tabaco. No era una gran fumadora, más bien lo contrario; su consumo de cigarrillos se limitaba a una situación muy específica: estar en Caracas.

Era joven y con un espíritu de aventura. La primera vez que pisó suelo caraqueño, la ciudad la recibió con su bullicio, el calor abrasador y una atmósfera cargada de energía y caos. Fue en un pequeño café del centro donde conoció a este hombre, claramente venido a menos, de unos 50 años que la miró con una mezcla de lástima y fascinación. Tenía un paquete de cigarrillos en la mesa. "¿Quieres uno?", le ofreció, y aunque no fumaba, aceptó, atraída más por la chispa en sus ojos que por el tabaco.

Hablaron de todo y de nada, riendo por anécdotas triviales y compartiendo silencios cómodos que decían más que cualquier palabra, como si fueran viejos conocidos. Ella no tuvo el acierto de preguntarle su nombre y tampoco le dijo el suyo, así que quedaron ambos flotando en una especie de limbo de un encuentro casual.

Aquel cigarrillo, con el fondo del Ávila imponente y la calidez de una tarde que se desvanecía, se convirtió en un ritual secreto. Cada vez que volvía a Caracas, por trabajo o por placer, se permitía fumar. No importaba si la ciudad la recibía con sol brillante o lluvias torrenciales, siempre encontraba un momento para buscar un rincón tranquilo, encender un cigarrillo y recordar a ese hombre.

Los años pasaron, las visitas se hicieron menos frecuentes, pero el hábito persistió. No sabía exactamente por qué, pero sentía que en ese acto simple y casi olvidado encontraba un ancla, un recordatorio de una época menos complicada, cuando todo parecía posible. Esa persona se había marchado hacía tiempo, llevándose con ella la posibilidad de un futuro juntos. Sin embargo, en ese pequeño vicio, encontraba una conexión con el pasado, un puente a los días de juventud.

En su última visita, la ciudad había cambiado. Nuevos edificios, calles más bulliciosas, pero el aroma de las arepas y el sonido de la salsa seguían allí. Se dirigió a su café habitual, ahora renovado y más moderno. Pidió un café negro y sacó un cigarrillo. Mientras lo encendía, miró alrededor, esperando quizás ver un destello del pasado, una sombra de ese hombre que le convidó el primer cigarrillo de su vida.

Una joven se acercó y le pidió fuego. Era la hija del dueño del café, quien recordaba a la mujer de sus visitas anteriores. "Mi padre me habló de ti", dijo sonriendo. "Siempre decías que solo fumabas en Caracas. ¿Por qué?"

Sonrió, exhalando una bocanada de humo. "Es una especie de tradición personal", respondió. "Algo que me conecta con los viejos tiempos."

La joven se quedó un momento, observando el humo que se elevaba en espirales hacia el cielo. "A veces, esas conexiones son importantes. Nos recuerdan quiénes somos y de dónde venimos."

Asintió, agradecida por las palabras. En ese momento, comprendió que no era solo el cigarrillo, ni siquiera la ciudad. Era la suma de todas las experiencias, los momentos y las personas que la habían llevado hasta allí. Caracas no era solo un lugar; era un estado del ser, un recordatorio de la juventud, de las oportunidades perdidas y de las nuevas que siempre estaban por venir.

Mientras se alejaba del café, apagando el cigarrillo, supo que volvería. Quizás no pronto, pero volvería. Y cuando lo hiciera, encendería otro cigarrillo, no por nostalgia, sino por gratitud. Porque, en el fondo, todos tenemos nuestras pequeñas ceremonias, nuestros recuerdos encapsulados en rituales, que nos recuerdan que estamos vivos. Y para ella, ese ritual se llamaba Caracas.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encantó!! Cuando vuelves a un lugar quieres repetir esos rituales y si no los haces es como si no fuiste a ese lugar o te falta algo.

Anónimo dijo...

Que buena historia! Me encantó!

Cabrónidas dijo...

Quizá fumar no es tan malo como dicen, después de todo.:)