13 junio 2024

Los regalos

 


A pesar de que su madre le tiene expresa y rotundamente prohibido irse con su padre en la lancha de madrugada, él logra esquivar la vigilancia materna, escurrirse sigiloso y aguardar a zarpar. Las veces que su padre lo ha descubierto, ya están en alta mar, muy lejos como para regresar.

Al principio, le daba un par de golpes suaves, a manera de advertencia o de antesala de la golpiza que se supone debía propinarle por desobediente, pero él sabe que su padre, más blandengue que su madre, se hace el desentendido de su crianza la mayoría de las veces.

A él le encanta burlar el ojo materno e irse con su padre de madrugada en la lancha, en aquel mar oscurísimo y profundo en el que navegan.

Esta es la verdadera aventura de sus escasos seis años. La aventura de la que no habla, aunque se muera de ganas por hacerlo, pero intuye que si lo hace, se rompa ese lazo delicado y cómplice que lo une con su padre.

Esas ‘’expediciones’’, como le dijo su papá una de las primeras veces que lo encontró de polizón en la lancha, eran secretas. ‘’Como esas misiones de las películas de espías de la tele’’ comparó.

En determinado punto indicado a lo lejos por una lámpara intermitente de otra lancha a la distancia, su padre apaga el motor y se levanta para mantener el equilibrio y esperar más señales. ‘’Estate atento, Junior’’ le susurra al niño, como si el mar permitiera ese secreteo innecesario entre ambos.

Al cabo de algunos momentos, las luces de una avioneta se divisan a lo lejos. El niño nota el nerviosismo creciente del padre, que logra contagiarlo de a poco. ‘’¡Los regalos están llegando!’’ piensa y la emoción amenaza con desbordarlo.

De la avioneta van cayendo al mar cajas bien embaladas que su padre se apresura a recoger con la maestría propia de quien tiene tiempo mejorando la técnica.

El niño le indica a los gritos donde están las cajas a modo de ayuda, como si con ese escándalo pudiera aligerar el trabajo de su padre. De nada vale decirle que se calle, pues él hace caso omiso, y las va contando: ‘’10, 20 y 10 más y 20 más’’. No se sabe los números del todo aún, pero usa los que sabe para contar las cajas y apilarlas como puede.

Toda la acción se desarrolla en menos de una hora. El hombre es cuidadoso, sabe que dejar una sola caja a la deriva acarrearía represalias.

En aquella inmensidad profunda y oscura, tiene el tino de guiarse por una especie de intuición que solo la da la supervivencia. Cuenta y vuelve a contar las cajas y coinciden con el número indicado días atrás. Respira aliviado, pues la primera parte de la misión está cumplida.

Mientras, el niño sonríe feliz, triunfante, a pesar de que su padre lo haya regañado todo el camino de regreso a casa.

Siempre le hace la misma pregunta inocente e infantil: ‘’¿Cuántas personas son felices con estos regalos?’’ y su padre, nervioso y lacónico le responde siempre lo mismo: ‘’Muchas’’.

Le jura no decirle nada a la madre y al llegar a la orilla, salta de la lancha y corre veloz a la casa, para escabullirse hasta su cuarto y acomodarse en su precario catre. Apoya la cabeza en el desgastado colchón, pero no se duerme las horas que le faltan para levantarse, sino que se queda mirando el descascarado techo, presa de la agitación de esta aventura, pensando en todo lo que hace su padre para ayudar a tanta gente a recibir sus regalos.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Buenísimo!! 😉👏

Anónimo dijo...

Muy bueno Ale 👏👏👏

Anónimo dijo...

Me encantó!!