10 agosto 2016

El director



El único día que falté al trabajo fue cuanto sentí que me estallaba la cabeza del dolor. Estuve recluido en mi habitación todo el tiempo. El sólo hecho de intentar abrir los ojos, me producía náuseas. Sentía que todo daba vueltas a mi alrededor. Veía sin ver del todo luces de colores brillantes y después una total oscuridad. Así todo el día. Nunca antes me había pasado algo así. Nunca fui de enfermarme, ¡y de faltar al trabajo, menos!
No podía ni moverme. Los empleados entraban y salían de mi habitación y murmuraban. Yo no entendía qué decían. Sólo logré entender lo que el Dr. Merchán dijo: ‘’Aquí no hay nada que hacer’’, pero no supe a qué se refería.
Dos días después que pasara esto, me reincorporé al trabajo. Sé que no estaba en condiciones aún, pero trabajar para mí es parte esencial de mi vida, así que débil como estaba, reanudé mis labores. No por ser director puedo tomarme libertades.
Sí noté que en ese corto tiempo que estuve de reposo, el personal cambió su actitud hacia mí. No me hacían caso como antes y ese respeto ciego que previamente me tenían, había dado lugar a una suerte de desdén. Era como si me dejaran de lado, me ignoraran o qué sé yo. No sé bien cómo definirlo. Pero yo sentía ese relajo en sus ocupaciones, su dejadez y eso no estaba bien. Sin embargo, tuve que lidiar con tantas cosas que me fue complicado atender aquello también. Ahora tenía que pasar algún tiempo encerrado en mi despacho porque me daban dolores agudos en la cabeza, como miles de agujas que se clavaban con rabia y me dejaban inutilizado por horas. Entonces era eso: ese dolor lacerante, que aparecía de vez en vez y las mil cosas por hacer acumuladas.
Tenía que hacerle frente a todo. De mi desempeño no se podían tener quejas, pero era cierto que estaba a media máquina. Lento, muy lento. Mi cuerpo no me respondía como antes.
Una noche, en que  no podía dormir, me fui al jardín de atrás del hotel, donde están las cocinas, a fumar. Me oculté un poco por si acaso venía algún empleado también a fumar y a darme charla. Fue entonces que escuché pedazos de una conversación entre Marta y Jorge: ‘’Todo es más tranquilo ahora’’. ‘’¡La verdad es que ejercía tanta presión!’’. ‘’Era un tirano. No más que eso’’. ‘’No me alegro por estas cosas, pero de que estamos mejor sin él, lo estamos’’. ¿A quién se referirían? No alcancé a escuchar todo lo que decían pero quedó claro que odiaban al sujeto del que hablaban.
Me terminé el cigarrillo y esperé a que se fueran. Subí sigiloso hasta mi habitación. Entré al baño y encendí la luz. De repente me topé con una pálida imagen de mí en el espejo. Tenía ojeras, profundas. ‘’La falta de sueño’’, pensé. Estaba blanco, como ausente. Mis mejillas hundidas. ¿Y qué era eso? Me acerqué al espejo para observarme mejor, me costaba enfocarme en mi rostro. Tenía una herida del lado izquierdo. Mi cráneo parecía haberse hundido. Quizás era eso lo que estaba causando los agudos dolores de cabeza.

Apagué la luz y salí del baño. Mañana llamaría al Dr. Merchán. Él sabría qué hacer. Creo que mañana me tomaré el día para recuperarme del todo. Se lo comunicaré a los patrones. Tendrán que entenderlo porque, a fin de cuentas, este hotel no funcionará nunca bien sin mí, su director.

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