04 mayo 2019

La jubilación




El enano entra al recinto como todas las mañanas, cargado de carpetas, folios, libros de anotaciones pesados y aparatosos. ‘’Buenos días’’ dice con la misma voz áspera de todos los días, esa que se ha ido arrugando con el tiempo.
Deposita su fardo de documentos en el escritorio, con gran estruendo y torpeza. De cara a la ventana y con los brazos entrelazados en la espalda, él ni se inmuta por el ruido, de tan absorto que está en sus pensamientos.
‘’Señor’’ dice el enano y carraspea. De un tiempo a esta parte, el hombre está sin estar, ya no se concentra como antes, ha perdido el empuje y el ánimo. El enano sabe que solo piensa en su descanso, que será eterno, en su caso, pero en silencio le reprocha su falta de interés, su egoísmo. No todo puede girar en torno a él. Hay todo un universo que depende de él.
Espera unos segundos antes de volver a hacerse notar. ‘’Señor’’ repite, esta vez con un tono más alto, al tiempo que hace sonar los tacones de sus zapatos. Como si volviera en sí, el hombre da un respingo. ‘’¿Hace mucho que estás ahí’’ le pregunta, al tiempo que lo observa de arriba a abajo, como si fuera la primera vez que lo viera.
El enano no se acostumbra a esa mirada de extrañeza que desde hace un tiempo acompaña esa pregunta, que se repite día tras día. Esta vez no responde. Le clava sus ojitos negros con fiereza. El hombre parpadea y lentamente se va acercando al escritorio. Acomoda un poco la silla y se sienta.
Al ver todo el papeleo del que tiene que ocuparse, resopla. ‘’Quiero ya salir de esto’’ piensa. El mundo, desde que es mundo, se ha vuelto muy aburrido. Sus tareas se han hecho monótonas y rutinarias. Ni en sus fantasías más disparatadas, llegó a imaginar este presente tan carente de todo, a pesar de que el trabajo se ha ido incrementando con los años.
‘’¿Me necesita para algo más, Señor?’’ pregunta el enano. ‘’Siéntate un rato. Charlemos’’. Un tanto incómodo por la petición, el hombrecillo acomoda su pequeña humanidad en una silla. Espera impaciente a que el hombre hable. Nunca ha sido de tener buena conversación. Tampoco sus ideas han sido prolíficas. Es más de ejecutar que de pensar. No en balde está donde está, de asistente.
‘’Hubo un tiempo, maravilloso, diría yo, en el que trabajar aquí era un deleite. Pero desde que se automatizaron muchas cosas y hasta surgieron apps, ya nada ha vuelto a ser lo mismo. Además, convengamos que los que llegan ya vienen medio tontos. No es lo mismo un asesinato por celos que urdir un plan, trazar una estrategia para asesinar a alguien. Antes todo era mejor. Incluso el mal tenía otro matiz’’.
‘’Mi trabajo no ha cesado, Señor. Es más, tengo el doble de lo que tenía antes’’ dice el enano, sorprendido. ‘’No me refiero a eso’’ le espeta contrariado el hombre. ‘’Me refiero a la calidad de los casos. Ahora todos son iguales. Todos están cortados por la misma tijera. ¡Añoro las épocas de las intrigas que devenían en grandes catástrofes!’’ dice, al tiempo que se levanta de su silla, para imprimirle drama y fuerza a su opinión.
El enano parpadea. ‘’¿Puedo retirarme? Tengo aún mucho que hacer’’. El hombre le lanza una mirada displicente y agita su mano de largos dedos, para indicarle que se vaya, que desaparezca. Una vez que el enano ha abandonado el despacho, él camina por toda la habitación en silencio.
Quisiera dejarlo todo y ser lo que antes era: el mayor miedo que azotaba al mundo con tan solo pensarlo. Aunque claro está, la masificación solo trajo consecuencias ilógicas y su figura se vio sometida a la vulgarización. Durante la inquisición, esas cosas no pasaban. Él tenía mucha presencia. Sin siquiera aparecerse en vivo y en directo, ya infundía terror, pánico. ¡Fue una época dorada!
Los tiempos corren y nunca pudo seguirle el ritmo a esta modernidad tan falta de identidad. Por eso el tema de su retiro está tan presente en su actual vida.
Sin pensarlo mucho, decide ir a hablar con su contraparte. Se coloca la capa de raso y se ciñe el sombrero de copa, un atuendo innecesario y totalmente pasado de moda, pero así se siente un poco: fuera de todo. Desde sus profundidades asciende con el garbo que siempre lo ha caracterizado y que algunos artistas han sabido retratar muy bien.
Va subiendo por pasajes cavernosos, fríos, oscuros y húmedos. Le tomó bastante tiempo poner todo el escenario así de tétrico, pero quedó conforme con el resultado. Será una de las pocas cosas que extrañará, con certeza. Mientras avanza, piensa en qué reacción tendrá cuando comunique su decisión de retirarse. ‘’Lo que falta es que me lo prohíba’’ dice en voz alta, al tiempo que eleva los brazos hacia arriba, en tono de súplica.
Una vez en el pasadizo secreto que comparten para comunicar ambos reinos, respira hondo. Se acicala. Le gusta verse bien y que lo vean bien. Ser el amo del inframundo no es sinónimo de mala apariencia. ¡Al contrario!. Con delicadeza, toca la puerta tres veces, como convinieron desde el inicio de los tiempos.
Apoya la oreja contra la puerta, a espera de la confirmación de pasar. Del otro lado escucha como su contraparte levanta su pesada humanidad de la silla y como la túnica va haciendo ese ruidito delicado al rozarse contra el piso, se dirige hacia la puerta principal y la cierra con llave, no sin antes decirle a sus asistentes que no lo interrumpan por un largo tiempo. Oye sus pasos acercándose hacia la puerta secreta. Él se yergue y solemne, coloca una mano en el pecho, como se lo vio hacer a Napoleón tantas veces.
Al abrirse la puerta, su amigo de toda la vida exclama a medias: ‘’¡Querido! ¿A qué se debe…?’’ pero no termina la frase al verle el atuendo. El hombre lo ataja antes en la burla: ‘’¡No quiero oír un solo comentario al respecto!’’ lo amenaza infantilmente. Su contraparte ríe su mejor risa bonachona y feliz. ‘’El que te hizo el sombrero para los cachos fue realmente un genio’’, le dice y lo palmea.
Se sienta en una silla mullida, no sin antes quitarse la capa y el sombrero. ‘’Vengo a hablarte de algo importante y trataré de ser breve: Quiero jubilarme. Lo necesito’’. El otro hombre lo escucha atónito. Se lleva las manos regordetas al pecho y exclama: ‘’¡Me dejas helado!¡No me lo esperaba!’’ y se desploma sobre una silla cercana a la de su visitante.
‘’Lo he estado analizando desde hace rato. No es algo de buenas a primeras. Quiero irme, dejarlo todo. Ya nada es como antes. La maldad de la gente es básica, se dejan arrastrar por sus bajas pasiones. ¿Acaso tú no estás viviendo lo mismo, pero a la inversa?’’ pregunta, un tanto cándidamente.
El hombre de la túnica se acaricia la larga barba. ‘’Mi situación es distinta. Concuerdo en  que la gente que ha estado llegando es más tonta que nunca, pero mi caso es diferente. Yo tengo que luchar contra ti, por así decirlo. No lo tomes a mal, pero las cosas son como son. Redoblo esfuerzos para vencerte, a ti, a tu reino, a todo lo que significas y la verdad es que es cuesta arriba. Sin embargo, reconozco que tu partida me dejaría desolado. No hay luz sin sombra’’.
‘’Ah, qué poético te han puesto los años’’ dice el hombre, con un dejo de ironía. ‘’Yo solo quiero descansar, no prestarle más atención a tantas cosas inútiles. Que todo siga su camino, que tú hagas tu trabajo y que todo sea como tiene que ser’’. Cerró por instantes los ojos y apoyó la cabeza en el respaldo.
‘’No estás entendiendo del todo. Si te vas, sembrarás más el caos. Si no hay compensación, no hay equilibro, todo quedará fuera de proporción. Te necesito para justamente eso: equilibrar fuerzas. ¿Qué tengo que hacer para que entiendas? ¡No te vayas!’’ suplica ya el hombre de la túnica, sin mucha esperanza de convencerlo.
Abre los ojos, endereza la cabeza y niega con la cabeza. ‘’Nada. Entiendo todo y si embargo, no puedo hacer nada. Déjame ir, ser uno más. Que el mundo del mal se las arregle como pueda sin mí. Y tú también, arréglatelas sin mí. Ya me encontrarás sustituto. Y si no lo haces, no pasa nada, querido. Ya verás que todo seguirá su curso, lo quieras tú o no’’. Se levanta del asiento, toma la capa y el sombrero. ‘’Debo retirarme. El camino es largo hacia mi averno’’ y se inclina, a modo de reverencia.
‘’Amigo mío…’’ dice el hombre de la túnica, un tanto desolado. ‘’Reflexiona, tómate unos días, ven a verme de nuevo. Te estaré esperando’’ lo atrae hacia sí y le da un abrazo, el más sincero de toda su existencia.
El hombre se despide y empieza a descender lentamente por el pasadizo secreto. ‘’Vendrán tiempos mejores para ti, peores para mí, pero serán los tiempos de cada uno’’ dice a la nada, mientras suspira. ‘’Será lindo comenzar una nueva vida, plena, tranquila, sin tantos tontos a los que acomodar en el infierno. Tal vez pueda incluso volver a estar a tu lado, volver a habitar el reino de los cielos’’.

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