02 septiembre 2019

El tratamiento




Abre con sigilo la puerta de la habitación que comparten. Lo observa dormir. El sueño agitado del enfermo por la fiebre, el malestar haciendo estragos.
Se va acercando y se agacha hasta quedar a la altura del rostro. Le coloca la mano en la frente: está ardiendo. Lo acaricia con ternura. Dice su nombre en voz baja, para traerlo de vuelta al mundo que habitaban juntos, antes de que todo esto comenzara.
El hombre reacciona lentamente y se tumba de espaldas en la cama, con la vista perdida en el techo de la habitación. Ella lo ayuda a sacarse la camisa. ‘’Trata de respirar profundo’’ le dice. Él lo intenta, pero cada inspiración es como mil agujas que se clavan con fiereza en sus pulmones.
Las lágrimas corren por sus mejillas, llenas de impotencia y rabia, a la vez. Trata de incorporase, aún sin ayuda, pero está tan débil y cansado que no puede y tiene que sostenerse a duras penas, antes de desplomarse por completo en los brazos de la mujer.
Ella lo oye gemir y lo atrae más hacia sí, de manera que él sienta como sus brazos rodean no solo su torso, sino todo su cuerpo. Después de unos minutos, comienza la rutina que ha dominado sus últimos días.
Él se coloca boca abajo. Puede respirar un poco mejor de esa forma porque siente que los pulmones se liberan momentáneamente de su sufrimiento y el poco aire que inhala, entra suave, como una corriente que lo adormece.
Mientras, ella va preparando el tratamiento. Se coloca los guantes. Toma con cuidado cada ventosa de cristal y con un hisopo, les impregna la boca con el preparado y las coloca con cuidado en la espalda del hombre, una por una, en cada moretón que indica dónde va cada ventosa.
El hombre se deja llevar. Está demasiado débil como para oponerse al dolor. Además, no quiere llevarle la contraria. Ella ha sido un apoyo solícito y constante. Se ha hecho cargo de todo desde que esto comenzó. No puede reclamarle nada, así que acepta conforme someterse a ese tratamiento que lo único que ha hecho es debilitarlo más, pero ella tiene esperanzas en que todo funcionará.
A pesar de estar enfermo, ¿quién es él para decirle que pare? Es ella quien ha estado en contacto con el médico, lo llevó al hospital, lo atiende. Nunca pensó que una mujer tan frívola, distante y despreocupada como ella, estuviera tan atenta a su curación. Ella, la mujer con la que comparte su vida desde hace unos años.
‘’Útil. Eres útil’’ musita. ‘’Shh, calla, querido. Concéntrate en el tratamiento’’, responde y va cambiando las ventosas e impregnándolas de más y más preparado cada vez. Al cabo de una hora, el hombre ha quedado vencido por la acción soporífera del sueño. Ella lo observa con lástima. ‘’Todo hubiera sido diferente si no me hubiera aburrido’’ piensa.
Retira con cuidado y esmero las ventosas, el frasco con el preparado, los algodones. En la tarde y en la noche repetirá el procedimiento. Siempre es mejor el exceso al defecto. Y así todo será más rápido.
Se dirige sin premuras al lavadero. Es un magnífico día de sol, con la temperatura justa. Sonríe y una brisa fresca la acompaña en esa sonrisa. Cierra los ojos por unos instantes. Pronto será libre, del todo; no porque antes no lo fuera, pero le aburrió estar siempre viviendo la misma vida.
Abre con cuidado las latas de veneno, no sin antes haberse colocado el tapabocas. Mezcla sin premura el contenido con algo de agua, hasta formar una pasta y las deja al aire libre, de manera que el olor se disipe lo más posible. Limpia cada ventosa para que puedan adherirse mejor y deja todo listo, hasta la próxima sesión del tratamiento.
Al principio se deshacía de toda evidencia, pero ya se ha vuelto un tanto negligente. Muy pocos saben de la rara enfermedad de su marido y mientras ella no levante la voz de alerta, nadie vendrá a visitarlos. Vivir en el campo tiene sus ventajas, indiscutiblemente.
De regreso en la habitación, se sienta con cuidado en la cama y observa al hombre, que está encorvado y encogido en el extremo opuesto. La piel luce marchita y cada vez más le cuesta respirar. En verdad lamenta todo esto, pero no tenía otra forma de deshacerse de él.
Ella nunca pudo pedirle el divorcio. No estaba bien visto. No es lo mismo ser la ‘’viuda de’’ que la ‘’ex señora de’’. En el pueblo todos hablarían, la mirarían mal. Además, no tendría derecho a la pequeña fortuna de su marido y ella no sabe hacer más que pasar el tiempo en cosas inocuas. ¿Cómo pudiera ganarse la vida? Y sobre todo ahí, donde no hay mucho que hacer.
Se acerca con cuidado y lo besa en la mejilla. Por momentos, el rictus de sufrimiento del hombre parece haberse desvanecido con aquel beso. Lo observa con ternura, al tiempo que dice: ‘’Lo siento, querido. No encontré otra forma’’. Lo arropa con cuidado y se queda viéndolo, sin prisas. Se levanta y abre con sigilo la puerta de la habitación que comparten. Lo observa dormir.

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