16 mayo 2022

La recompensa

 




Paso horas aquí arriba. Qué digo horas: días. Interminables días. La paciencia no fue nunca mi fuerte, pero este encierro lo sobrellevo bien, para mi propia sorpresa. Lo malo es que, de noche, el penetrante olor de estos fajos no me deja descansar.

En otro momento de mi vida, estar aquí sería un tanto incómodo, porque el solo hecho de estar de cuclillas me arruinaría las rodillas; pero por fortuna eso no es un problema. Puedo moverme aún agachado sin tener que ponerme de pie o acostarme cada tanto.

Me he vuelto muy observador y he aguzado todos mis sentidos desde que llegué aquí. Cada chirrido en la casa lo conozco, sé de dónde viene, qué lo produce. Cada rendija por donde se cuela el viento lo hace sonar de forma diferente y sé exactamente en qué parte está.

Las paredes de la casa se anticipan a las estaciones y van cambiando. Sé cuando el otoño está por aparecer, porque en las noches de verano todo se vuelve un poco menos caluroso y entonces así sé, por esa temperatura que también adoptó mi cuerpo, que los días de verano están preparándose para irse.

Dirán que son cosas tontas, pero en algo tengo que usar mi tiempo. Eso me ayuda a mantenerme activo. No es lo ideal, claro. Lo ideal sería no estar aquí. Desde hace cinco años aguardo mi liberación; mientras tanto, me entretengo.

Mi hija no viene desde hace tres años, aproximadamente. Al principio de mi cautiverio, venía con cierta frecuencia para ordenar, limpiar, deshacerse de algunas cosas de la casa. En ese tiempo, yo no le prestaba mucha atención, de tan embobado que estaba con esto de cuidar de mi botín. Después, cuando sus visitas se hicieron más espaciadas, me alarmé.

No tenía manera, ni aún tengo, de ponerme en contacto con ella. A veces siento que me olvidó del todo, otras veces siento que me recuerda todos los días de nuestra vida. Si bien es duro estar así y más en este encierro, hay un montón de sensaciones y de sentimientos que dejaron de tener la etiqueta de ‘’bueno’’ o ‘’malo’’. Simplemente las cosas son como son: Mi hija no viene desde hace tres años.

Creo que no lo hace por miedo. Le mando mensajes, con cualquier pretexto, para que vuelva. Me ignora o no entiende lo que le digo. No soy un hombre de saber explicar bien las cosas, me quedo siempre corto.

Sucede también que, en este cambio de circunstancias, no es fácil la comunicación. Se recurre a metáforas, a símbolos, cuya interpretación dependerá mucho del receptor. Si el mensaje no es claro, como sé que son mis mensajes, el receptor, mi hija, no entenderá o confundirá toda la situación.

Estoy tratando también de mejorar eso. Me está llevando tiempo. Lo repito: nunca fui muy bueno comunicándome. Así que por los momentos, trato de estar cerca de ella lo más que puedo, en pensamiento, porque de aquí no puedo salir, hasta que mi situación se resuelva.

Recuerdo las buenas épocas en esta casa. Hacía buen dinero, podía ahorrar, atesorar. Sobre todo eso: atesorar. Cuando llegaba el dinero, lo guardaba y de tanto hacerlo ahora estoy atado a él, a ese olor a viejo, ha guardado que adquieren las cosas cuando no circulan, no se usan.

Nadie sabía que estaba guardando tanto dinero. Me estaba partiendo el lomo trabajando, pero les hacía creer que la paga por mis trabajos era baja. Me convertí en un experto en el arte del engaño. Cuando mi mujer, que Dios la tenga en la gloria, me pedía dinero para los gastos de la casa y la manutención de nuestra hija, yo siempre respondía con algún remilgo y le decía que ese mes no había logrado cobrar mucho, etc. Tenía ya armadas mil excusas.

Mientras, iba guardando billete tras billete aquí arriba, donde estoy ahora. Este ‘’escondite’’ lo descubrí de casualidad. Parece que cuando construyeron el techo, pensaban también hacer una especie de entrepiso para la ventilación, creo, no estoy seguro, pero no lo terminaron y quedó un espacio, como si fuera una larga gaveta, en el techo de la cocina. Ahí empecé a meter los fardos, mes tras mes, año tras año.

No fue por codicia que lo hice, sino para vivir tiempos mejores, siempre pensando en el futuro; especialmente el de mi hija. Cuando pasó el accidente, yo no tuve tiempo de avisarle que en el techo de la cocina, estaba todo su futuro. Vinieron por mí y yo dije que no, porque tenía que cuidar mi botín.

Lo malo es que paso horas aquí arriba. Qué digo horas: días. Interminables días. El penetrante olor de estos fajos no me deja descansar. No puedo deambular tampoco por mi propia casa. No sé cuándo terminará todo esto.

Quiero vender la casa, pero ¿podré hacerlo?. A veces siento que nunca voy a poder deshacerme de ella, pero es que no logro dar el paso. Es una casa grande e inoperante. Mantenerla es un caos y no tengo ni el tiempo ni las ganas.

Además, este olor tan rancio que no logro ahuyentar y que tampoco logro identificar. ¿Qué haré con esta casa? Ni siquiera está llena de recuerdos que quisiera conservar. Es tan solo una estructura y nada más.

Lo que más me gustaba era la cocina, porque daba al patio interno, donde estaba el árbol del que colgamos una hamaca, el columpio y nos creíamos de vacaciones cuando hacía buen tiempo. ¡Fue una buena época, sí! Pero el árbol terminó secándose y tuvimos que sacarlo y en su lugar, pusieron el piso de cemento. Una lástima. Me gustaba el jardín.

 Tengo que limpiar. La casa va a deteriorarse más si sigo dejando todo así, a la buena de Dios. Dios no limpia. Ojalá viniera un terremoto y la arrancara de sus cimientos y chau, casa. No tendría que ocuparme de esto, que es como un pensamiento que me taladra de vez en vez.

Contengo la respiración. ¡Eres tú! ¡Viniste! ¡Mi amor! Hago ruido, pero no me oyes. ¡Mira hacia arriba! ¡Te estoy viendo, hija querida!

Algunas baldosas se han salido y otras están rotas. Me lo anoto. Tengo que ir haciendo un informe del deterioro, pedir presupuesto para que vengan a arreglar o dejar todo así y venderla, tal y como está, aunque no saque mucho dinero. Cañerías, pisos, algunos vidrios rotos…

¡Mi amor!¡Mira hacia arriba! Concéntrate. Mírame. ¡Mira hacia arriba! Ya es tiempo de salir de aquí. Guardé todo esto para ti. ¡Solamente para ti!

Miro hacia los techos y los inspecciono. Había una filtración en el de la sala; no muy grande, por fortuna. Aquí en la cocina pareciera estar comenzando. Se levantó un poco la pintura. Lo anoto. No parece ser grave.

Hago un rollito con uno de los billetes y lo empujo por unas de las rendijitas de este techo falso que habito. Cae, sin ruido. No lo notas. Lo pienso con todas mis fuerzas: ¡Mírame! Mientras, hago otro rollito y lo aviento. ¡Concéntrate!

Vuelvo sobre mis pasos y piso algo. ¿Qué es eso? Estos papelitos no estaban aquí recién. Me agacho. Es un billete de 100. ¿Eh? ¿De dónde salió? Más allá hay otro. Lo recojo. También de 100. Miro hacia el techo de la cocina. Voy a buscar algo en qué subirme. Alguna silla, alguna escalera, algo útil debe haber quedado.

Cuando por fin encuentro una silla, me subo y observo más de cerca. Hay rendijas finas y de allí emana el olor que transpira la casa. Mi casa. ¿Pero por qué? Raspo con la uña la pintura, toco con los nudillos: ‘’Toc, toc, toc’’. Suena hueco. Con asombro descubro el techo falso. ¿Qué es esto?

¡Mi amor! ¡Ni te ocupes! Acércate. Tengo aquí mi botín, que es todo tuyo. Lo atesoré para ti. Ven, mi vida. Acércate, acércate.

Hay muchos billetes, de 100 y de 50. Estoy atónita. Es que es increíble. ¿Quién los guardó? Nunca tuvimos dinero. ¡Dios mío! Esto es una pequeña fortuna.

Por fin, hijita, por fin. Llévatelo todo. Es tuyo, todo tuyo. Siento que me falta el aire, mi amor, que ya no soy yo. Tengo que irme. Mi vida, mi amor. Te amo mucho. Tenlo presente. Adiós, mi querida hija. Adiós.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

🤩💸💸💸👏👏👏👏👏👏👏

Cabrónidas dijo...

Luego dicen que los fantasmas son malos. Pero este era como Casper.

Anónimo dijo...

👏👏👏👏👏👏🌹👍

Anónimo dijo...

Ea una obra de dios