03 agosto 2018

Después de todos estos años




‘’Mamá…’’ y hace una pausa que a la madre se le antoja eterna. ‘’Yo sigo pensando que todo esto no es necesario, mi hermano y yo…’’. La madre la interrumpe con un ademán. ‘’No sigas, no sigas. Ya hemos hablado de esto millones de veces. Ni tú ni tu hermano van a hacerse cargo de mí, de mis cosas. Es más, no tienen por qué. ¡Sobre todo el loco de tu hermano!’’ y suelta una carcajada épica, al tiempo que atrae hacia sí a su hija y la abraza.

Ambas mujeres terminan de empacar y de poner en orden lo necesario. Ya en la sala, la madre se sienta a esperar a que llegue su hijo menor a buscarla. ‘’¿Necesitas algo, mamá? ¿Tienes todo? Me parece tan poco lo que te llevas’’ pregunta la hija con cara de preocupación. ‘’Llevo todo lo que quiero y todo lo que necesito, mi amor’’, responde la madre con dulzura.
A la hora pautada, el hijo estaciona el auto enfrente de la casa. Con el escándalo de siempre, saluda a su madre y a su hermana. Sube las pocas pertenencias de la mujer en el auto y tiene el tino de no preguntar si está lista y decidida para empezar su nueva vida. A fin de cuentas, su madre es lo suficientemente terca como para no cambiar de opinión una vez que toma una decisión, para bien o para mal.
Intenta pensar alguna frase hecha que les dé pie para hablar mientras van en camino, pero nota la ansiedad de su madre por llegar y la pesadumbre de su hermana; así que guarda silencio y pone algo de música que tararea sin ritmo. El viaje se le hace interminable. ¿Estaría su padre de acuerdo con esto, dondequiera que se encuentre? Mil pensamientos relacionados lo asaltan, justamente a él, que es hombre de poco pensar.
Llegan finalmente a su destino. La mujer no puede ocultar su complacencia, la felicidad que siente por estar ahí. Sin esperar a que el auto se detenga, abre la puerta. ‘’¡Mamá! ¿Qué haces? ¡Espera!’’ gritan ambos. La mujer ríe, al darse cuenta de su impaciencia. Una vez estacionados, ni siquiera aguarda a sus hijos y se encamina hacia la entrada principal.
Saluda a la chica de la recepción con un hola cálido y radiante. ‘’Mi nombre es Ava. Ava Mezquita’’ y le entrega los documentos necesarios para hacer su ingreso. Recorre con la vista el lugar. Nada del otro mundo y lo sabe bien, pero es el lugar escogido. Y eso es lo que importa.
Antes de despedirse de sus hijos, los abraza como quien ha cumplido con una misión de muchos años y se siente satisfecho con el resultado. Ni siquiera los ve alejarse, sino que se dirige resuelta a su recién asignada habitación. No quiere ordenar lo que trajo, ya habrá tiempo para eso. Cierra con llave y se dirige al jardín.
No saluda a ninguna de las personas con las que se cruza, ni tampoco se presenta. En su mente solo existe una única cosa: encontrarse. Recuerda las instrucciones: ‘’Hay un banco, cerca del único lago’’ y es ahí hacia donde se dirige. El sol pega de lleno  con toda su fiereza, lo que hace que esté libre. Se sienta. Está intranquila. Mira hacia los lados, expectante. No logra relajarse.
Transcurridos algunos minutos, siente el humo de un cigarrillo y es la primera vez, después de todos esos años, que le agrada. Endereza la espalda y cierra los ojos. ‘’Ava’’ escucha y esa mano tan familiar se posa sobre su hombro. En cuestión de segundos, toda su vida vuelve a ella en ese instante. Como si solo hubiera nacido para ese momento.
La rodea con su mejor abrazo. El olor a cigarrillo los envuelve. ‘’No has dejado el vicio’’ dice ella, pícaramente. ‘’Lo intenté y no pude. Hay cosas que uno no puede dejar, ¿sabes?’’. Ella le hace espacio del lado izquierdo, de manera que él sienta los latidos de su corazón. Se miran largamente.
Él cierra los ojos y le acaricia el rostro, como nunca pudo hacerlo antes, lo recorre palmo a palmo. ‘’¿No quieres verme? ¿Tan vieja estoy?’’. Él sonríe. ‘’Sigues siendo hermosa, solo quiero aprenderte de memoria. Yo sí que estoy viejo y eso que soy menor que tú’’. ‘’¡Tres años no son nada!’’. Ambos ríen.
‘’¿No te parece un poco cliché el haberme citado en el banco junto al lago?’’ pregunta ella pícaramente. ‘’Soy así, un cliché con patas. No conozco mucho el lugar aún, me estoy adaptando. ¿Qué querías? ¿Qué te citara en el comedor junto con todos los demás viejos decrépitos?’’. Ríen a más no poder.
El primer beso la sorprende, mientras ella discurseaba sobre el devenir político del mundo. Y fue como tantas veces imaginó que sería: tierno y a la vez sexual, esponjoso y lento, complaciente y erótico. ‘’Esperé años por esto’’, dice, después de quedar extasiada con la maravilla de aquellos labios. ‘’Lo sé. Yo también. Pero es así la vida, todo tiene su tiempo y este es el nuestro, Ava’’, responde él, con el mismo tono tibio y dulce que usó por años con ella.